El Papa en el metro cuando era sacerdote.

El Papa en el metro cuando era sacerdote.

Columnas DESÓRDENES

Qué bueno que viniste: gracias al Papa Francisco, que tuvo calle y nos acogió a todos

Francisco era un tipo con buen humor, con una mirada piadosa y alegre, fluvial. Qué bella su rebeldía pacífica. Tumbó a los altivos y a los crueles. 

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Hace poco me reía con un tuit que decía algo como: "Yo de adolescente: 'La única iglesia que ilumina es la que arde'. Yo en 2025: 'Aguante, Papa, carajo'".

El Papa Francisco.

El Papa Francisco. Reuters

No queríamos que se fuera. Hoy estamos de luto los muchachos espirituales y un poco heterodoxos a los que nos mola El Bien. Lo estamos buscando siempre en sitios minúsculos, en un poema o en un bolerillo, o en las mañanas de frío y sol, o en el olor a pan caliente de las dos de la tarde en la calle larga, o en las cosas frágiles y hermosas que protegemos con todo nuestro cuerpo.

Hace rato despreciamos las jerarquías. Creemos, como Whitman, que "una brizna de hierba no es inferior / a la jornada de los astros". Nos interesa lo pequeño, lo olvidado. El mundo nos parece un espectáculo. Desgajamos una mandarina y nos deja picuetos la perfección de las cosas. Nos gusta mirar a los pájaros que picotean en nuestra mesa de la terraza y nos gusta la cúpula de la basílica de San Francisco el Grande, en La Latina. Creemos en la amabilidad.

Defendemos que el misticismo ensancha el mundo.

Sabemos que la gente está más guapa cuando va por la vida sin joder a nadie. Nos sentimos más nosotros mismos cuando somos buenos. A veces necesitamos del silencio para escuchar la otra voz, que tintinea cuando nos enamoramos como una alarma para los milagros. La conciencia es un examen diario. Hay una ética por la que dar la cara. Dormimos a pierna suelta por las noches.

El Papa Francisco nos dijo que todo esto estaba bien y que éramos bienvenidos. Nos hizo sentir cómodos y mirados. Se nos había tratado como a criaturas de segunda por no comulgar los domingos.

Pero él amplió la Iglesia, la peinó para volverla más suave, le inyectó ternura.

Ensombrece que se mueran los hombres buenos, los hombres divertidos. El Papa Francisco era alguien que conseguía que los demás se sintieran bien. Esto es grande, esto es revolucionario.

Era un tipo con buen humor, con una mirada piadosa y alegre, fluvial. Qué bella su rebeldía pacífica. Tumbó a los altivos y a los crueles, a los cristianos que expulsan y juzgan (él los llamaba "los infiltrados"). Les quitó el cetro que ostentaron durante años.

Esa canalla ya no nos da el carné de nada.

Dejó que el viento le volara el solideo, dejó que se lo quitaran cariñosamente los niños. No se dio mucha importancia. Se rió de casi todo. Le quitó prestigio a la rectitud y se lo concedió al esparcimiento. Fue ingeniero químico y portero en clubes de tango y fue migrante y fue teólogo y fue humanista.

Una vez se encandiló por una muchachilla y la tuvo una semana entera en la cabeza, pero amaba más a Dios, porque está hecho de estrellas y el cosmos siempre gana.

Votó a Ratzinger como Papa cuando él iba segundo en las votaciones. Decidió vivir en la Casa de Santa Marta en vez de en el palacio Apostólico Vaticano. Puso, por fin, a los débiles en el centro. A los pobres en el centro. A los marginados en el centro.

Así se ganó nuestro respeto. Rechazando los lujos, las pompas, el boato. La tontería. La soberbia del viejo clero y sus labios permanentemente fruncidos de disgusto.

Nos explicó, básicamente, que teníamos que relajarnos. Respetó los rituales y los símbolos, pero colocó por encima de ellos a los seres humanos.

Bebió en pajita. Se vistió de civil. Acunó a los presos. Trabajó hasta el último día.

"La Iglesia de santos no sé dónde está. Acá somos todos pecadores". Chimpún.

Segunda bala: "Los pecados de la carne no son los más graves, sino la soberbia y el odio".

Tercera: "Es mejor ser ateo que un mal cristiano". Madre mía. Dios salve el rap.

Defendió a los homosexuales y dijo que la Iglesia debía pedirles perdón. A ellos y a las mujeres. Puso en práctica esas disculpas nombrando a Raffaella Petrini presidenta de la Gobernación del Vaticano. Primera vez en la historia que una mujer ocupaba ese cargo.

También dijo cosas que me gustaron menos. No estaba de acuerdo en todo con él y no hace falta. Le estoy agradecida por sus palabras y su ejemplo cálido. Por pelear contra la pederastia y expresar su "vergüenza" al respecto, por quitarle poder al Opus Dei, por sus oraciones por Gaza estando ya muy enfermo, por defender "los derechos de los pueblos, la dignidad de los pobres y el respeto al medioambiente" por encima de "la libertad de mercado".

Por rechazar la política migratoria de Trump.

Por tener calle y usarla.

Por tu Ad charisma tuendum ("para proteger el carisma").

Por ser duro con los poderosos y bondadoso con los insignificantes.

Por enseñarnos que discutir es parte de la existencia, pero irse a dormir habiendo hecho las paces es necesario.

Por ser tan inteligente, por tener tanto cachondeo, por ser tan didáctico hablando de María como la 'influencer' de Dios o de que las noticias falsas nacieron en el Génesis con la mentira de la serpiente.

Por disfrutar del baile y del fútbol. Por la vida austera y feliz.

Jorge Bergoglio, anoche Dios resucitaba y tú morías. Seguro que os cruzasteis por el pasillo y os chocasteis las manos.

Qué bueno que viniste.