
Pedro Sánchez, durante su comparecencia de este lunes.
Cómo ser de izquierdas bajo el Gobierno corrupto de Sánchez
Mi idea de la izquierda es una crítica sempiterna hacia el mundo, una sospecha despierta hacia el poder. No ser un pelota. No ser un rastrero.
Ser de izquierdas nunca ha sido algo especialmente grato. O sea, no es algo que yo recomendaría.
Yo recomendaría chiringuitos en Málaga (vayan ustedes a Miguelito el Cariñoso, háganme el favor), poemas para leer en la bañera, sombrereros de confianza, cócteles nuevos, amigos viejos, bicicletas con canasto, pintalabios besables, juegos de psicoanálisis o tiendas ruinosas donde comprarse pósters supervivientes de las mejores películas de Garci (como el de Solos en la madrugada, que es el que yo tengo en mi salón).
Pero, desde luego, lo de ser de izquierdas no.
Son décadas echándole temple a las sobremesas con familiares queridos pero exaltados. En mi santa casa son legión conservadora. Parecieron siglos explicando por qué puedo tener un móvil que no sea un walkie-talkie de los cincuenta o por qué merezco ducharme con agua caliente sin avergonzarme. Jajá.
Una vida entera de debates de brocha gorda.
Lo hemos pasado bien. Y tan mal.
En los últimos años tampoco nos ha quedado muy claro qué era ser de izquierdas. El eje hace rato que está en Alfarnate.
A Juan Marsé le llamaron botifler. A Serrat, facha. Podemos intentó en su día, incluso, quitarle el nombre de una sala de teatro a Max Aub. Delirante. Todo dios ha ido cayendo poco a poco.
Yo he criticado duramente a la lunática de Irene Montero y al proteico de Pedro Sánchez desde mi humilde tribunilla, porque soy periodista y porque tengo ojos y los uso, y me han tildado de derechona los mentecatos partidistas.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este miércoles en el Congreso. Europa Press
Una ya ha sido casi de todo en esta vida y casi que le gusta. A una le sobra cabaret.
Estoy contenta, con todo. Me gusta disentir, me gusta molestar, me gusta tener escrúpulos. Me gusta negarme a comprar ideas en bloque. Me gusta pensar cada detalle, cada tema. Siento que es síntoma de vitalidad.
Por eso se me llena la boca llamando a los sumisos sociatas con algunas de mis palabras favoritas: "Apesebrados". "Paniaguados". "Esbirros".
Hay que decirlo así: apesebrados, paniaguados, esbirros, una, y otra, y otra vez.
Hoy lo son más que nunca.
Hoy se ahogan en su propia baba, en su pereza discursiva, en su suciedad, en su célebre mansedumbre. En su necedad homicida. Son ilegítimos. Están sucios.
Pienso en aquello que decía Federico Luppi en Lugares comunes: "¿Qué soy? ¿Anarca, marxista, zurdo? Me suena antiguo. Mejor diga lo que no soy: no soy un inepto, no soy un corrupto y no me nombraron a dedo como a usted".
Quizás eso se parezca bastante a mi idea de la izquierda. Una crítica sempiterna hacia el mundo, una sospecha despierta hacia el poder.
No ser un pelota. No ser un rastrero.
Trabajar, pagar limpiamente tus impuestos y el resto gastártelo en flipar, sin agachar la cabeza. Tener imaginación para ser feliz y para hacer felices a los tuyos.
Gastar vocación internacionalista.
Defender que hay cosas que nunca tendrán precio. Negarse a que la vida y la dignidad sean objeto de mercancía. Tener un deber con los otros y con uno mismo, con esforzada honestidad.
Pelear contra aforamientos, cooptaciones, cohechos, sinvergonzonerías, privilegios. Reírse de los títulos. Procurar que la única aristocracia sea la intelectual. La de la gracia, la del talento.
Tener amigos, no socios.
Yo creo en la tradición de esa izquierda respetable, desde Anguita a Sacristán, una izquierda con autoridad, con serenidad, pero con firmeza, con memoria.
Sin adanismos, sin gilipolleces, sin eslóganes pueriles. Con cultura y con capacidad de escucha. Una izquierda que predica con el ejemplo.
Yo creo que en este país hay una masa feroz de votantes de izquierdas a los que les repugnan físicamente las intrigas y los chanchullos. Duermen bien por las noches, no evaden sus compromisos, no cogen ni el lápiz que no es suyo.
Nunca aprendieron a copiarse ni en el cole, cuando eran críos. Nunca compraron la fábula romántica del pillaje.
Para todos ellos ya es demasiado tarde. Están muertos de vergüenza ajena.
Es de una indefensión terrible, sonrojante.
Esta gentuza del Congreso nunca les llegó a la suela de los zapatos. Tal vez les votaran por descarte, pero les votaron, y se han gastado el dinero de todos en el cariño de la colega de Jordi El Niño Polla mientras se decían feministas. Si le dan propina, le esconden un disco duro y le sacan al perro.
Es descorazonador, es intolerable.
🚨 Letizia Hilton, la actriz porno que ocultó el disco de Ábalos durante el registro de la Guardia Civil. España es una auténtica locura. pic.twitter.com/l7F8kapJpe
— Capitán Bitcoin (@CapitanBitcoin) June 19, 2025
El ciudadano de izquierdas no tiene absolutamente nadie en quien confiar. Todo su espacio de voto ha sido destruido. Minado.
El ciudadano de izquierdas debe exigir que Sánchez caiga junto a sus compadres puteros.
El ciudadano de izquierdas sabe que cuando uno trabaja con dinero público, tiene que hacerse cargo, profundamente cargo, de los fieras en los que confía.
El ciudadano de izquierdas no aceptará nada que no sea un descabezamiento del PSOE, a pesar del desasosiego de que no haya sucesores fuertes.
El ciudadano de izquierdas sabe que lo que pase después de esto no será su responsabilidad, sino la responsabilidad de un Gobierno podrido.
Y, muy especialmente, el ciudadano de izquierdas no caerá en la memez del "y tú más, PP" o se tragará el sapo de Sánchez porque "prefiero a este a que gobierne la derecha".
¿Qué bajeza es esa?
El ciudadano de izquierdas, el que yo respeto, el único posible, no gusta de taparse la nariz. Siempre se rigió por valores y nunca por costes.