Sarah Santaolalla, en un programa de RTVE.
Respeto más a Sarah Santaolalla que a muchos "liberales" de mi cuerda
A mí lo de Santaolalla me parece un fenómeno mediático que se explica rápido: Santaolalla aparece en televisión porque funciona.
No hay nada que trague menos que un jesuita.
Que un jesuita en el sentido coloquial del término, aclaro. De la Compañía de Jesús sé entre poco y nada y me da igual lo que haga o deje de hacer. Como dicen los británicos, not my circus, not my monkeys. Que en español de España quiere decir "no es mi circo, no son mis monos".
Yo hablo de los jesuitas vocacionales. De los santurrones que han aprendido a camuflar su agresividad tras una apariencia bondadosa.
Esa suavidad melosa. Ese tono de voz deliberadamente bajo y modulado. Esas maneras superficialmente corteses que esconden un evidente intento de manipulación psicológica. Esa hipocresía con la que fingen aceptar tus ideas aunque en realidad estén evadiendo cualquier tipo de compromiso moral para acabar haciendo lo que más convenga a sus intereses.
Un jesuita es un intenso, un turras y un hipócrita, todo en uno.
Jesuitas son Oriol Junqueras y Ernest Urtasun.
Pablo Iglesias cuando dejó de berrear barbaridades en las aulas de la Complutense y se arrancó a hablar bajito y con un bolígrafo en las manos.
El PNV hasta la llegada de Aitor Esteban, que intenta fingir el amaneramiento jesuita pero al que se le transparenta el rencor por los poros.
Coalición Canaria.
Fernando Simón.
Andreu Buenafuente.
Y los catalanes nacionalistas.
Sobre todo estos últimos.
Esto puedo decirlo con conocimiento de causa porque yo mismo soy catalán y detecto la agresividad pasiva a veinte kilómetros de distancia.
Ahí está esa imagen de Oriol Junqueras masajeándole los hombros a Soraya Sáenz de Santamaría, que no era precisamente mantequilla, apenas seis meses antes de organizarle un golpe de Estado en sus morros y con cargo a los Presupuestos Generales. Eso es el jesuitismo.
Soraya Sáenz de Santamaría y Oriol Junqueras. EFE
Pero a Noé no le vas a hablar de la lluvia. Conmigo no cuela. Yo ya los tengo caladitos, a los jesuitas.
Y por eso me gusta Sarah Santaolalla.
Por las mismas razones por las que me gusta Isabel Díaz Ayuso, a la que critican desde esa socialdemocracia exquisita que se finge "liberal" porque la presidenta es demasiado callejera para su gusto. Esa socialdemocracia "liberal" lleva toda la vida pidiendo para España lo que es hoy Madrid. Pero cuando lo tienen frente a sus morros lo menosprecian y lo atacan porque les parece insultante que eso lo haya logrado Ayuso, que se ríe de ellos, y no un señoro socialista con el meñique levantado, pedigrí funcionarial y maneras curiles que lea sus columnas, escuche con arrobo sus editoriales y se lo comunique en pronto término.
"Qué brillante has estado hoy. Felicidades. Eres un genio".
O Ana Iris Simón, con la que coincido en pocas cosas políticamente hablando, pero que me parece brillante.
O Paula Fraga y Guillermo del Valle, a los que publico y voy a seguir publicando mientras ellos quieran en la sección de Opinión de EL ESPAÑOL a pesar de que discrepamos en tantas cosas como coincidimos en otras.
Que se me entienda bien. Me gusta la actitud de Santaolalla, no su ideología, con la que evidentemente no comulgo. Pero la prefiero varios órdenes de magnitud por encima de esos que en puridad estarían en mi misma longitud de onda ideológica, pero que a la hora de la verdad van a votar o defender lo mismo que Sarah Santaolalla, aunque tapándose la nariz y torciendo el morro.
Porque ellos son demasiado exquisitos para reconocer lo que Santaolalla reconoce a cara descubierta.
Hablo de esa gente que no es que abomine del socialismo (como hago yo, que no creo en él). Sino que lo que quieren es un socialismo aseado, elegante, incorrupto, snob. Un socialismo del que no tengan que avergonzarse y que puedan defender con la cara alta. Un socialismo con un Obama al frente.
Un socialismo "estético".
Tengo más respeto por la ciudadanía que algunos partidos que aspiran a gobernarla.
— Sarah Santaolalla. ♀ (@SarahPerezSanta) August 27, 2025
No me utilicen para sus campañas.
No manipulen mis palabras.
