El presidente Sánchez ha ido a Israel y ha dicho ante el primer ministro Netanyahu lo que la inmensa mayoría de españoles piensa: que la respuesta israelí al terrorismo de Hamás está causando un número de bajas civiles, entre ellos cientos de niños, que resulta insoportable y que, además, resulta contraproducente para los israelíes.

Posteriormente, se ha desplazado al paso de Rafah entre Gaza y Egipto e insistido en que la respuesta en legítima defensa de Israel no puede violar el derecho internacional.

Dos afirmaciones de sentido común ante las imágenes diarias del horror en la Franja, que sin embargo han llevado al Gobierno israelí no sólo a convocar a la embajadora española para protestar, sino a afirmar que el presidente español "da apoyo al terrorismo". Afirmación de una gravedad extrema que obliga a España a mover ficha, como ya ha hecho el ministro Albares.

Desde la salida del Gobierno de coalición de Podemos, su máxima dirigente se ha prodigado en medios de comunicación para denunciar lo que considera una actitud hostil general hacia su formación, a la que supuestamente se busca destruir y hacer desaparecer, también, e incluso sobre todo, desde la izquierda representada en Sumar.

Sin ellos, no habrá cambios reales, porque todos los demás son cómplices de una socialdemocracia timorata, cuando no de los grandes poderes, dice sin recato. Toca resistir y denunciar, como hicieron ambas en sus indecorosos y desconsiderados traspasos de cartera. Aguarles la fiesta y reventarles el momento a sus sucesores quizá no esté bien, pero la gravedad del desaire palidece ante la salida del Gobierno de la única fuerza de cambio verdadero.

Más allá de la distancia sideral (temática, ideológica, política, cultural), hay algo en común en las posturas de Netanyahu y Belarra, cuyos posicionamientos y declaraciones nacen muchas veces de un mismo fenómeno: la mentalidad de asedio.

Como cuenta en sus memorias (sobre las que escribí aquí hace dos semanas), Netanyahu ha querido ser visto siempre como el Señor Seguridad, pero durante su larguísimo mandato ha tenido lugar el peor atentado terrorista en suelo israelí de su historia.

El primer ministro y la sociedad israelí están en shock, y no es para menos. Las amenazas son reales, y el país vive rodeado de Estados que han prometido destruirlo, como un Irán que insiste en hacerse con un programa nuclear con potencial uso doble, civil y militar. Muchos de sus ciudadanos tienen también el recuerdo de primera mano del Holocausto nazi que asesinó a seis millones de los suyos.

Un contexto que hace muy difícil, cuando no imposible, la conversación franca con quien se siente no sólo amenazado sino incomprendido, y que lleva a ver fantasmas donde (evidentemente) no los hay, como en un supuesto presidente español que da "apoyo al terrorismo". Israel tiene demasiados enemigos como para creer que otros que no lo son están en su contra.

Podemos ha sufrido persecución ilegal, conspiraciones reales en su contra. No puede ya negarse, dado el reguero de investigaciones que lo acreditan. Los montajes para implicar a sus máximos responsables en cobro de comisiones o en delitos de financiación ilegal por dictaduras no son un invento de la prensa de izquierda: eso ha ocurrido, llámese lawfare o corrupción policial o judicial.

Y han surtido su efecto. No en llevar a la cárcel a sus dirigentes, sino en algo todavía más irremediable para el futuro de su formación: inocularle la neurosis bajo la que la culpa siempre es de otro. Una incapacidad para razonar y discernir que le ha llevado a encadenar comportamientos políticos contraproducentes, especialmente desde que empezaron a salir en libertad algunos agresores sexuales por fallos en la ley de sólo sí es sí.

Podemos ha sufrido injusticias, pero su ruina es fruto de la autodemolición, de esa enfermedad autoinmune que desencadena la mentalidad de asedio.

No hay conversación posible con la mente asediada, y he ahí uno de los mayores retos políticos de la renovada mayoría que sustenta al nuevo Gobierno. Si Netanyahu suelta con trazo grueso ante la crítica más razonable que apoyamos el terrorismo o que somos antisemitas, Belarra afirma que los demás forman parte de los intereses creados, cuyo principal interés es neutralizar a la única fuerza transformadora. La consecuencia lógica y natural es encastillarse con sus cinco diputados protegiendo El Álamo.

Si no es posible la conversación, queda la imposición. Algo que en ninguno de los dos casos está en manos del presidente español. Sólo Estados Unidos podría conseguir de Israel un comportamiento distinto, pero el largo escenario preelectoral no permite ser optimista sobre las ganas y la capacidad de Biden para imponer algún tipo de solución provisional.

En cuanto a Podemos, tampoco caben buenos augurios, socializados y solazados como están muchos de sus dirigentes en la épica de la derrota.

Si en esta legislatura hay una conllevanza orteguiana, tiene más pinta de que se necesitará con Podemos y sus dirigentes de mentalidad de asedio que con unos nacionalistas catalanes que parecen haber entrado de mejor ánimo y ganas en el juego parlamentario.