No habían dado las ocho y media y ya se había escuchado la expresión "película necesaria". Era apenas la previa de la alfombra roja, pero enviaba los peores augurios para la gala que habría de empezar en hora y media.

Entonces, el espejismo. El primer premio fue a parar a las manos de José Coronado, que es uno de los pocos profesionales del cine español que sí sabe cómo se agradece un galardón. La elegancia sin aspavientos. La aguja en el pajar.

El final de la 38 ceremonia de los Premios Goya llegó a sólo veinte minutos de las dos de la mañana. Casi cuatro horas. Sin interrupciones publicitarias.

No es de recibo. La Academia de Cine quiere meterlo todo en una sola noche. Se producen situaciones difíciles de explicar.

Los temas nominados en la categoría de canción original no se interpretan sobre el escenario. Y, sin embargo, a lo largo de la noche vemos un buen puñado de actuaciones musicales. Son siempre versiones de composiciones muy conocidas del repertorio español.

Hacer una reivindicación retrospectiva de Mi gran noche era lo más hace quince años. Hoy no se puede decir que sea el colmo de la originalidad. Quizá podamos buscar otro entorno para estas versiones, que a veces son muy meritorias, que no sea el de los premios anuales del cine español. 

Son muchas categorías y no hay manera de que los galardonados se preparen un discurso de una duración asumible para un evento retransmitido en directo por televisión. Se llegaron a exhibir folios escritos a mano por las dos caras con la esperanza de que "no excedieran el minuto". 

Así las cosas, la pregunta es "¿por qué tanto relleno?". Parece que fuera obligatorio que en algún momento los presentadores se paseen por el patio de butacas. No estuvo mal lo de ir recopilando perdedores en la platea. Pero el selfie no deja de ser un refrito de la idea de otro.

Sucedió algo parecido con el gag que presentaba Ocho apellidos vascos como si fuera una película de terror, como ejemplo del poder que tiene el montaje. Se hizo tal cual el año de Celda 211, que fue entonces convertida en una comedia enloquecida. Esa primera vez tuvo más gracia. 

Yo no termino de ver el premio internacional. No al menos en el contexto de los Goya. Quizá en un acto separado tuviera más sentido. Pero Sigourney Weaver no tiene la culpa.

Lo cierto es que su discurso estuvo bien, por más que fuera a una hora en la que cada dilación ya genera más angustia que otra cosa. Memorable mención a María Luisa Solá, la actriz de doblaje que se le suele asignar en España. 

Todo daba la sensación de pasar dos veces. La posición de la Academia sobre la violencia sexual, dejada clara al principio por Ana Belén pero vuelta a subrayar tanto en un momento ad hoc como en el discurso de un Méndez Leite que el año que viene tendrá prevista una botellita de agua a mano. Eso y el micrófono que lo mismo tapaba los ojos a una premiada que obligaba a otro a adoptar la pose de un jorobado fueron recordatorios de que siempre quedarán flecos por pulir.

El homenaje a Todo sobre mi madre en su 25 aniversario fue muy diáfano en el momento del sofá, pero se repitió después al ir a entregar mejor película. Almodóvar aprovechó para arremeter contra García-Gallardo. Las declaraciones del vicepresidente de Castilla y León lo ponen fácil y el auditorio no podía estar más a favor.

Ninguno de los muchos representantes políticos del Gobierno central presentes, con su presidente a la cabeza, escuchó nada que pudiera sonar remotamente a algo parecido a la sombra de un mensaje incómodo

Gael García Bernal sólo tenía que entregar un premio. Pero decidió que antes nos tenía que aleccionar sobre la emergencia climática. Casi se come lo único que sí formaba parte del cometido asignado: dar paso al vídeo que anuncia los nominados. 

[Los grandes momentos de los Goya: de las lágrimas de Los Javis al beso de película de José Coronado con su novia]

A la gala le sigue faltando cinefilia. De lo que sobra ya hemos hablado bastante. Con todo, además de Coronado, es un placer ver a José Luis Alcaine o a Sacristán, espléndido, presentando el premio de honor a Juan Mariné, el director de fotografía centenario que le retrató tantas veces en el cine de Masó y Lazaga.

Ana Belén sigue siendo un animal escénico pero necesita de buenos textos y dirección. Los Javis tienen más gracia dialogando para otros que dando ellos la cara. 

La Academia decidió dejar sin Goya a Víctor Erice. Ha sido la noche de La sociedad de la nieve. Pero los espectadores luchábamos por no Cerrar los ojos