Russian Red.

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Columnas DESÓRDENES

Hay una mujer en España que está estudiando el amor

El amor no es una movida física. Eso es lo que creen los tolais. El amor es, sobre todo, una movida narrativa.

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Hay una mujer en España que está estudiando el amor: esto es una asignatura pendiente.

Esto es un trabajo duro, un trabajo que dura toda la vida.

La primera vez que quedé con ella a solas nos comimos un carabinero a la plancha en una tasca de Chamberí, caliente, salado, rojo. Un milagro tenso. Hablamos un rato de él. Lourdes dijo que el carabinero era como el amor porque lo entiendes de adulta.

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El símil echó a rodar. Acordamos que nuestro marisco favorito también se parece a enamorarse en que lo mejor está en la cabeza. “Y en que te pone perdida”, añadió ella, agarrando la servilleta. Nos reímos. Celebramos ese pequeño descubrimiento y brindamos con vino blanco. En la puerta fumamos un cigarro de excepción.

No es que las mejores cosas de la vida se hagan con la boca, es que las mejores cosas de la vida se hacen desde la boca.

La segunda vez almorzamos un domingo en su casa. Yo estaba triste y enseguida se me pasó, porque la tristeza ensimisma y las chavalas curiosas no tenemos tiempo que perder. Lourdes, que firma en el arte como Russian Red, andaba preparando su show No voy a cantar Cigarettes: cuatro noches en el Café Berlín investigando las pasiones, el arrebato, el vahído, con una banda detrás, con palique y canciones propias y de otros.

Ya está todo vendido. Pero escribo esto porque cuando fui la primera de las veces (ayer sábado fue la segunda) y la vi en el escenario, sentí cosas nuevas y viejas al mismo tiempo. Digamos que lo entendí casi todo mientras ella abría una botella de champán, se descalzaba, apagaba y encendía las lámparas en escena y se dirigía al público como a un amante de una noche o a un colega de la infancia.

¿No es todo lo mismo?

¿No merecen todas nuestras aventuras una pasión a la altura de una misma?

El amor no es una movida física. Eso es lo que creen los tolais. El amor es, sobre todo, una movida narrativa.

De eso va su show y de eso va ella: “Si no estás enamorado de tus amigos, de tus amigas, qué estás haciendo con tu tiempo”. Y allí todos tragamos saliva, calibrando.

Entendí que esto va de que queremos comernos el mundo y luego volver a casa, y que ambas cosas son igual de esenciales. Entendí el hambre de días salvajes y días pacíficos. Entendí la necesidad de juego. Estamos rascando el misterio y el misterio al final sangra. Sabemos bien lo que duele un golpe de suerte. “Yo a veces me siento un soltero de oro. Se puede ser un soltero de oro a la vez que una mujer casada”, dijo. Y sonrió.

Chico busca chica. Chica busca problemas. Miraba a Lourdes cantar Soy rebelde, de Jeanette, y pensé en lo que escribió Emilia Pardo Bazán: “El quererme a mí tiene todos los inconvenientes y las emociones de casarse con un marino o un militar en tiempos de guerra. Siempre doy sustos”. Era una crooner frágil y peligrosa, como avisaba la nota de prensa.

Era Judy Garland meets Esther Perel.

Pensaba en voz alta. Cambiaba de idea. Enloquecía a la banda. Nunca había visto a una criatura tan viva. Traviesa, melancólica, inspirada, feroz, irónica, chula, fatal. Fue torera de lo suyo. No era un concierto, no era una residencia. Era una epifanía. Era como entrar en el cerebro poroso de una tía brillante. Una experiencia para valientes de la que salir magullado.

Lourdes tiene el gusto por la vida de los artistas radicales. Tiene la emoción del vivir. Tiene montada una fiesta psíquica que contagia a quien se le acerca. Hemos hablado alguna vez de que nos sentimos como si tuviésemos todas las cosas, todas las posibilidades del mundo en la cabeza, y ya no distinguiésemos si vienen del pasado o del futuro, de la imaginación o de la memoria. Como dice ella misma de cachondeo: “Pero bueno, con quién no he tenido yo una historia, real o imaginaria”.

Recitó Y sin embargo, de Sabina. Cantó Historia de un amor. Y Hey, de Julio Iglesias: “No creas que te guardo algún rencor. Es siempre más feliz quien más amó, y ese siempre fui yo”.

Jugó con el sofá. Se tumbó en él, se meció mientras explotaba El mundo, de Jimmy Fontana: “Abrí los ojos para ver en torno a mí, y en torno a mí giraba el mundo como siempre”.

Un sofá es una isla.

Una mujer es una isla.

Lourdes era todas las mujeres teatrales, todas las mujeres que hablan solas, todas las mujeres que nos movemos en casa como si alguien nos mirara (todas las mujeres fuertes que ruedan en el sofá en el que antes han hablado y amado y donde ahora se escuchan a sí mismas), porque ser mujer es una cuestión de movimiento. Era de una intimidad compartida, y, al mismo tiempo, nadie más podría haberla generado.

Lourdes sabe cosas, cosas importantes, como que la gente es guapa cuando te gusta, y no al revés. Su inteligencia es intuitiva, y es simbólica, y es poética. Sabe, como Fleabag, que es increíble cuánta esperanza se necesita para ser un romántico. Y sabe que todo está por delante. En tres semanas estrena Anoche en la azotea, su primera obra de teatro, en la Sala Réplika.

Yo diría que Lourdes es alguien a quien escuchar y a quien mirar cuando estás fantaseando con tu suicidio buscando en Google y comiéndote una lata de berberechos un lunes por la tarde.

Yo la recomendaría siempre a los que coquetean con la muerte para que entiendan qué excitante puede llegar a ser sentir sobre uno el peso de la vida.

Hay noches que ni se nota. Y uno vuela bajito.