El primer ministro británico, Keir Starmer.

El primer ministro británico, Keir Starmer. Reuters

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Tres motivos por los que despenalizar el aborto es lo más lógico del mundo

Estamos ante el súmmum de la anulación de la mujer como ciudadana sujeto de derechos y de deberes, con conciencia y autonomía. No se le puede informar y no se le puede responsabilizar.

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La Cámara de los Comunes británica acaba de aprobar la despenalización total del aborto en Inglaterra y Gales (sólo para las mujeres: los doctores continuarán siendo castigados por la justicia) hasta el momento del parto.

Ninguna mujer podrá, por tanto, ser acusada ni juzgada por abortar en cualquier etapa del embarazo y por la razón que sea.

Lo cierto es que no podía ser de otra manera. Que las mujeres carezcan de responsabilidad penal por terminar con la vida de un hijo, incluso el día antes del parto, es lógico.

Porque esta medida consagra tres de los grandes males de nuestra época.

1. En primer lugar, la medida británica implica la consolidación del principio de autonomía personal como prioritario sobre el derecho a la vida. Importa más decidir sobre la vida que la vida misma.

Y esto es así desde que se admite el aborto como una posibilidad.

Si la vida no es vida desde el momento de la concepción, sino que depende de los límites arbitrarios que imponga el Derecho, ¿por qué no va a ser el noveno mes de embarazo un margen tan válido como otro cualquiera?

Si un feto no es considerado un ser humano más que cuando es deseado o elegido por sus padres, ¿cómo no vamos a permitirle a la mujer una ventana de tiempo y un abanico de motivos cada vez más amplios para rechazarlo?

Si el argumento que sostiene el aborto es el derecho de la mujer para decidir, ¿acaso un latido más o un pulmón mejor formado puede considerarse un impedimento?

Despenalizar el aborto hasta el momento del parto es, por tanto, lo más lógico y congruente.

2. En segundo lugar, esta medida obedece al imperio de la ideología por encima de la realidad.

Aducen sus partidarios que considerar el aborto como un delito ha provocado la persecución y criminalización de mujeres que tuvieron abortos espontáneos o que abortaron fuera de los límites permitidos sin saberlo.

El caso estrella ha sido el de Nicola Packer, quien acaba de ser declarada inocente tras cinco años de proceso por abortar en su casa un embarazo de veintiséis semanas, pensando que estaba todavía dentro del plazo que ampara la ley.

El objetivo de esta medida sería, por tanto, proteger a las mujeres, según aseguran quienes han votado a favor de ella.

No se puede, por supuesto, decir lo evidente. Por ejemplo, que cuanto más tarde se realiza un aborto, más complicaciones médicas puede sufrir la mujer.

Que Nicola Packer no se habría visto en esta situación si Inglaterra y Gales no hubieran permitido abortar en casa durante las primeras diez semanas sin una consulta clínica previa, que habría determinado su verdadera etapa gestacional.

O que hubiera permitido determinar si la mujer abortaba por voluntad propia o por presión.

A lo mejor esta nueva ley habría hecho que Nicola Packer no hubiera sido llevada a juicio.

Pero no la habría protegido del sangrado ni de la cirugía que sufrió, y que le obligó a dar a luz a un hijo muerto. Tampoco la va a proteger de las consecuencias físicas, emocionales y psicológicas que provoca un aborto.

Y no se puede, por supuesto, recordar que es absurdo decir que el aborto no está protegido en Reino Unido. Un país donde, sólo en 2024, se realizaron en torno a 300.000.

Un país en el que la causa más alegada para abortar es la salud mental de la madre, un término tan genérico y abstracto que sirve de paraguas a cualquier tipo de casuística.

Un país en el que el aborto es legal hasta la semana número veinticuatro. Hay fetos prematuros que nacen antes y son viables gracias los avances de la neonatología.

Y Dios nos libre de sugerir que quizá esta medida no proteja del todo a las mujeres, puesto que facilita el aborto casero. Si nadie me va a llevar a juicio, nada impide tampoco llamar al médico en mi octavo mes de embarazo, decir que estoy de nueve semanas y pedir que me manden a casa las píldoras.

O quizá esta medida facilite que se violente la integridad de otras mujeres. Porque no sólo existe el caso de Nicola Packer.

También existe el de Stuart Worby, que fue encarcelado después de convencer a la novia de un amigo para que llamara a un proveedor de abortos, fingiera estar embarazada y obtuviera pastillas que Worby utilizó luego para inducir un aborto a una mujer sin su conocimiento.

No perseguir el aborto es, por tanto, lo más coherente cuando lo de proteger a las mujeres es sólo la excusa de una agenda ideologizada que odia la realidad.

3. Por último, la despenalización del aborto para la mujer tiene todo el sentido del mundo en una sociedad que infantiliza a la mujer y la considera una menor de edad permanente.

Porque esta medida que aprueban Inglaterra y Gales para no perseguir a la mujer que aborta no despenaliza también a los profesionales sanitarios o a los terceros que lo facilitan. Todos son adultos responsables, menos la mujer embarazada, para la que también ha creado la ley británica un perímetro de seguridad que impide que nadie se le acerque con información a menos de ciento cincuenta metros de la clínica de abortos.

Por no permitir, no permite ni siquiera que se rece (¡en silencio!) en ese radio de distancia. Es tan frágil la conciencia de una mujer que hay que protegerla de cualquier interferencia.

Así que estamos ante el súmmum de la anulación de la mujer como ciudadana sujeto de derechos y de deberes, con conciencia y autonomía. No se le puede informar y no se le puede responsabilizar.

Decía Ratzinger que “para la razón enferma, toda afirmación de valores imperecederos, toda defensa de la capacidad de la razón para alcanzar la verdad parece un fundamentalismo”.

Y esa razón enferma acaba convirtiendo al hombre en un producto. “Y lo que se puede producir también se puede destruir”.

La medida aprobada en Inglaterra y Gales es, por tanto, la consecuencia más lógica de una sociedad empeñada en la abolición del hombre.