María Pombo defiende su derecho a no leer y a que eso no la haga peor que alguien que sí lee.
Lo que leas nos da igual, buscamos gente interesante (y María Pombo no lo es)
María Pombo está bien. María está bastante mejor que nosotros. El mercado ama a María y ella no ama la lectura.
Dice María Pombo que no somos mejores porque nos guste leer.
¿Qué va a decir mi niña, con su carita de emperaora?
Aquí cada uno barre para su casa. La suya, en concreto, vale más de dos millones de euros.
Con esto quiero decirte que nada en este debate que amenaza nacional es tan tremendo ni tan cruento porque, al final del día, María está bien. María está bastante mejor que nosotros.
El mercado ama a María y ella no ama la lectura.
Yo diría que dos más dos son cuatro, pero hay que aclararlo aun a riesgo de ponernos estupendos, de ponernos gilipollitas (algo de lo más frecuente entre lectores): leer tiene algo de antisistema.
María Pombo y Pablo Castellano, en una imagen reciente. Gtres
Si la lectura es agresiva, si es hermosa y repelente, es porque está naturalmente en guerra contra la imagen. Eso es. Se lee y se escribe contra la imagen, siempre. Y en este caso, mira qué bien me viene, la imagen está muy pulcramente representada por María Pombo.
Esto es lo que a mí me mola, lo que a mí me parece valioso. La palabra escrita describiendo un mundo que la expulsa.
Aquello que se revela con lentitud.
Aquello que te modifica mientras sucede.
Lo que te hace envejecer un poco.
Aquello donde se siente el tiempo.
La memoria. El diablo que está en los detalles. El esfuerzo intelectual. Y el placer luminoso de después, cuando entendiste. Y los matices abriéndose trabajosamente en flor, haciendo el mundo inmenso, sofisticado, inasible, sorprendente, y bello, bello, bello...
Me gusta la concentración. El punto y coma. El sonido secreto de los textos. Las cosas viejas. Las cosas que no le interesan a casi nadie.
Como cuando pescas una frase que te hace sentirte más tú misma. La lees en voz alta y lo compruebas. Es verdad, ahora eres más tú misma.
Soy una masoquista. Una morbosa. Esto es lo que hay. Las que son como yo saben que hay que rascar con la uña una capa de dificultad para encontrar escondida debajo la más chalada diversión. Y yo siempre he sido muy terca en lo que respecta a divertirme.
También es verdad que la lectura no tiene que hacerse cargo de la calaña de todos sus lectores. Hay mucho notas que hace de ella cosas abominables.
Sobre el melón que ha abierto La Pombo existe un orden cuántico de calidad decreciente que no pienso discutir:
— Cherlotbond (@sherlockbond_) September 2, 2025
1. Leer callao.
2. Leer.
3. No leer.
4. Leer ciertas mierdas.
5. Leer diciendo a otros qué deben leer.
Hablan sobre María Pombo los del 4 y el 5.
Pienso en los que en el Día del Libro repiten, cada año que Dios echa al mundo, que leer "te hace vivir otras vidas". Yo dudo mucho que alguien medianamente alfabetizado se permita convocarnos periódicamente a ese lugar común horroroso y flácido.
O los que cuando se acerca Nochevieja te tiran a la cara un listado de todos los libros que supuestamente se han leído ese curso, como diciendo "¿ves? Yo he estado aprovechando al máximo mi tiempo en nutrirme [ellos usan este tipo de palabras glaseadas], ¿tú qué carajo has estado haciendo? De bares, ¿no?".
Jajá. Menudos frikis.
Esa chusma que trata la literatura al peso es gente que, desde luego, no ha entendido nada de la literatura. Consumen libros bulímicamente, los engullen en tiempo récord (o mejor, los fotografían) para sacarnos después sus gráficos de rentabilidad. Son empresarios de lo suyo. De sí mismos.
Todo eso da igual, porque no pueden esconderse. Hablan mal, piensan peor y escriben de coña. Están vendidos. Sabemos quiénes son y lo que hacen. Hay algo peor que no leer y es decir que has leído demostrando no haber interiorizado nada. Es un teatrillo de bajo nivel.
Siempre desconfío de la peña que hace de la lectura su principal identidad. Me resulta un ejercicio insufrible de soberbia. Alguien tendría que explicárselo.
Como aquel meme-grafiti que decía: "¿De qué te sirve tener un máster si te puedo meter un navajazo?". Pues eso.
Tampoco soporto a los fofos de la lectura. A los aislados, a los ensimismados. A los que se sienten especiales y distantes, tocados por una varita. Una cultura que no te relaciona con los demás no es una cultura. Llegados a un punto, demasiadas lecturas pueden hincharte como un globo aerostático y alejarte del mundo que intentas comprender y vivir.
Lo explicaba genial el autor argelino Kateb Yacine: "Tengo tantas cosas que decir que me alegro de no ser más culto. Tengo que conservar una especie de barbarie, tengo que seguir siendo bárbaro". Hablaba del consumo masivo de cultura como de una "glotonería" que deja a la mente "obesa e impotente".
Esto es verdad. Muchos de los que se llaman a sí mismos grandes lectores contienen trazas de sebo. De sopor. De inmovilismo.
Ahora pienso que estos días hemos desenfocado el debate. Lo que nos gusta de verdad no es la gente culta, sino la gente interesante, sea lectora o no. Quizás el problema haya sido que María Pombo no es ni lo uno ni lo otro.
Qué más me da a mí de dónde saques la gracia y la idea. Lo que me importa, al final, es que la tengas. Igual que la curiosidad, la viveza, el estilo.
Entiéndanme, ¿quién preferiría cenar esta noche con un sesudo bibliotecario antes que con Lola Flores, que no cogió un libro en su vida, pero tenía en el ahumado de los ojos la inteligencia y la sorpresa del mundo, la vanguardia y la sentimentalidad humana entera? Ella bebió de otras fuentes.
Eso era.
Estamos buscando un interlocutor que nos haga recordar que no estamos muertos. No todavía.