Dice Juan Ramón Rallo que la amnistía es "un mercadeo de votos" y un "ataque a la separación de poderes", pero que el origen del problema es la "obstinación" del Estado español al negarse a regular el "derecho de separación política" que debería poseer "toda asociación voluntaria de individuos". Por supuesto, Rallo ha hecho las delicias de todos los antiliberales vascos y catalanes con eso de la "asociación voluntaria de individuos". Algo que por lo visto aplica a España, pero no al País Vasco o a Cataluña. 

No sabía yo, por seguir el razonamiento de los nacionalistas vascos y catalanes súbitamente fanáticos de Rallo, que una nación es una asociación voluntaria de individuos al mismo nivel que un club de fetichistas del pie izquierdo, y que uno puede escoger su nacionalidad a conveniencia o incluso crearse una nueva cuando se cansa de compartir país con los morlocks del otro lado del río, como quien se crea un avatar en un videojuego. 

No sabía yo que una nación se podía parcelar a conveniencia, como si fuera una huerta de calabazas heredada por media docena de hermanos

Y no sabía yo tampoco que a mí, como español, me corresponde una parte alícuota de la geografía española y que cualquiera puede decidir, sin encomendarse ni a su padre ni a su madre, llevársela a cuestas y montar en ella su propia ínsula Barataria. 

[Espero en ese caso que mi parcela, la que lleva mi nombre, esté en una playa de Cádiz y no en el parking de una gasolinera de la A-6. O, peor aún, en la Costa Brava, donde corres el riesgo de compartir linde con uno de esos corruptos de la alta burguesía catalana que han okupado, antorcha en ristre, los Presupuestos Generales del Estado].

Yo pensaba que los españoles éramos soberanos sobre todo el territorio español y que somos por tanto todos los españoles, y no los catalanes que coyunturalmente viven justo encima, los soberanos sobre ese pedazo de geografía llamado Cataluña y que sólo existe jurídicamente porque la Constitución del 78 decidió que existiera.

¿Por qué, además, deberíamos conformarnos con la soberanía sobre una parcela minúscula en una región geográfica concreta del planeta delimitada por absurdos azares históricos y políticos? ¡Yo quiero la parcela gigantesca que me corresponde en algún lugar de la Tierra! ¡O del universo! ¡El planeta entero no es más que una asociación voluntaria de individuos con infinitas opciones alternativas a la vida en la Tierra, y yo soy un individuo libre con derecho a vivir en el espacio exterior si se me antoja! 

Pensaba que una nación es un bien indivisible y que separar una parte es quebrar el todo, de forma que separar Cataluña de España extingue España dado que España incluye Cataluña. Creía yo que los catalanes no son más soberanos sobre Cataluña que los extremeños, de la misma forma que los catalanes son tan soberanos sobre Extremadura como cualquier otro español.

Y pensaba que si uno no quiere ser español, siempre puede pedir la nacionalidad marroquí o probar la experiencia apátrida, tan libre ella. 

Pensaba, en fin, que "propiedad" y "soberanía" se parecen como un huevo a una castaña y que uno es un término jurídico-económico y el otro jurídico-político

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Yo, que me considero racionalista, constitucionalista, cientifista, positivista y hasta liberal, he tenido sin embargo el raro privilegio de disfrutar de aquello que siempre le deseo a los votantes de la izquierda: que un día puedan vivir en el país que desean.

Eso es, por supuesto, una maldad. Porque el socialismo es una ideología mesiánica, coactiva y parasitaria que necesita del capitalismo para financiar su distopía, y que en ausencia de libre mercado degenera en hambruna y violencia. Así que cuando yo les deseo lo mejor a los socialistas desde su punto de vista (un mundo sin capitalismo) les estoy deseando en realidad lo peor (un mundo sin capitalismo). 

Pero al final he sido yo el que he podido disfrutar del mundo en el que siempre he deseado vivir. Porque ese régimen racionalista, constitucionalista, cientifista, positivista y hasta liberal que siempre he pedido es el que Pedro Sánchez ha construido en España.

Pedro Sánchez es mi criatura. 

'El Manantial', de Ayn Rand.

'El Manantial', de Ayn Rand.

