Churchill y Zelenski, saliendo de la Casa Blanca.
El chándal de Churchill y el chándal de Zelenski
De poco sirven los abrazos a Zelenski si no van acompañados de un incremento del PIB en Defensa, no ya para cumplir con los estándares que marca la OTAN, sino para superarlos.
Justo cuando salía Zelenski de la Casa Blanca, me enviaba una foto Díaz-Ambrona, el más ácido de los viejos ministros de la UCD. Apareció Churchill en mi móvil, embutido en una especie de mono a medio camino entre el mecánico y el militar; así era el chándal de antes.
Todavía recuerdo el día que el abuelo, con más de ochenta, regresó emocionado del Decathlon. Nos dijo: "He descubierto el chándal".
La foto de Churchill (me decía Ambrona) era de una visita a la Casa Blanca. Inglaterra estaba en guerra.
Sir Winston se presentó así por dos razones: la solidaridad con sus tropas y la pedagogía mundial. Había que mostrar al planeta que Europa no disfrutaba de la misma normalidad que los Estados Unidos.
Ese señor de chándal, al salir de la reunión, iba a regresar a un lugar donde caían bombas y las madres despedían llorando a esos hijos que perdían el nombre para convertirse en carne de cañón.
El chándal de Churchill era el chándal de Zelenski.
Zelenski se dirige al vicepresidente Vance en la Casa Blanca. Reuters
Habría que escribir un libro y entrevistar a mil sociólogos para explicar por qué a Truman y a Roosevelt no se les pasó por la cabeza mofarse de la vestimenta de su invadido interlocutor. La risa ante el chándal, que es la risa ante Europa, es el signo de este tiempo.
Viendo a Churchill en Washington, en la foto enviada maliciosamente por el viejo ministro, pensé en De Gaulle. En concreto, en los pocos metros que separan, allí donde empiezan los Campos Elíseos, las estatuas de sir Winston y el general.
Es emocionante contemplar cómo duchan las estatuas de París, casi como se dice que Jesús lavaba los pies de sus discípulos. En España, las cagadas de paloma colorean las azoteas de nuestros héroes durante meses.
Pensé en De Gaulle, que también era un hombre solo, y que viajó a Londres con menos esperanza todavía que el Zelenski que llegaba a Washington. Se presentó ante Churchill como el líder de "la resistencia". Sir Winston le preguntó quién formaba esa resistencia. El general le dijo la verdad: "La resistencia soy yo".
Entonces, llegó la frase que condensa la emoción (y la generosidad) de Europa: "¿Está usted solo? Pues solo le reconozco".
La política ya era dinero, pero no era sólo dinero.
Comenzó a fraguarse una relación difícil en la que siempre predominó la defensa del orden occidental por encima de todo. Pese a las presiones internas, Churchill invirtió fuerza y recursos en esa inexistente resistencia francesa.
Invertía en un símbolo con poca garantía de éxito.
En aquel discurso mitificado de la BBC (casi nadie lo escuchó realmente en directo), estaban las palabras del general, pero también la puesta a disposición de Churchill. Toma esta radio y dirígete al mundo libre.
La relación entre los dos no fue fácil. Eran terriblemente distintos. De Gaulle se ponía muy nervioso pasando revista a las tropas con Churchill porque sir Winston se detenía a mirar a los ojos a cada soldado.
Ambrona, el viejo ministro, mira la foto que me envía con admiración contemporánea. Cuando siendo un chaval viajó a Londres, fue a la tribuna de invitados de la Cámara de Representantes para ver a Churchill de carne y hueso.
Me pregunto mientras escribo: ¿A quién admiraremos nosotros dentro de cuarenta años? ¿De verdad no será posible rescatar a nadie?
Antes podía responderse que nuestra Europa, la del siglo XXI, era la Europa de la paz, y que en esos contextos no nacen los líderes. Para que nazca un líder (con una visión algo belicista, pero también realista del mundo) podría decirse que hace falta una guerra, una transición, una paz conseguida.
Hasta aquí el tentador relato de la nostalgia, el de "cualquier tiempo pasado fue mejor".
Pero Europa tiene una oportunidad de desprenderse del merecido estigma con el que se le castiga. Esas reuniones de líderes burocráticos incapaces de movilizar un elefante viejo y devorador de recursos que duerme mientras el mundo arde a su alrededor, cada vez más cerca.
Ninguna solución parece factible sin la participación de Estados Unidos, ¡pero existen tantas oportunidades! De poco sirven los abrazos a Zelenski si no van acompañados de un incremento del PIB en Defensa, no ya para cumplir con los estándares que marca la OTAN, sino para superarlos.
En este periódico se han publicado muchos análisis acerca de la distribución de los Presupuestos del Estado y la tan necesaria racionalización del sector público. Un verdadero líder europeo debe ser capaz de articular en su país una propuesta política que nos coloque al ritmo de un tiempo que nos está arrasando.
No debería ser tan difícil. La situación, de hecho, podría ser mucho peor. Ni siquiera hay que reimplantar la mili. Tan afortunados somos que podemos empezar con un ejercicio de ingeniería política y económica: dedicar a lo importante lo que hoy se dedica a lo inútil. Hace falta arrojo, consenso.
¡Ay si Sánchez canalizara en la dirección correcta su obsesión por pasar a la Historia!
De Gaulle se preocupó por reafianzar en los franceses eso que llaman la grandeur. Con un país en plena revuelta social, con un Parlamento imposible, Macron está espoleando a Europa para que no se quede atrás en la geopolítica, en la inteligencia artificial.
Macron y Starmer. De Gaulle y Churchill.
No fue europeísta De Gaulle. Hasta los más grandes se equivocan. No creía en Estados Unidos como aliado. Hoy se levantaría de la tumba para decirnos: "¡Tenía razón!". Pero aquel Estados Unidos no era lo que es hoy.
El mundo de ahora, lejos del sangriento siglo XX, se mueve por una concepción "librecambista". Es un nuevo juego liderado por Trump y Xi Jinping.
No es la protección de Occidente lo que condiciona una ayuda militar de Trump, sino el dinero que puede reportarle. El negocio. El balance de cuentas. "Que se acabe ya lo de Ucrania, que tengo que centrarme en la batalla con China", es la manera de resumir el pensamiento Trump.
Por eso Trump no veía en Zelenski al líder de la resistencia. No veía a un político elegido por sus ciudadanos que, cuando empezaron los bombardeos, pudo haberse marchado al exilio y haber rendido su país. Los americanos enviaban las armas, ¿pero quién las empuñó?
Trump no veía a un héroe contemporáneo. Veía a un pobre. Y le trató como a un pobre.
Lo explicaba con muchos datos e intervenciones Cristian Campos el otro día en este periódico. Europa todavía no ha conseguido superar la fase "Trump está loco". Trump es mucho más que eso. Es mucho más peligroso que eso. En él no operan los valores atlánticos que por cierto tampoco operan a la hora de la verdad en nuestros líderes europeos; inmóviles e incapaces ante el nuevo tiempo.
Con la mera diplomacia, sin aumentar siquiera los efectivos, podría empezar a gestarse un ejército europeo. Sería una manera de recordarle a Rusia que también conocemos su lenguaje. Las sanciones no han frenado al tirano de Moscú. ¿Por qué no mostrarle otra cara?
Trump nunca atacará a Europa, nunca romperá realmente con ella. Pero todavía podemos decidir si la respetará o no.
Hay que demostrarle qué significa ese chándal. Zelenski no agachó la cabeza, no calló. Es hora de que Bruselas levante la barbilla y se atreva.