La antigua formación de las Shego.
De Shego a Cariño, por qué las bandas de tías rompen tan duro: historias de amigas que se aman y se despellejan
Cuando las chicas caemos, caemos desde más alto. Si nos hemos matado es porque subimos juntas hasta un octavo piso y ellos apenas llegaron al segundo. Todo es traumático para nosotras porque todo nos fue inmenso.
Las chicas del indie ya no se quieren.
Las chicas del indie se están matando.
Lo hemos visto con Hinds, con Cariño, con las Shego. Colegas que no vuelven a hablarse. Gente que se va dando un portazo.
Una lanza un comunicado, otra lo desmiente. Quién dice qué, qué pasó realmente, qué me contaron en un bar. Ya no podemos ni compartir furgoneta. Te veo de lejos en una fiesta y nos ignoramos: antes veníamos en tu moto, antes éramos lo mismo, una vez tuvimos algo que decir juntas.
Esto es como ver miembros del mismo cuerpo por separado en un espacio cerrado. Esto es una pequeña carnicería. Tuits, tuits, más putos tuits. Verborrea. Voy desenfrenada. Navajazos. Conspiraciones. Dar conciertos sin avisar al público de que una integrante principal ha sido sustituida. Yo tengo un proyecto aparte. Yo ya estoy en otra. Yo estoy bien.
Cosas feas, cosas tristes.
Me preguntaba estos días por qué me está incomodando tanto asistir como espectadora a estos zafarranchos del circuito femenino independiente.
Las Cariño.
Primero pensé: coño, con todo lo que peleamos durante años desde la prensa y desde la crítica feminista para que hubiera bandas de mujeres y para exigir su lugar en los carteles de los festivales, ahora que las tenemos, ahora que hay unanimidad en reconocer su talento y su relevancia, ahora que el síndrome de la impostora va perdiendo fuerza, justo ahora, ¿van y se despellejan entre ellas?
Recuerdo cuando hace diez años llamaba a mujeres músicos para que dieran su opinión en un reportaje cultural y rechazaban continuamente participar porque estaban paralizadas de miedo y de complejo… ¡y entonces los reportajes salían sólo con voces machas, que siempre se sienten maestrillas de todo aunque no lo sean, y se perpetuaba el ciclo de la infamia!
A las chicas artistas se las ha juzgado vilmente, con una dureza zumbada, para silenciarlas o para desmerecerlas. Sé que la reacción lógica para no ser agredida a menudo era el perfil bajo. A mí, que escribía y me exponía de otra manera (desde luego, nada comparable al vértigo de un escenario), muchas veces me daban ganas de hacer lo mismo desde mi sitio, desde mi baldosa.
Pero al final no lo hemos hecho, y que se jodan. Al final hemos disparado desde donde hemos podido en ésta, nuestra renqueante, cobarde, sistémica, acomodaticia y aún sexista industria cultural.
Hemos llegado hasta aquí. ¡Hola, capullos!
Por eso me ha enfermado ver a estas bandas de tías desencontrándose con tanta virulencia. Esa es una repugnante fantasía heterosexual masculina. Chicas que se pelean en el barro como fierecillas y que se restriegan un poco. Chicas sacando mala hostia entre sí. A los hombres les excitan las mujeres con carácter cuando ese carácter jode a otra mujer, no a ellos. Esto siempre es así.
También me asqueaba que todo esto le diera pábulo a los anormales de carrito que nunca han abandonado la matraca de “las tías sois vuestras peores enemigas”, o del “cómo os puteáis entre vosotras”.
¿Tenían razón?
No. Claro que no.
La antigua formación de las Hinds.
De entrada, es rotundamente falso que sólo las bandas de tías se separen o cambien de integrantes. Pienso en Mujeres, en Biznaga, en Alcalá Norte, en Vera Fauna, en Parque Svr, en Medalla o en Carrera.
Ellos también han vivido rotaciones, salidas o cierres definitivos. Nada cruento. A veces nos ha costado hasta enterarnos o darnos cuenta de algunos de esos movimientos. Nadie habla de los muertos. Todo es más o menos plácido, todo es más o menos silencioso. Son de un continuismo diplomático que impresiona. Son evitadores de conflictos.
La pregunta entonces es por qué las mujeres rompen sus grupos con más furia que los varones. Por qué hacen tanto ruido.
Quiero entenderlo. Pienso en mí y en las amigas que perdí y de repente me duele el estómago.
Una sabe que va un poco mutilada por la vida. Las amigas que perdimos se llevaron partes nuestras y las guardan en sus cajitas de música o en sus joyeros. Nosotras también guardamos sus ojos y sus manos. Alguna que otra rodilla. Fue el trato de querernos así, tan bestialmente.