No acosen a la prensa independiente. pic.twitter.com/a3K8ad7LZL
Son esos, por ejemplo, que inventaron Ciudadanos porque el PSC no les hacía caso.
Ellos lo que querían por encima de todo era un partido de testaferros bobalicones que asumieran el coste profesional y político que comporta la primera línea política, pero que carecieran de agenda ideológica propia y aplicaran la suya. Ya saben: si el socialismo no ha funcionado nunca antes es porque jamás había nacido alguien tan inteligente como ellos para aplicarlo bien.
Esa gente lo que quería era un socialismo fetén, molón, de croissant con mantequilla, barbilla levantada y mística a lo Juan Marsé. Un socialismo con la superioridad moral correcta, no la de esos gañanes del PSOE de Pedro Sánchez, tan vulgares. Ellos no eran de Jéssicas, sino de Françoise Dorléac.
Albert Rivera e incluso Inés Arrimadas podrían poner uno o dos ejemplos de lo que digo.
Pero todos sabemos lo que vota Sarah Santaolalla. Es más, estoy seguro de que ella no tendría problemas en confesarlo si se lo preguntaran.
El asunto, claro, es que Santaolalla se mueve en un ecosistema de jesuitas que cacarean sobre deontología, ecuanimidad y objetividad periodística, y que a fin de cuentas piensan lo mismo que ella, aunque son demasiado exquisitos para reconocerlo a gritos.
Yo respeto a Sarah Santaolalla porque con ella todas las cartas están sobre la mesa y no tiene complejos en exhibir lo que otros maquillan con su falsa santurronería. Santaolalla no tiene miedo de comprometerse y de significarse y de asumir el coste por ello.
Cierto. Muchas veces, Santaolalla no sabe de lo que habla, repite eslóganes de un simplismo extremo y parece estar siempre enfadada. Pero podría citar cuatro docenas de tertulianos actuales, de izquierdas y de derechas, que coinciden con ese perfil.
De hecho, es el perfil mayoritario. Están los que chillan, y están los jesuitas. El resto son minoría.
En cuanto a su presunta vulgaridad, voy a abstenerme de hablar de competición intrasexual femenina, por un lado, y de frustración incel, por el otro lado. Pero todos sabemos lo que pasa por la cabeza de quienes la critican por "vulgar".
A mí este punto en concreto me da igual. Ni compito ni fantaseo con ella, y no acepto lecciones de elegancia de nadie por debajo de Bryan Ferry, Alain Delon y Diana Vreeland.
Además, detecto un cierto tufo clasista en las críticas a Santaolalla, como lo detecto en las críticas a Ayuso. Pero ese es otro tema.
Eso sí. No creo que la función de una televisión pública sea la de insultar a la mitad de los españoles. Españoles que, por otro lado, la financian generosamente bajo la amenaza de penas de cárcel.
Pero en una cadena privada, Sarah Santaolalla tiene el mismo derecho a insultar que cualquier otro.
A mí lo de Santaolalla, en fin, me parece un fenómeno mediático que se explica rápido: Santaolalla aparece en televisión porque funciona.
Si le preguntan por las pensiones, ella te pega cuatro gritos, te llama fascista, te dice que a pagar y callar mamarracho, y la entiende media España, la de izquierdas. Y la admiran por ello, como admiraron en el pasado a María Jiménez, Lola Flores o Robe Iniesta, que tampoco han sido que digamos la reina Isabel de Inglaterra.
Qué queréis que os diga. ¿Que si toda España fuera Óscar Puente, España sería invivible? Pues sí, lo sería. Pero no lo es. Y uno necesita lo salado para reconocer, por contraste, lo dulce cuando se lo mete en la boca. Si todo es dulce, nada es dulce. Es sólo "lo que hay".
Dicho lo cual. ¿Es Sarah Santaolalla el patrón que yo querría para el debate público en mi país?
Pues probablemente no.
Si me pongo exquisito, yo quiero que todos seamos Douglas Murray, Jordan Peterson o Richard Dawkins debatiendo con el arzobispo de Canterbury sobre la existencia de Dios. Pero es que la realidad no es Douglas Murray, ni Richard Dawkins, ni el arzobispo de Canterbury.
La realidad es Sarah Santaolalla. Y yo vivo en el mundo real.
Yo no quiero, en fin, que nadie me proteja de Sarah Santaolalla. Ya me apaño yo solito. Y si no me apaño, y me pasa por encima, pues bien por ella. Felicidades a la ganadora y hasta el próximo partido.