Ese dolor de cuerpo que llega sin avisar. Ese entumecimiento de huesos que ni el paracetamol de un gramo logra quitarte. Ese pesar de párpados, esas ganas irrefrenables de dormir y dormir, de dormir vestido, de caminar por la calle en la madrugada cuando todos duermen, de borrarse de Whatsapp, de abandonar el camino; esa tristeza es la que me dan los libros de recepción de hotel. La inmensa soledad de los libros de hotel es motivo de decreto ley.

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“Hace frío, estoy lejos de casa” cantaba Andrés Calamaro que el 31 de mayo arranca gira española. La tristeza es una y mil a la vez. Sabemos de la saudade -soledad, nostalgia- a la que cantaba Tom Jobim, el Valse Triste de Sibelius la pena de escuchar a Antonio Vega en Como Hablar de Amaral, con su voz de adicto desdentado. Si no conoces la pena del corazón roto es que aun eres joven y te queda mucho. Escribía esta semana Milena Busquets en Substack, su blog de pago (5.83 al mes, 70 euros año), que el mundo se divide entre aquellos a los que les han roto el corazón una vez y a los que se los han roto muchas. No estoy abonado pero tan, tan de acuerdo. Pocas tristezas tan profundas, y quien piense que exagero que me deje exagerar, que la contemplación de esos libros aparcados en la recepción de un hotel, que nadie ha leído, que nadie leerá y que nadie ha elegido. Los libros huérfanos son tanto o más huérfanos que las personas. No tienen ni padre ni madre que los tutele; ni mascota que les enternezca, ni siquiera padrino que les busque biblioteca de pueblo. Algunos han sido editados solo para eso, para venderse al mayor. ¿Sabías que las editoriales tienen una línea de negocio tan sólo para vender libros en estos circuitos? Ríete tú de cuando La Felisa compraba los libros a los estudiantes al peso.

Imagino estos días como será la biblioteca de la Casa Forbes -Forbes House - y con los ojos cerrados, pensando en referencias, me vino a la cabeza la desazón temblorosa de libros abandonados en hoteles y restaurantes. Hay hoteles que los hierran con un sello para que los huéspedes no se los lleven. Los marcan como al ganado pero sin darles recebo. A menudo, robo alguno, sobre todo de segunda mano, que me encuentro en algún hotel de viaje y que me gusta su edición. Pienso que estará mejor en casa, donde nuestra biblioteca está viva, muy viva. Lo adopto. Le ayudo a meterse en la pequeña maleta de cabina de Vuitton a escondidas y se viene a Madrid a vivir. No es un hurto, es acogida… un prohijamiento.  Lo empadronamos al lado de los demás y en unos días ya no se distingue si vino huérfano. Tengo libros buenos en casa, los libros también pueden ser buena gente, lo aceptan rápido y no le piden pedigrí. 

De niños nos reíamos de las tiendas de decoración que exhibían aquellos libros falsos que solo tenían lomo y por dentro estaban huecos, en Muebles La Fábrica. Recuerdo la tienda de muebles La Fábrica que ardió en la calle Alcalá, cerca de Manuel Becerra. Recuerdo como uno de los momentos importantes de mi vida la visita a la casa en la calle Londres de uno de mis mejores amigos de infancia Zoltan Américo Ronai Medina, el hijo de un exiliado húngaro de la Segunda Guerra Mundial que trabaja en el departamento de radio exterior de España, casado con Isabel, una española. Su casa estaba llena de libros, de libros leídos, de libros sobados, su casa no tenía televisión, su casa tenía una terraza llena de plantas, su casa era un hogar. Aquella biblioteca marcó mi destino sin que yo lo supiese entonces. 

Conozco a los mejores hoteleros de este país: a la familia Escarrer y a los admirados Fluxa. A los Piñeiro, a muchos otros. Sé que piensan lo mismo. Conozco a los grandes interioristas, a Lázaro Rosa Violan (59), a Mafalda Muñoz y Gonzalo Machado (desde Casa Muñoz firman el interiorismo de Forbes House) y muchos más. Sé que piensan como yo. Por eso he decidido que seré, al menos en su nacimiento, el bibliotecario de Forbes House y estoy preparando una biblioteca de libros, usados, sobre el poder. No obstante, he comprado ya en la Cuesta de Moyano, un Cossío completo, no sé si irá en esa biblioteca o lo pondremos…en la cocina o el baño, donde los actores guardan los Goya.

¡Abajo los libros de hotel! Nada en contra de los buenos Coffee Table Books, esos libros de sobremesa que adoro y compro con regularidad aunque luego maldigo porque tienen un tamaño que lo agiganta todo y convierte cualquier casa en un apartamento liliputiense. Me brindo a curar bibliotecas, en lo que el tiempo me permita que sé que es poco. Y a usted lector viajero, no se aloje en hoteles que presuman de hogareños con libros falsos. Los libros falsos son para viajes falsos. Y ¡atento, ojo avizor! a aquellos que merecen ser adoptados… y a la maleta. Sugiero un bookcrossing -dejar libros abandonados en los hoteles para que otro los coja y llevarse otros- así que si te sientes mal por llevarte uno, pues mete uno en tu maleta, dejas uno y te llevas otro. Buen viaje lector furtivo.