El puesto que ocupa una amiga no puede llenarlo otra, ni en un grupo ni en la vida. Hay algo irrepetible en cada una de ellas. Es su unicidad. Una amiga no se parece a nadie más. Y a nadie amamos como a ella, bajo este estilo, bajo este traje a medida, bajo este lenguaje nuestro, incomprensible para el resto.
Esto es revolucionario y esto es anticapitalista, porque es la amiga la que hace el puesto, y no al revés.
Yo sospecho que en las bandas de hombres se intercambian entre sí con más ligereza porque tienen claro el fin, que es tener un grupo, y los integrantes son medios. ¡Son más empresariales! Si se va éste, vendrá este otro. Nada es tan traumático.
Pero cuando una mujer se va de nuestra casa, de nuestra cabeza, de nuestro lenguaje artístico, en nuestro comedor se queda una silla vacía para siempre. Nos habíamos mezclado tanto que se confunden las autorías. Nos metimos en el mismo horno y ahora estamos gratinadas las unas sobre las otras y ya no sabemos quién es quién y cómo vas a devolverme lo que es mío cuando te odie.
Nosotras estamos un poco enamoradas. Hemos hablado de verdad (esto es una experiencia radical que yo recomiendo), nos hemos volcado en la conversación. Una noche nos pusimos bocabajo como un bolso lleno de tickets y pitis aplastados y nuestro contenido se esparció por el suelo. Yo te lo di todo: hasta mi basura.
Las mujeres memorizan cada detalle de la vida de sus amigas. Me consta que los hombres pueden pasar años viéndose todas las semanas para jugar al fútbol, y aunque se partirían la cara por defenderse entre sí, aunque su cariño es tosco y es tribal, no pueden explicar en qué trabajan exactamente los otros ni si se llevan bien con sus madres o si sus últimas parejas les hicieron mucho daño o la ruptura les dejó fríos.
Ellos aman a brocha gorda. Nosotras a pinceladas.
Antigua formación de las Shego.
También es cierto que mientras los chavales no tienen claro ni cuántos son en un grupo, nosotras nos fusionamos más de dos en dos porque nos miramos en serio. Esto hace que en una banda, cuando hay algún rifirrafe, se generen pequeñas comanditas. No es ultraje: es lealtad a la Gran Amiga, a la Mejor Amiga.
Es nuestra imperiosa necesidad de mojarnos, de no ponernos de perfil, de no dejar tirada a nuestra colega del alma ni de fingir que nos la resbala que la puteen. No. Nunca hemos pasado de puntillas por la vida y por supuesto que eso se paga caro.
Claro que todo esto explica sociológicamente muchas cosas. Cuando las chicas caemos, caemos desde más alto. Si nos hemos matado es porque subimos juntas hasta un octavo piso y ellos apenas llegaron al segundo. Todo es traumático para nosotras porque todo nos fue inmenso. Nos iremos y será para siempre.
Me jode reconocer una machistada muy frecuente, y es el hecho de que exigimos menos a los tíos que a las tías. Somos más duras con nuestras amigas que con nuestros amigos: yo la primera. Esperamos más de ellas. Lo esperamos todo, de hecho. Más altura moral, más honestidad, más inteligencia, más ternura, más pureza, más atención.
De nuestros amigos chicos damos por supuesta una encantadora torpeza, un déficit en la expresión verbal en cuanto a sentimientos se refiere y algo de egoísmo. Lo hemos asumido. Les queremos así. No les pedimos más de lo que quieren dar.
Pero las chicas… las chicas esperábamos amarnos para siempre, casarnos con nuestras amigas, meterlas en nuestra cama y en nuestra biblioteca, colocarlas en el escritorio como un café o una libreta, siempre cerca de nuestra mano, y nos imaginamos desayunando en el Mallorca con ciento dos años partidas de risa bajo las gafas de sol, acariciando al perro de la otra y salvándonos del horror existencial por costumbre.
Yo defiendo a las chicas del indie de todas las tesis misóginas que se han vertido estas semanas sobre ellas.
Yo creo que cuando rompemos con una amiga nos preguntamos, de verdad, de qué sirve la vida si no podemos volver a llamar a su puerta roja para contarle un pensamiento, o a qué suenan las cosas cuando no suena Mozart en su gramola, o por qué todo el mundo pensaba que éramos mejores cuando estábamos juntas.
Esta es la gran diferencia: ellos no mentan a los muertos y nosotras nos pasamos viviendo con nuestras muertas toda la vida.
Larga vida al indie y a las niñas talentosas.