No quiero vivir en un mundo donde tenga que elegir como referente a Inés Hernand o a Bianca Censori. O sea: susto o muerte. Yo creo que un día de estos vamos a reventar de caspa.
La primera ha enseñado los pechos en una fiesta tras del Benidorm Fest. Una fiesta "privada", dijo al principio. "Semiprivada", dice ahora. Una fiesta, en realidad, donde estaba hasta el del tambor (club de fans del festival, periodistas, equipo artístico y participantes), con escenario, luces, micrófonos, parafernalias varias y un ejército de móviles compartiéndolo todo en redes sociales.
Hernand está a dos cafés de decir que es una víctima y que estas son imágenes robadas que buscan humillar a una mujer libre como ella. Estoy de acuerdo en la primera parte: es una víctima de sí misma y de su ego descontrolado. Menos mal que hace rato que aquí nos conocemos todos y sabemos de su célebre oportunismo. Inés Hernand es el histrión, es el "mírame, por favor", es más, es el "haré lo que sea necesario para que me sigas mirando". Es desagradable tener que contemplar esta constante huida hacia adelante.

Kanye West y Bianca Censori en los Grammy.
Inés es una maestra del hacer caja y llamarlo activismo (cuando el activismo se caracteriza, sobre todo, porque empobrece y margina, porque dificulta la vida por buenas razones que trascienden a uno mismo). Ella es una artista de lo suyo: machacar opresiones y dárnoslas de comer en papilla a los avasallados mientras es su cuenta corriente la que engorda.
En los Premios Ídolo, dijo: "Represento el progresismo, antiracismo, feminismo, anticapitalismo". Coño, casi nada. Y siguió: "Cuidado, la extrema derecha avanza. Alto el fuego en Gaza". Todo sin ruborizarse.
Cuando cubrió lamentablemente la alfombra de los Goya y fue criticada por sus rebuznos, contestó dejándonos un link para apoyar a Palestina, como diciendo "¿veis, chusmilla? Soy una buena persona". Es sonrojante. No conoce la autocrítica.
Ahora quiere hacernos ver, dentro de su habitual literalidad ideológica, que su despechugue en el Benidorm Fest representa a las mujeres de izquierdas que celebran la vida y enseñan, entre cánticos, mamas que ignoran al canon sexual.
Ha aprovechado su comunicado para regañarnos y decirnos que no se presta bastante atención al cáncer de mama: su estrategia de siempre, meternos en el ojo su dedazo ansioso de viralidad y luego decir que no estamos mirando lo importante.

Inés Hernand en la fiesta posterior al Benidorm Fest.
A mí las tetas de Inés hernand no me epatan ni me molestan para nada (y asco me dan los incels que las ridiculizan por su tamaño), pero hacer de esa performance de bajo nivel un asunto objeto del feminismo me parece barato y chiflado. Me avergüenza. Me cansa. Me insulta.
En el fondo, su desnudo se parece bastante al de Bianca Censori, por mucho que nos los quieran vender como antagonistas políticos (uno de una mujer sola, otro de una presunta mujer-objeto de la mano de su marido completamente vestido; uno entre risas y vítores, otro sellado por un gesto serio de esclava; uno, sin ánimo de sexualizarse, otro, coqueteante con la pornografía): lo mismo son, porque ambos han sido usados para la autopromoción, para pasar la gorrilla, para alimentar al producto que les repercute económicamente... y que son ellas mismas.
Ya no somos tan núbiles como para creer que ningún teatro de ese tipo se hace de forma libérrima ni por amor al arte. Alimentan una falsa dicotomía entre la izquierda y la derecha neoliberal, es decir, entre el desnudo reivindicativo y el excitante. Todo esto es ridículo.
Ninguno de esos dos desnudos son feministas: sólo tienen intención lucrativa. Son rueda. Son sistema. Son trampas burdas del repugnante mundo moderno. Todo lo vacían de significado. El único símbolo oculto aquí es el dólar o es el euro, que ahora adopta la forma de sus pezones.
Todo me desagrada en este marco tan palurdo, en este juego tan sobado. No quiero enriquecer más a estas señoras que se quitan el sujetador y nos ponen a teorizar encendidamente sobre moral, estética, represión o hipersexualización. No se merecen esta altura en el debate. Cualquier cavilación filosófica les queda muy grande.
Como a mí me gusta decir: para ser la sociedad del espectáculo, el espectáculo está siendo lamentable.