Una mujer a veces es una casa en ruinas con goteras y a veces es un perro raro con el hocico herido, casi en carne viva (uno de esos por los que la gente siente asco o compasión hasta que arrancan una oreja a alguien).

Una mujer a ratos es un golpe de viento que lo revuelve todo o un queso cambiando de color con las horas encima de una mesa, o quizá una mujer tienda a ser una palabra polisémica, en fin. Lo que yo sé es que una mujer es casi siempre una metáfora.

Lo pensaba viendo Un amor, la adaptación al cine de Isabel Coixet del libro de Sara Mesa. No es una novela, nunca lo fue. Es como estar excitada e ir a darse un revolcón en las zarzas, es como colocarse en la frente la corona de espinas y sonreír como una Miss (¡estúpida, bella, utilizable, inofensiva!) mientras la sangre te chorrea hacia los ojos y tú te la quitas nerviosamente con las manos y procuras seguir estando guapa.

A mí me encantan estos cuentitos perversos donde nadie sale de pie. La lectora menos. La lectora, o la espectadora, sale arrastrándose de aquí como un gusano sideral. Hasta que vuela. 

La historia en pocas líneas. Nat, una joven traductora, se va a vivir a una morada precaria y decadente en un pueblo enano y hostil donde todos sus vecinos parecen hablar medio envenenados, cargados de subtextos.

Ella mastica incomodidad y se defiende con el silencio hasta que uno de ellos, conocido como 'El Alemán', le lanza una propuesta sexual que le descuajaringará la vida.

El cartel de la película Un amor, de Isabel Coixet, adaptación del libro de Sara Mesa.

El cartel de la película Un amor, de Isabel Coixet, adaptación del libro de Sara Mesa.

Ya no digo más, ya la ven ustedes. Pero sí recogeré algunas de las notas que tomé pensando en Un amor.

1. No elegimos, en verdad, nunca. O casi nunca

Una se cree que tiene voz, una se cree que tiene gusto o criterio o decisión, una cree que sabe lo que ama y por qué lo ama, pero en la mayoría de los casos, como sucede en esta película, una elige a partir de una señal recibida, por mínima o débil o tintineante que sea. Una elige algo que sale a su paso, algo que nos provoca, algo que pasaba por allí, algo a veces puesto por el Ayuntamiento. 

Es decir, la elección es una ficción. Somos carne de cañón todo el rato. 

¿Por qué empezamos a desear a alguien? Qué sé yo, porque estornuda en un momento inapropiado y le miramos. O porque abre una puerta muy silenciosamente. O porque usa con exactitud las manos. O porque se ríe de una manera asaltante. O porque emplea un sustantivo recóndito y dudamos de su significado y lo buscamos, hurañas, en el diccionario. O porque nos desea él primero y damos por hecho que le tenemos pero luego resulta escurridizo y se aleja, y entonces, cuando no lo entendemos, cuando lo perdemos por minutos, decidimos que queremos abrazarle, que (perdón, perdón), preferimos retenerle para siempre. 

Ortega y Gasset decía que el amor es un fenómeno de la atención. Decía que, de entrada, todas las cosas están a nuestra misma distancia atencional, pero si esa cosa es inteligente y sabe estimularnos, nos fijaremos en ella y creeremos haberla elegido (a pesar de que haya sido al contrario). Al mirarla nos aproximaremos a ella y esa distancia menguará, llegando a la intimidad o al afecto. 

No encuentro la cita, pero le leí a Marta D. Riezu en Agua y jabón que a menudo los grandes amores se manifiestan de un modo muy preciso. "Una los escucha hablar y piensa: ¿quién es este gilipollas?". Jajá. Me gustaba esa frase. Ahora pienso que es otra forma de ser elegida, ceder al show del gilipollas. 

Lo sabía también Javier Marías en Los enamoramientos: "No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las mejores familias. De eso provenimos todos, producto de la casualidad y el conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos, y aun así daríamos cualquier cosa a veces por seguir junto a quien rescatamos un día de un desván o una almoneda, o nos tocó en suerte a los naipes o nos recogió de los desperdicios". Prefiero un tiro en la boca del estómago, pero es verdad.

En Un amor todo esto se esboza. Se sugiere. Ella le pregunta a su amante cuándo se fijó en ella. Le pregunta si hubiese insistido en tenerla si ella se hubiese mostrado intransigente. Le pregunta si cree que esto hubiera pasado en cualquier caso, si esto tenía que pasar. En el fondo, está constantemente acorralándole en un "¿por qué me elegiste?". En el fondo, sabe que la respuesta más probable es "no te elegí, me daba igual". 

2. Si vamos a montarnos una película, nos agarramos al detalle que nos apetezca para forjarla, ¡y vámonos por bulerías!

Cuando tú has decidido ya querer a alguien, cuando a ti el asunto se te ha metido entre ceja y ceja, te mostrarás imparable, carrito mío en llamas.

Observarás al sujeto amado sin criterio y a tu antojo, interesadamente, para arrancarle un detalle que confirme tu teoría, que no es más que tu anhelo: ¡también te quiere! ¡Es increíble! ¡Es tanta la suerte! Ya lo decía Berta García Faet, el amor es coincidir. 

Se alinearon las fichas, es cierto: las de tu neurosis. 

Sobreanalizamos hasta la ficción. Hasta el desvarío.

