Unas Naciones Unidas que demostraron su impotencia y complicidad durante cuatro años —de 1992 a 1996— mientras en Sarajevo se producía el asedio más largo de la historia moderna; unas Naciones Unidas que, ante la limpieza étnica llevada a cabo por los serbios en Kosovo, dejaron que una alianza militar, la OTAN, hiciera el trabajo por ella y ya en 1999 detuviera finalmente la masacre.

Unas Naciones Unidas que, ante el millón de muertos del genocidio de los tutsi en Ruanda, tuvo una actitud extrañamente pasiva y redujo sus efectivos de paz cuando debería haberlos incrementado y sólo los aumentó para exiliar, ya al final, a los responsables de la carnicería.

Unas Naciones Unidas en las que se llevó al límite el absurdo, o el cinismo, o ambas cosas, cuando se toleró que, gracias a la rotación regional de los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, el Estado de Ruanda gozara de un asiento en el Consejo en los meses en los que se producían las masacres de las que era responsable.

El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, durante la sesión dedicada a los ODS de la cumbre de alto nivel de la Asamblea General, el pasado septiembre en Nueva York.

El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, durante la sesión dedicada a los ODS de la cumbre de alto nivel de la Asamblea General, el pasado septiembre en Nueva York. Mike Segar / Reuters

Unas Naciones Unidas que ha pasado a los libros de pérdidas y ganancias de la Historia los millones de muertes acumuladas de Timor Oriental, de Darfur, de Somalia y sus tierras de sangre, de los conflictos olvidados de Angola, Burundi, Sri Lanka y Sudán, y así sucesivamente, aunque me limito a las guerras que conozco por haberlas cubierto en primera persona.

Unas Naciones Unidas en cuyo seno, en los últimos días, Arabia Saudí ha sido elegida por unanimidad para presidir la Comisión de Derechos de la Mujer durante dos años, aunque sus tímidas reformas en este ámbito no hayan convertido a este país en lo que se dice un ejemplo a seguir en temas de feminismo.

Unas Naciones Unidas en las se concede a la República Islámica de Irán la presidencia de la Conferencia de Desarme, que concluye a finales de mayo, y eso que Irán ha llegado a la penúltima etapa de su proliferación de armamento nuclear, con el chantaje que dicho movimiento conlleva.

Unas Naciones Unidas en las que China, campeona del mundo de la biopolítica y de la sociedad de control, la encarnación misma del sistema totalitario más sofisticado del planeta, firma el genocidio de sus musulmanes uigures y de lo que queda del pueblo tibetano dentro de las fronteras de su imperio.

Unas Naciones Unidas en la que esa China entra con honores en el Consejo de Derechos Humanos, donde la precedieron otros florecientes paraísos de la democracia como Pakistán, Uzbekistán y Cuba.

Unas Naciones Unidas cuyo Consejo de Seguridad ha sido incapaz de hacer nada en los últimos dos años para detener la guerra que agrede a Ucrania. ¡Y cómo no! Rusia tiene derecho a veto en el Consejo de Seguridad, un veto que va aparejado a su condición de miembro permanente, ¡que ya he demostrado en este espacio que no tiene base legal alguna!

[Israel se vuelve contra el mundo: aislado por la ONU, se retira de las negociaciones de Qatar]

Unas Naciones Unidas que, cuando los Einsatzgruppen de Hamás invadieron Israel y cometieron la mayor masacre de judíos desde la Shoah permitieron que la vicepresidenta de su comité responsable de los derechos de la mujer, Sarah Douglas, posara delante de una bandera palestina y retransmitiera 153 tuits hostiles hacia el Estado judío; que no sancionó a los empleados de su agencia para los refugiados palestinos, UNRWA, que describieron el pogromo como un "maravilloso espectáculo", una "mañana inolvidable, gloriosa" o "la primera victoria real" en la senda de la "liberación"; y que, en el mejor de los casos, tampoco censuró las palabras de António Guterres, su secretario general, que comenzó condenando la "ocupación asfixiante" que sufre "desde hace cincuenta y seis años" la población gazatí.

Unas Naciones Unidas que, en resumidas cuentas, cuando los israelíes toman represalias, adopta el lenguaje de Hamás para fustigar a un Ejército que, al mismo tiempo que facilita el paso de un número cada vez mayor de camiones de ayuda humanitaria, la ONU considera culpable de crear una hambruna (Guterres de nuevo, tuit del 31 de marzo) y de perpetrar no uno, sino varios "actos genocidas" (Francesca Albanese, relatora especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, en un documento que se ha publicado esta semana, en el que se abstiene de juzgar los crímenes de Hamás porque no entran, escribe, en el "ámbito geográfico" de su "jurisdicción").

Unas Naciones Unidas que, dicho sea ya de paso, estuvieron dirigidas en los años setenta y ochenta por Kurt Waldheim, antiguo oficial de las SS que participó en la deportación de 48.533 judíos de Salónica a Auschwitz. Unas Naciones Unidas que ahora vuelven a tener un perfil similar cuando otro organismo suyo, la UNESCO, califica de "Estado racista" al Estado que sirvió de refugio a los supervivientes del Holocausto.

Estas Naciones Unidas son un fracaso, son una idea hermosa que se ha ido a pique.

Son un trasto inútil que, al concederle la misma autoridad política a Corea del Norte o a Siria que a un Estado báltico o nórdico, se han vuelto tan impotentes y, en esencia, tan pérfidas como lo fuera la Sociedad de Naciones en los años que llevaron al hitlerianismo y luego a la guerra.

A partir de aquí hay dos formas de avanzar. Bien refundamos de arriba abajo la organización repensando los procedimientos que desembocan en tal cantidad de situaciones aberrantes y repugnantes, o bien tomamos buena nota de su estado de muerte cerebral y nos inventamos algo completamente diferente.

¿Por qué no un Parlamento Mundial de los pueblos libres que, ante la nueva guerra entre el "imperio" (Occidente, las democracias y los que, en dos tercios del mundo, viven subyugados pero dicen seguir los principios de la Ilustración) y los "cinco reyes" (Rusia, China, la Turquía neotomana, los nostálgicos del Califato suní, Irán) sea capaz de retomar el noble programa del cosmopolitanismo kantiano, pero que esta vez se dotara de los medios para aplicarlo?

Volveré sobre ello más adelante.