Pedro Sánchez es el racionalista perfecto. Un Howard Roak de la política, tal y como lo imaginó Ayn Rand en El manantial: un hombre liberado de cualquier servidumbre humana, con su propio sistema de valores. Alguien sin apegos ideológicos o emocionales. Sin compromisos que vayan un centímetro más allá de su piel y al que todo esto de las patrias, las soberanías y la moral humana se le antoja una cosa menor, irracional, restrictiva. Casi pequeñoburguesa.

¿Naciones? Él es un INDIVIDUO. Y el país entero, su huerta de calabazas. 

Sánchez coincide con los liberales en que una nación es un cachotierra sin mayor misterio ni convoluto romántico y que cualquier transacción que se ejecute sobre esa tajada de la corteza terrestre es válida siempre y cuando uno disponga del título de propiedad concedido por esa asociación voluntaria de individuos llamada "votantes". 

Y como España es una asociación voluntaria de individuos, si esos individuos le han concedido a él el poder de disponer de la propiedad, ancha es Castilla. 

Así que si las leyes dicen que no se puede disponer así de la propiedad, se decide que así quiere decir asá por la vía de colocar al que decide en última instancia si así quiere decir así o asá. Y así pasa a querer decir asá. Legalmente. 

["La cuestión", preguntó Alicia, "es si las palabras pueden significar tantas cosas". "La cuestión", respondió Humpty Dumpty, "es saber quién manda"].  

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE

Por eso Pedro Sánchez es también el positivista perfecto. Porque el presidente ha comprendido, y comprendido muy bien, que de la ley a la ley se va adónde quieras, y que ese camino está abierto para ser recorrido en la dirección que a él más le convenga, en función de su más inmediato antojo personal.

Porque si de lo único que se trata es de ceñirse a la ley, al poder sólo le hace falta controlar al que interpreta la ley para que cualquier cosa y su contraria estén siempre amparadas por el más estricto positivismo. Mientras haga falta un ser humano para interpretar la ley, la ley será la que se le antoje al más fuerte.

Y el más fuerte es, hoy, Pedro Sánchez. 

Jaque mate, iusnaturalistas. Bien jugado, positivistas.

Pero los que vamos a brindar somos los realistas

Pedro Sánchez es además el perfecto ciudadano libre e igual. Un individuo ajeno a las naciones, la familia, la religión y todos esos eccemas del oscurantismo que obstaculizan la transición del ser humano hacia el ideal de la racionalidad y el cartesianismo constitucionalista. Hacia ese hombre cuya nación es el centro de salud de su barrio, cuya biblia es su Cl@ve PIN, y que venera su número de la Seguridad Social porque su familia es el Estado

Que los intelectuales constitucionalistas habituales dejen de inmediato de firmar manifiestos. Porque ya han conseguido todos sus objetivos. Ahora que la izquierda y los nacionalistas tienen en sus manos al Tribunal Constitucional, toda España es constitucionalista. ¡Ojalá hubiéramos sabido antes que iba a ser tan fácil! 

¿O dónde van a poner ahora su esperanza los firmamanifiestos? ¿En la UE? No pondría yo toda mi esperanza en ella. 

Quién iba a decir que el racionalismo, el constitucionalismo, el cientifismo, el positivismo y hasta el liberalismo iban a generar un vacío que sería ocupado por el Antiguo Régimen y no por la razón ilustrada. Quién iba a decir que los seres humanos son entes vivos, emocionales, sociales, con rutinas y apegos y lealtades, y no memorias USB que conectar a la matrix de la hiperlógica del Estado, tan fácilmente corrompible. 

Quién iba a decir, en fin, que el mundo ya estaba inventado y que los experimentos, con gaseosa. 

Así que sí, señores. Les pido perdón porque están viviendo ustedes en el país que yo siempre he defendido. Y es el país que siempre le he deseado a mis peores enemigos: un país con ciudadanos de primera y de segunda. Eso sí, de segunda, pero de acuerdo a la más estricta legalidad democrática, que de eso iba todo. Súbditos al albur del capricho del übermensch de Nietzsche.

Celebremos nuestra victoria alzando nuestra Cl@ave PIN.