Llegó el alto al fuego, temblaron los últimos rayos del atardecer y la emoción arrasó en las calles.

Era el 7 de octubre de 2024, cuando Hamás perpetró un acto de terrorismo que pasará a la historia de la infamia. Se celebraba el concierto del amor Nova, un espectáculo que acabó convirtiéndose en un canto la muerte. Y así fue.

Lo que sucedió a continuación está en los anales del terror. La pesadilla duraría hasta el domingo, 19 de enero, fecha señalada para el alto al fuego, cuando Israel y Gaza se intercambiaron los presos y la vida siguió igual, con Trump echando una manita. La intervención del nuevo presidente USA avasalla en los cenáculos israelíes. Israel no perderá el oremus por Trump, pero Trump puede perderlo de las orejas transparentes, ese individuo llamado Netanyahu que busca la ruina de Oriente Medio.

Hablando de ruinas, Netanyahu tiene bien memorizadas las cifras. Desde que empezó la guerra han muerto 50.000 gazatíes y han malvivido otros tantos. Los bombardeos de la aviación israelí han dejado la franja de Gaza lisa como la palma de la mano. Una catástrofe humanitaria de proporciones espeluznantes.

En el reparto de culpas hay que atribuir su parte a los terroristas de Hamás, responsables de la construcción de túneles kilométricos donde estuvieron encerrados los rehenes. Por cierto, los muertos también cuentan. Si los milicianos de Hamás tuvieron la delicadeza de montar hornacinas funerarias para los difuntos, también habría que hacer nichos de cristal para guardar las cenizas.

Dos niños juegan al calor del fuego junto a un edificio en escombros, este lunes en Jan Yunis.

Dos niños juegan al calor del fuego junto a un edificio en escombros, este lunes en Jan Yunis. Reuters

El domingo 19, a la hora del crepúsculo, en Jerusalén no cabía un al alfiler. Todo el mundo se había echado a la calle para el recibimiento de tres jóvenes rehenes: Doron, Romi y Emily. La peor parada fue Romi, secuestrada en el kibutz donde vivía. Amante de los animales, a ella se la llevaron junto a su fiel compañero: el perro. Romi acariciaba al animal cuando uno de los terroristas lo mató de un disparo. No satisfecho con eso, fue más allá: a la salida, el público pudo ver que la joven tenía dos dedos amputados.

La multitud estallaba. Cerca de las rehenes estaban los milicianos, adornados ellos con cintas verdes en la cabeza y levantando las armas al aire para expresar su exaltación. Gaza ha vuelto al mapa. La tarde del 19, cuando en los corazones de la gente bullía el alto el fuego, muchos creyeron que volverían a nacer. Tal vez fuera un espejismo, una zozobra nocturna, una fantasía, pero también hubo quien se lo tomó en serio.

En aquellos malditos días de octubre los vecinos de Gaza descendían franja abajo camino de Egipto. Iban cargados con sus enseres y tiraba de ellos un burro que a su vez soportaba el peso de un carro con toda la familia dentro. Querían hacer la ruta de Egipto, pero no llegarían ni siquiera a Rafah, donde siempre había hileras de camiones para alimentar a media humanidad.

Mayores y pequeños permanecían junto a los camiones que iban llenos de fruta y de sacos de garbanzos, ciruelas, arroz, pan y queso, verduras, dátiles y garrafas de agua potable, junto a un enjambre de niños que levantaban sus brazos reclamando comida

Algunas familias regresaban a Yabalia, pero normalmente se detenían en Jan Yunis donde aprovechaban la ocasión para visitar a unos amigos que les proporcionaban un jergón para pasar la noche. A mitad de trayecto, impactaba la presencia destartalada de un hospital que abastecía a la población. Las bombas lanzadas por los aviones israelíes causaban continuos destrozos y en el hospital ya no quedaba ni una pizca de algodón para las heridas.

Gaza se caracteriza por su pobreza, pero presume de noble y pone nombres pomposos en las fachadas de las viviendas sucias. La Avenida es un paseo amplio y bien asfaltado que separa los barrios de callejuelas apretadas, con tejados de uralita, de la zona menos triste. Las casas dejan de ser ruinosas y las calles presumen de tiendas con escaparates.

No existen comercios de ropa ni de zapatos. Tampoco jugueterías ni agencias de viaje, pero muchas tiendas que venden joyas de oro. Es un oro de mentira, amarillo y chirriante, muy del gusto de las novias. También abundan las tiendas de váteres. Allí son casi objetos de lujo, como los yates.

Saliendo de Yabalia nos sorprende el desahogo del Paseo de Gaza, donde confluyen las calles adyacentes, con los nombres de sus mártires y sus caudillos. Huele a polvo. Antes olía a neumático quemado, pero eso ya no se lleva. Si la guerra dura más, sólo oleremos la nada.