
Donald Trump en una reunión en Washington. Reuters
¿Tan hartos estabais del wokismo?
En España, las últimas encuestas no sólo no reflejan ninguna ola del antiwokismo (aquí "antisanchismo"), sino todo lo contrario.
La ideología woke, que ya es agua pasada, no era más que el síntoma de una izquierda derrotada y desfondada.
Después de la caída del Muro, la izquierda perdió la legitimidad moral porque había que ser muy tozudo para seguir defendiendo sus tesis redentoras y su economía planificada con el ejemplo de la miseria soviética.
Pero en lugar de verlo como el síntoma de una derrota y, por tanto, como una victoria segura, muchos lo han vivido con tanta intensidad como desesperación.

La exministra de Igualdad, Irene Montero, frente al Congreso de los Diputados cuando se aprobó la Ley Trans.
Me pregunto si no será porque en realidad participaban y se alimentaban de aquello que criticaban.
Sea como fuere, lo cierto es que la ideología woke era un espantajo innane que, sorprendentemente, ha servido para justificar un aglomerado de autocracias que lo único que tienen en común es el desprecio al marco democrático surgido después de la Segunda Guerra Mundial.
Y si no, díganme qué tienen en común el neomacartianismo de Donald Trump, el nepotismo de Nayib Bukele, el anarcocapitalismo de Javier Milei, el estalinismo de Viktor Orbán, el maurrasianismo de Marine Le Pen, el neonacional nacionalismo del SfD y la nacional indefinición de Santiago Abascal.
En ese saco no cabe una contradicción más.
Hay que estar muy harto de la ideología woke para que encaje la motosierra y el desmantelamiento del Estado con la nacionalización de los medios de producción e información (incluida la natalidad) de Orbán.
Para aplaudir los aranceles de Trump y defender a los tractores.
No encaja. Les parecía bien el belicismo demócrata, al que oponían los años de paz de la administración Trump, pero ahora su ídolo inicia una guerra comercial y les parece bien. "Pendulazo", lo llaman.
No es posible que les parezca mal el nacionalismo catalán y el vasco, y aplaudan con fervor el de los Patriotas de Europa. Que defiendan sus fronteras con muros y vallas, pero les den igual las de Ucrania.
Te tiene que doler mucho la muela para ir al dentista, o al menos ese es mi caso.
Por eso me puedo poner en su lugar e imaginar el inmenso dolor que han debido de padecer con tanto negro protagonista de Disney y con esas lesbianas en las series de Netflix, con todo lo que han debido de cancelar sus libros, y el acoso que han debido de sufrir a las puertas del colegio de sus hijos, para que ahora quieran que todo se vaya al carajo y celebren una nueva era de libertades garantizadas por una serie de personajes que lo único que tienen en común es el desprecio al orden que les ha permitido decir lo que dicen y estar donde están.
Es el problema de las actitudes reactivas. Lo que está sucediendo me lo explicó un gran cínico que trabaja en la élite financiera: "Aquí lo que pasa, tío, es que la peña quiere que todo se vaya a tomar culo".
Este no-argumento, cínico y crudo, me parece más razonable que todo lo demás. Es normal que si piensas que ya no queda nada por conservar, te parezca bien una voladura controlada del sistema.
Lo que no es normal es que pienses que no merece la pena conservar nada de lo que tienes. Eso, amigo, no es nada normal.
¿Ese mismo hartazgo es el que explica que alguien pueda concebir una coalición ganadora entre el PP y Vox?
La verdad es que no se le puede negar a la izquierda el enorme poder que tiene para evocar en el bloque antisanchista los monstruos mitológicos más inverosímiles. La izquierda produce efectos lisérgicos en el bloque de la oposición.

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Europa Press
El problema es que ven una ola, y a ellos en la cresta, pero no hay tal cosa. Hay que tener mucha imaginación (o desesperación) para unir esos puntos inconexos y que salga la figura de la libertad.
No se está produciendo un "pendulazo" de la opresión woke a la libertad guay. Y el cabreo y la ansiedad no les permite verlo.
En España, donde tenemos un contexto electoral muy diferente al americano y al europeo, las últimas encuestas no sólo no reflejan ninguna ola del antiwokismo (aquí "antisanchismo"), sino todo lo contrario.
El bloque antisanchista no crece, y el enorme bloque de la indecisión, llegado el momento, y visto el espantajo, se tapará la nariz y votará sanchismo.
No hay ninguna ola. Aquí hay una resaca fuerte, de esa que te chupa hacia el fondo y te ahoga. Yo no la surfearía.