Conocí a Pedro J. entrevistándolo en uno de sus momentos profesionales y personales más complicados, cuando los más altos poderes del Estado, como no podían amordazarlo ni doblegarlo, quisieron matarlo civilmente. Pretendieron aniquilarlo en una guerra sucia sin escrúpulos, que jamás se ha orquestado desde las cloacas del Estado contra ningún otro periodista en este país durante toda la Democracia. Fue un encuentro duro, difícil, de preguntas directas, descarnadas, sin medias palabras, ni concesiones a la galería. Para relajar el ambiente, cuando estábamos terminando -como la fama conspiranoica le precedía- le pregunté qué prefería, si la influencia o el poder, ser influyente o poderoso, y él me contestó que su aspiración seguía siendo ser periodista. ¡Nada más, pero nada menos que periodista!
Lo era y lo sigue siendo, porque pocos como él han entendido esta profesión de alto riesgo como un sacerdocio laico, al que se entrega a diario con valentía, pasión y vehemencia sin apenas darse ni dar un respiro a los que le rodean. Su nivel de exigencia para pilotar firme el timón de un periódico en los 45 años que lleva de director es acorde a su implacable autoexigencia y eso lo comprendí en aquella primera y tensa entrevista, cuando muchos quisieron que sufriera en carne propia las más oscuras tácticas.
Hablamos un rato de lo que decía Camilo José Cela sobre que "la independencia conduce a la soledad" porque, en ese momento, muchos le querían solo, humillado, aislado y abandonado a su suerte. No eran conscientes de que su fortaleza radica en que este Ave Fénix del periodismo no necesita formar parte del grupo, el clan, la parroquia o el rebaño para estar cómodo y sentirse fuerte. "Yo soy feliz haciendo lo que hago: periodismo, y rodeado de las personas a las que quiero y con las que tengo mis lazos personales", me dijo.
Siempre que ha puesto contra las cuerdas a los poderosos con grandes scoops se ha visto a sí mismo como el pequeño, pero indesmayable DAVID capaz de batir con las pequeñas piedras de una investigación veraz al abusivo, retador y prepotente GOLIAT, utilizando como única arma letal la onda del periodismo crítico y riguroso.
Después de esa entrevista -reproducida por los más importantes medios del país- vinieron muchas otras, para dar forma a un libro donde se revelaba la trastienda de todos los escándalos que habían convulsionado la vida política española en el ocaso y caída de Felipe González. Su título, El tercer hombre. P.J. la pesadilla de F. G., reflejaba fielmente cómo la corrupción puede convertir a un gobernante que lo tenía todo en un político acorralado, cuestionado en el seno de su partido y con la Ley en los talones.
Si cambiáramos los tiempos y los nombres, esa radiografía de auténtico visionario que dibujó hace 30 años el director de El Mundo sería hoy aplicable al inquilino de la Moncloa. Francisco Umbral prologó aquel libro y me contó que tras su ruptura con Diario 16, Pedro J. le dijo que quería hacer el gran periódico de su vida porque "un periódico para él nunca será un empleo, sino una manera de estar en el mundo, y por eso se ha convertido en el gran crítico del Estado moderno y ha devuelto a la prensa la entidad de cuarto poder". "Y la respuesta del poder a este ciudadano Kane ha sido el viejo truco legendario de matar al mensajero", añadió.
Estoy convencida de que, si hoy viviera, mi querido Umbral volvería a recordar cuando Lacan empezó a frecuentar a Heidegger, el filósofo de la Selva Negra, y dijo irónicamente "el psiquiatra necesita un psiquiatra". Así, en nuestra Democracia, el creciente control machista necesita un control, y eso es lo que ha hecho Pedro J. Ramírez.
Salvador Dalí, quizás el mayor y mejor teórico del surrealismo, universalizó su teoría de la "paranoia crítica", según la cual la lectura delirante del mundo que hace el paranoico es tan válida y real como la de cualquiera. La paranoica política ha llevado a Pedro Sánchez a hacer una lectura delirante de la realidad española y de su propia gestión, que es válida para algunos españoles y para algunos medios. Ramírez ha sido el Dalí, "el psiquiatra del psiquiatra", encargado de hacer la lectura al revés de ese discurso triunfalista y distorsionado, ofreciéndonos a diario en sus portadas de EL ESPAÑOL el contradiscurso coherente e irreprochable de la realidad española.
Dice Cruz Sánchez de Lara -que él define como "la mujer que le ha demostrado que están hechos de la misma materia con la que se tejen los sueños"- que el director tiene "seguidores y perseguidores", y acierta al señalar que este hombre polémico, polemista y poliédrico, que sigue llegando el primero y marchándose el último de la redacción, mantiene intacto el espíritu indomable de aquel joven redactor que se enganchó al periodismo con el caso Watergate.
