Bertín Osborne declaró hace unos días en una exclusiva para la revista ¡Hola! que decidía no ser padre del hijo de Gabriela Guillén que acaba de nacer. Que decidía no ejercer de padre. Que, si resultaba que el niño era suyo, aportaría económicamente lo que hiciese falta, pero que no se le esperase para cambiar pañales. Ya no tiene edad.

"Simplemente, he decidido que no voy a ser padre. Que no quiero ejercer de padre". Así de sencillo, como escoger un sofá beige y devolverlo porque se prefiere un sillón.

Bajo la lógica actual, en la que proliferan derechos como setas en el bosque en pleno otoño, esta decisión no debería sorprender a nadie. Igual que una mujer puede decidir si quiere o no ser madre, el padre debería poder hacer lo mismo. Por aquello de la igualdad entre ambos sexos.

Bertín Osborne y Gabriela Guilén.

Bertín Osborne y Gabriela Guilén.

Pues va a ser que no. Porque Bertín es un señoro. Un hombre heterosexual, privilegiado y blanco, que hace lo que quiere, cuando quiere y como quiere. Y eso no está bien. Cómo podría.

En verano, cuando se conoció la noticia de que la entonces ya expareja de Osborne esperaba un hijo, el cantante confesó que había sido un accidente y que el niño sería bienvenido a este mundo con una prueba de paternidad bajo el brazo. No por desconfianza, sino porque era lo que se debía hacer. La periodista Mercedes Milá le respondió poco después en un vídeo, entre otras lindeces, que su reacción era repugnante.

Y razón no le faltaba. Tiene bastante de esperpento que, al enterarte de que tu expareja está esperando un hijo, un hijo que asegura ser tuyo, lo primero que se te ocurra sea hablarle a la prensa de accidentes, de niños no deseados y de pruebas de paternidad.

Sin embargo, ¿hubiese sido la reacción de Milá igual de severa, igual de contundente, si la situación se hubiese desarrollado a la inversa? ¿Si hubiese sido la madre la que, al enterarse del embarazo, lo hubiese calificado de error, de niño no deseado, y hubiese actuado conforme?

Según se entiende, que una mujer decida que no quiere ser madre, cuando el niño ya está en su vientre, es un derecho. Uno que puede y debe ejercerse.

Que un hombre diga que no quiere ser padre, cuando el niño ya está en el vientre de la mujer, es una desvergüenza. Una reacción patriarcal de alguien que hace lo que le da la gana y sale indemne.

Esto último no lo voy a negar, pero el doble rasero es evidente. Una de dos, o ellas se han adherido al legado patriarcal, o ellos han asumido los nuevos derechos de la modernidad como propios.

Aparte de volver a dejar a la mujer como una pobre damisela en apuros, la reacción virulenta que han generado las últimas declaraciones de Osborne ponen una realidad en claro, aunque cueste reconocerlo: nos sigue importando, y mucho, la pendiente escurridiza que separa el derecho del deber. Pero a día de hoy, entre tanta hipérbole y comedura de coco, lo difícil no es cumplir con nuestros deberes. Lo difícil es siquiera conocerlos.

Las declaraciones de Bertín no son otra cosa que una muestra más del voluntarismo tan contemporáneo (y absurdo) de que se puede ser lo que uno decida, cuando uno quiera. Como cuando éramos niños y podíamos decidir entre ser una princesa, un unicornio o un marciano con tres brazos.

No reservada exclusivamente a la tierna infancia, por esta lógica infantiloide bajo la que nos regimos en la actualidad, hoy puedes decidir que quieres ser un ficus. Mañana un gato. Y pasado, lo que se te ocurra.

Pocas ofensas hay mayores que imponer límites a la propia imaginación. Pero entonces, si no te sientes padre, si no quieres ser padre, ¿por qué deberías doblegarte a ello? ¿Por qué molesta tanto que Bertín no lo haga?

Porque, en el fondo, nos resistimos a esa lógica blandita. Porque reconocemos que está el pequeño detalle del deber. La responsabilidad de asumir los propios actos. La integridad y la decencia de querer proteger al indefenso. Y porque percibimos la presencia de una verdad que poco tiene que ver con una elección.

Ejercer como un buen padre es una decisión, igual que hacerlo de forma pésima. O mediocre. Pero el hecho de ser padre, cuando ya se tiene la certeza de un hijo, no es, no puede ser, una elección. Es una realidad fundacional.