Acabo de terminar de leer Nací sobre una rotativa, el fantástico libro de Ignacio Blanco sobre las empresas culturales de José Ortega y Gasset, y me han entrado más ganas de regenerar España que a Woody Allen de invadir Polonia después de escuchar a Wagner.

Y, además, sé por dónde empezar. 

Habría que mandar una legión de profesores a Melilla y empezar por allí a regenerar España. Lo haría porque a nadie le importa que Ceuta y Melilla estén al nivel educativo de Kazajistán.

Vista general de Melilla.

Vista general de Melilla. A. Recio

Y lo haría, también, porque es competencia directa del Ministerio de Educación y no tendría que sufrir la injerencia de algunos egoísmos autonómicos. Sería una ocasión pintiparada para demostrar que el Ministerio podría servir para mejorar la educación.

Ejercería el poder, pero esta vez para hacer algo útil. Montaría una comisión con los que más saben de educación, les daría potestad para formar un tribunal de selección de maestros, y les asignaría un buen presupuesto. Algo moderado. Bastaría con una nadería como la que costaría que el catalán sea lengua oficial en la Unión Europea.

Dotaría el proyecto con esos 130 millones de euros al año, nada más. Con eso daría para pagar a los mejores profesores seleccionados por el tribunal creado ad hoc, y los mandaría como a la legión, 'novios de la suerte' de aquellos chavales abandonados.

Una tribu de locos por su vocación, generosamente pagados, seleccionados con rigor, dispuestos a completar una misión importante. Y no pararía hasta que Melilla fuese mejor que Japón en matemáticas

La medida, como vemos, tendría muchos beneficios directos, tanto para el emprendedor como para el beneficiario. Pero también sería pedagógica para una casta política que está en el clímax del ridículo, que sólo piensa en el otro para plantarle un muro en las narices, y en Melilla para reparar la valla.

En España hace falta pedagogía de Estado. Si España da vergüenza como país, si de la bandera quedan jirones, y el territorio son los restos de una tarta mal repartida, es porque el Estado se ha convertido en una gran piñata a la que todos atizan para llevarse el premio. 

El Estado español es el muñeco de paja al que todos los resentimientos se dirigen. Tiene la culpa de la degeneración moral, de la opresión de los pueblos, del cambio climático, de la disolución de la familia y de que las cotorras amarguen a los enamorados que se sientan en los bancos de la plaza de mi pueblo.

Unos piensan que el Estado es la sede del Partido Socialista o la caseta de la peña en las fiestas del pueblo. Otros creen que el Estado es ese tipo siniestro que merodea por los alrededores de la urbanización esperando dar el golpe. Y algunos, que no saben lo que pasa, pero sí que saben quién manda, dicen que es una nación de naciones. La realidad es que no es nada de eso, pero todo eso lo está dejando hecho una calamidad.

El Estado es la forma de la unidad, y por eso nos conviene a todos que sea fuerte. El Estado está para tomar medidas económicas ineficientes, poner el foco de atención donde nadie ve ningún interés, e iniciar empresas contra viento y marea a favor de la unidad. Tareas nobles que ni el liberalismo vago y perezoso ni el comunismo de capilla emprenderían nunca.

Estando el Estado hecho unos zorros, y siendo sus ministros los primeros empeñados en demolerlo, creo que la claridad y el impulso regeneracionista ya solo puede venir de Melilla.

La solidaridad con el último rincón de nuestro país es la única manera de comprender la misión del Estado en nuestros días.