Había pasado un tiempo cuando Pedro J. me propuso hacer una entrevista semanal para el periódico. "Las quiero tan incisivas, duras e implacables como la primera que me hiciste. Se publicarán los domingos o lunes, serán de portada y la única condición es que no haya preguntas sin respuesta". Por allí pasaron todas las instituciones, los poderes del Estado y fácticos de la época, desde presidentes del Gobierno, líderes de la oposición, presidentes de las Cámaras, jueces, fiscales generales y cualquiera que conformara aquella trepidante actualidad.
Mi hija Itziar, ahora una incisiva periodista, era entonces una niña pequeña, y en su recuerdo mantiene las llamadas dominicales del director. Cuando lo echaron del periódico que fundó y el teléfono dejó de sonar, me dijo: "Mamá, hoy no te llama Pedro J., ¿es verdad que le han echado no por mentir sino por decir la verdad?". El silencio tras su salida de El Mundo fue para mí atronador, y aún se me encoge el estómago con la gran confusión de sentimientos que me produjo su marcha.
Que recuerde, sólo ha habido una vez en todos estos años en la que yo no pude escribir un artículo que Pedro J. me había encargado. Me iba de vacaciones a Gambia, cuando de ese país sólo se hablaba por los cayucos y la ablación. Al despedirme, me dijo: "Espero que te traigas un buen reportaje" (creo que en su diccionario no existe ni ha existido la palabra ocio o desconexión). Llegué a un poblado perdido donde el 90 por ciento de las niñas eran sometidas a esa terrible práctica. Cuando le pregunté a la madre de una pequeña que cómo consentía tal barbaridad me dijo, sin más, que el jefe de la tribu ordenaba tratar a las niñas que no lo hacían como prostitutas y dejaba que todo el pueblo abusara de ellas. Me quedé sin palabras, y aquello produjo en mí tal choque con la idea preconcebida que llevaba del tema que guardé mis notas y dejé aparcado el reportaje en un cajón hasta digerir la experiencia. Le dije al director que no podía publicarlo, que era incapaz de describir el choque brutal que aquello me produjo y, cuando estaba preparada para recibir una bronca monumental por no estar a la altura, me dijo que el ejercicio del periodismo tiene grandes compensaciones, pero también hipotecas y a veces cuesta comprender que, en las noticias, como en la vida, nada es como aparenta. Jamás publicamos el reportaje. Esa faceta humana y sensible de Pedro, que raras veces demuestra, es la que siempre me admira y descoloca. ¡También en eso es difícil no dejarse llevar por los estereotipos!
Pasó el tiempo y todos vivimos el nacimiento de EL ESPAÑOL con la expectación del recién nacido y la justa fama de periodista de raza que siempre acompañaba al director. Con la potente imagen del rugido de un león se presentó como un periódico al que le guían los valores de la ecuanimidad, la independencia, la pluralidad informativa y se puso el acento en su carácter crítico, universal, innovador e inteligente. Por aquel entonces, un buen puñado de periodistas que habíamos acompañado a Pedro J. en su trayectoria se habían convertido en directores de otros periódicos influyentes y habían iniciado su propia andadura. ¡Qué gran escuela de formación era estar a su lado! En mi caso, había fundado en 2006, junto a otros tres colegas, un medio digital autonómico: EL DIGITAL CASTILLA-LA MANCHA, que ya despuntaba como el líder de esa comunidad autónoma. Recibí, en plena pandemia, una llamada de Pedro, y como siempre, no se anduvo por las ramas: "Me han dicho que sois líderes en tu tierra, ¿unimos fuerzas para afianzar el liderazgo y potenciarlo con una proyección nacional?". Me mantuve unos segundos en silencio, roto rápidamente por su insistencia. "Piénsatelo, te ofrezco que seamos socios. Una nueva faceta para los dos que puede ser muy interesante y fructífera".
Meses después nació El ESPAÑOL - EL DIGITAL CLM, con una convergencia que ha sido una historia de éxito rotundo. Han pasado cuatro años desde que suscribimos nuestra alianza. Su nivel de exigencia / autoexigencia no ha mermado ni un ápice. Es el mismo que, desde Logroño, nada más terminar la carrera, consiguió ser profesor de literatura en Pennsylvania, o el mismo que The Guardian ha calificado como el periodista europeo más importante. Pedro J. Ramírez, da igual que sea mi director o mi socio, es un volcán en erupción, genio y figura. Un león al que nadie nunca podrá domesticar y en eso está el secreto de su éxito: siempre será un periodista. ¡Enhorabuena por esos 45!