De la Convención Política del PSOE del pasado fin de semana han trascendido dos noticias que, en un primer vistazo, podrían antojarse contradictorias.

Por un lado, los cronistas han destacado que los cónclaves socialistas se han ido descafeinando hasta devenir meras congregaciones pastueñas con el solo propósito de aclamar al hiperlíder. Una involución que da cuenta de la deriva caudillista de las siglas bajo la batuta de Sánchez, y de cómo se ha ido erradicando progresiva y progresistamente cualquier foro de debate interno en el seno del PSOE.

Por otro lado, el presidente ha aprovechado este evento para anunciar que próximamente creará un think tank para el PSOE, Avanza, emulando a la FAES de Aznar.

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, este domingo en el acto en La Coruña.

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, este domingo en el acto en La Coruña. EFE

Pero una indagación un poco más atenta disipa la aparente contradicción entre el agostamiento del pensamiento socialista y la fundación de un laboratorio de ideas. Lo que se ha propuesto Sánchez es, en ausencia de ideas, recurrir a la batalla ideológica.

Este movimiento se entiende mejor tomando en cuenta que el presidente viene intensificando su proyección de líder socialdemócrata global, apoyado en su dirección de la Internacional Socialista, en su exhibición como uno de los últimos líderes fuertes del centroizquierda europeo, y en su recientemente archivada presidencia del Consejo de la UE.

Fue muy elocuente en este sentido la intervención de Sánchez en el Foro de Davos de la semana pasada. Pistonudo y categórico como es él, quiso mostrarse en Suiza como un baluarte progresista contra la ola reaccionaria global, sostenido por una actualización del ideario socialdemócrata que ponga el acento en la armonía entre la prosperidad económica y la protección social.

Acostumbrados como estamos a sus endebles malabarismos retóricos en la política doméstica, el discurso de Sánchez en Davos sorprendió por su miga conceptual y su densidad ideológica. Se ofreció como metrónomo de la izquierda internacional de esta década, para forzar un cambio de paradigma socioeconómico en las ruinas del neoliberalismo, inspirado por las tesis del "Estado emprendedor" y siguiendo la senda de las Bidenomics.

De todos modos, la profundidad doctrinal de este discurso no va mucho más allá de la exportación al resto del orbe de las tesis del "muro" contra la ultraderecha. Intramuros, las razones con las que Sánchez da cuenta de su proceder son bastante más peregrinas.

De lo que se trata es de resucitar para la arena política una rosa roja de los vientos que cartografíe la contienda política desde el eje izquierda-(ultra)derecha (suerte a quienes abogan por superar esta polaridad). 

A partir de ahí, el futuro think tank del PSOE tiene el sentido de elaborar la justificación teórica de las acciones del PSOE después de haberlas ejecutado. Las cabezas pensantes de Ferraz tendrán la ardua misión de dotar de significado político a posteriori la desnuda voluntad de poder de Sánchez. Véase el enfoque de Esther Palomera sobre el acto de A Coruña del domingo: "El PSOE se acomoda en un ideario ajustado a la coyuntura de Sánchez sin margen de debate ni propuestas".

Hasta ahora, había sido la comunicación política (llevada al paroxismo durante la presidencia de Sánchez) lo que había ocupado el lugar de las ideas en la política del PSOE. Los spin doctors del socialismo se han aplicado a una minuciosa intendencia de la agenda y el calendario para racionar en dosis digestibles las sucesivas trapacerías de su mandato.

Llamarle política a esto horripilaría a cualquier clásico. A la manera del conservador Peter Hitchens, que afirma haber "trabajado durante algunos años como reportero en el Parlamento británico, y casi nunca escuché que se discutiera ningún tema político real, sólo chismes, melodramas y maniobras maquiavélicas", se puede decir que el Gobierno se ha dedicado en estos años a la pura gestión de los tiempos y a la colocación de sus consignas. 

Puede que el contexto de la batalla cultural, de la renovada contestación por los sectores conservadores del dominio ideológico progresista, haya empujado ahora al PSOE a volver al marco de la pugna de ideas. Hasta tal punto que el presidente ha decidido reapropiarse del sanchismo.

En cualquier caso, ¿no resulta extraño que Sánchez sólo haya resuelto dotarse de un think tank para su proyecto cinco años después de llegar al poder? La respuesta es sencilla: hasta ahora no lo había necesitado.

El PSOE ha sido quien ha manufacturado, en virtud de sus necesidades políticas de cada momento, las ideas que gobiernan el pensamiento español de la democracia. Él es el principal demiurgo de la España del Régimen del 78. No tiene parangón la labor de reforma intelectual y moral acometida por el PSOE, hasta haber llegado a controlar la práctica totalidad de las esferas de la producción cultural y mediática.

La fuerza que ya ostentaba el rango de aparato discursivo productor de la hegemonía simplemente no había precisado de una institución ad hoc para expedir ideas con su firma. El PSOE ya era un think tank en el sentido estricto de su traducción al español: un macizo tanque de pensamiento que ha allanado los modos de pensar la política en España.

La necesidad de dotarse de uno propiamente no parece independiente del agrietamiento de este magno edificio cultural, ante la creciente sublevación contra el fundamentalismo democrático y el totalitarismo progresista de la maquinaria de Ferraz.

La nueva coletilla de los artilleros rojos para incrustar la propaganda será el eufemismo que llama a "hacer mucha pedagogía" sobre las bondades de la política socialista. Prepárense para el bombardeo.