María Jesús Montero.

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Columnas Desórdenes

María Jesús Montero está manchada de Cerdán: retrato de la vergüenza

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María Jesús Montero siempre me ha parecido un poco de coña.

Preocupa su parecido moral y físico a un teleñeco. 

Esto no es culpa de Andalucía. No nos hagan cargar también con eso.

María Jesús ha sido siempre tan teatral, tan afectada, que sospecho que se inventa hasta su acento, ese baile tribal chalado que celebra a cada rato entre las ces y las eses. Un poco al estilo compadre. 

No encuentra la coherencia ni dentro de su propio sonido alveolar. Nunca te queda claro qué palabra va a aspirar ni cuál te va a escupir a la cara. Es una onomatopeya incómoda y sorpresiva. 

Si Yolanda Díaz lleva años hablándonos como el hadita cuentacuentos de las noches de verano que nos entretiene con sus dulzuras sin contenido mientras papá y mamá han ido a por un helado, María Jesús Montero es la profesora de primer curso resuelta hasta el insulto intelectual. 

La profesora acarajillada, la que siente que su puesto es su negociado flamenco, su tenderete. 

La que evalúa al crío diciéndole a los padres: "Mira, familia, esto nos echamos un cigarro fuera y os lo cuento en un santiamén", y luego aspira el humo y clava las banderillas: "El niño éste está cuajao. No sabe por dónde le viene el aire, pero veremos a ver si lo espabilamos entre todos, ¿no?". 

Y el niño pasa por ahí, con los ojos muy abiertos, y ella le da una collejilla que pretende ser cariñosa pero siempre es desubicada, como ella misma. 

A las criaturas se dirige muy alto, a veces casi deletreando, como si la comunicación tuviese algo que ver con el zafarrancho o el espasmo. 

En este Congreso todo el mundo tiene su propia forma de tratarnos como a gilipollas. Ésta es la de María Jesús, nuestra folclórica mal. 

Entiéndanme: a mí el glamour es una cosa que no me interesa para nada. Es estático y me aburre. Amenaza inofensivo (qué linda paradoja). Pero éste es otro tema, éste es otro cantar. La Montero es tosca.

Su energía es burda. Es torrente sin control, es potencia sin precisión. Es de esa gente que con sus ganas lo justifica todo: "Es que tengo mucha fuerza, es que le pongo mucho empeño". Y a mí qué, señora. Primero colóquese en el mapa.

Es usted la número dos del Gobierno con más poder en 20 años. Entre todos le pagamos 112.000 euros anuales. Tenga vergüenza y úsela. 

Molesta su chulería que no agarra en inteligencia.

Molesta su espíritu horro y achatado, leve, caraduresco.

Molesta su barra de labios que siempre le mancha los dientes.

Molesta su lengua viperinilla y rápida danzando fuera de la boca, lengua-lagartija muerta de sed, loca por salivarse, lengua hermana de la de Pocholo o de la de Ojoloco Moody cuando se olvidaba de tomar la poción. 

Molesta su herencia visible de Susana Díaz. 

Molesta su peloteo sonrojante a Pedro Sánchez: tiene callos en las manos de aplaudir, tiene cervicalgia de tanta genuflexión, de tanto fervor adolescente. No parece su persona de confianza. No parece de su equipo. Parece su fan. Por eso es imposible tomársela en serio. Por eso nadie piensa nunca en ella para suceder nada. 

Su aura es de vasallaje. 

Es un emoticono andante. Es una máquina de chascarrillos. 

Siempre queda un regusto amargo al entender que una tía con tanto poder y tanta pasta pueda ser tan cutre. 

"Chiqui, si mil millones no son nada", dice. "Lo de la plusvalía te lo arreglo yo en un fin de semana". Es infinita, la Montero. 

Pero lo más desagradable, lo más deshonroso, lo más indecente de todo, es que pusiera la mano en el fuego por Cerdán y ahora tenga el cuajo de decirnos que ese simpático delincuente, su gran negociador de cabecera, "no tiene nada que ver con el PSOE". 

Señora Montero: por suerte o por desgracia, uno es los amigos que tiene y uno es los compañeros que elige. Uno es las personas que defiende. Uno es, indefectiblemente, la gente que le rodea. Uno es el equipo que promueve.

¡Uno es sus vínculos! 

Usted está manchada de Cerdán, para siempre. Nunca se quitará de encima su placenta, su nombre, su sebo. Su pasado común. Su presente tiritante. 

Sólo es cuestión de tiempo que podamos comprobarlo todos. Hasta entonces, enjuáguese la boca antes de volver a reírse de los españoles en su cara.