Hay un momento de la película de Coixet en el que Él le dice a Ella que hoy "está guapa". Acabáramos. Apaga y vámonos. "Ya está, amiga, ya estás perdida", pensé yo, chasqueando la lengua, dirigiéndome como la chiflada que soy a la pobre personaje protagonista. "Ahora te vas a agarrar a esa nimiedad hasta el final de los tiempos para convencerte de que el tipo sentía algo por ti". 

Es terrorífico convencerse con tan poco. Es más terrorífico todavía conformarnos con tan poco. 

3. Cuántas veces en la vida las mujeres disociamos y nos observamos desde fuera cuando tenemos sexo con un hombre

En Un amor sucede. Y en tu biografía. Y en la mía. 

¿Por qué nos desdoblamos? ¿Por qué una (una de las mil que somos, una del ejército que nos habita) ejecuta mientras la otra mira? ¿Y por qué ninguna disfruta?  

Porque algo duele. Porque queremos escapar. O porque algo se nos escapa. Porque algo chirría. Porque algo araña. Porque algo nos avergüenza. Porque algo nos repugna. Porque hemos llegado muy lejos y ya no recordamos el camino de vuelta. Porque nos están violando. Porque nos están usando. O Porque estamos usando. Porque sentimos culpa. Porque nos aterra ser una santa. Porque nos aterra ser una puta. Porque nos odiamos a nosotras mismas.

O porque nos gustamos más que el hombre que nos penetra. Qué bueno encaramarnos al plano cenital para sentirnos excitadas con la imagen propia, narcisas y ariscas en defensa constante, orgullosas y gélidas como un gato persa. Él da igual, entonces. Él puede ser cualquiera. 

4. Un gesto puede atravesarlo todo

Yo una vez me enamoré de un hombre porque la primera vez que le vi dormir a mi lado me quedé colgada de una imagen tontísima, doméstica. La de sus pestañas largas y oscuras, tupidas y casi infantiles, cayéndole gravemente, pesándole sobre las mejillas. Esa fruslería me conmovió trágicamente. Tocó una tecla nueva y secreta en mí que apelaba a no sé qué. A lo peor. A lo mejor. A lo indecible.  

En la película, Nat se pilla de 'El Alemán' porque la mano de él es tan grande como la carita de ella. Disfrutaba agarrando su palma de gigante y pasándosela por el rostro, perdiéndose en ella, como si quisiera borrarse los rasgos con una goma hiperbólica y tierna que te elimina mientras te acaricia. Y ahí encuentras algo de libertad.

Dice Margot Rot que ella lee para ser amada y para desaparecer. Yo creo que Nat follaba por las mismas razones. 

5. Confundimos a los hombres callados o tímidos con los hombres interesantes 

El misterio nos jodió. Detrás del tipo críptico no había un mundo interior exigente y distante que en algún momento (y gracias a nuestra paciencia, amor y trabajo) se iría abriendo a nosotras y daría sus colosales frutos. Frutos excepcionales que recogeríamos con nuestras manos y que nos llevaríamos a la boca, salivantes, felices, inolvidables. 

Pues no, no.  

Detrás del críptico no había nada. 

Resulta que un hombre (o una mujer) suele ser lo que hagamos de él con la mitología que le coloquemos encima. O sea, como cuando nos inventamos la leyenda del monstruo del lago Ness y al final ese bicho era una anguila. 

6. Hay millones de formas de llamar "puta" a una mujer

Casi todas son tácitas. Sibilinas. ¡Vanguardistas! La película las rebosa. Encuéntralas y aráñate la cara. Recuerdo una especialmente dolorosa de un vecino a Nat: "¿Quieres pasar la noche conmigo?". Hasta ahí, bien. Pero remata: "Total, qué más te da, ¿no?". 

7. Los celos son el mejor intensificador (hacia el final de algo)

Normalmente, aparecen no sólo cuando el romance está herido de muerte, sino cuando uno mismo lo está. 

En los celos siempre gana el diablo. En los celos siempre gana el otro, o la otra (la persona envidiada, la temida). Y da igual quien sea, porque posee algo valiosísimo que te destrozará siempre. No es tú

Una pregunta más. ¿De verdad nos interesa una persona que no piense que nosotros somos lo más extraordinario? 

8. Nos cuesta mucho entender que alguien, simplemente, no nos quiere

¡Esto es tremendo! ¡Qué simple y aterrador! Ante un desplante emocional, tendemos a cosernos a preguntas perversas, minuciosas y muy sofisticadas, nos desgarramos en los detalles, buscando el instante en el que todo se fue al carajo.

¿Y si yo no hubiera dicho aquello? ¿Y si hubiese ido ese día? ¿Y si hubiese hecho eso otro? Es común condenarnos o censurarnos a nosotros mismos. ¿Por qué? Porque si es nuestra culpa, porque si nosotros somos los responsables del cisma, también poseeremos la opción de resarcirlo, de resarcirnos, de recuperar el estado anterior de las cosas. Si algo murió en el otro, si algo nació en el otro, no podremos intervenirlo y eso nos frustrará hasta el desquicie, así que desechamos inmediatamente esa posibilidad. Jajá. 

Además, resulta menos humillante pensar que nosotros cometimos un error flagrante que noqueó al otro. Eso significa que tenemos poder sobre los acontecimientos

La verdad, a menudo, es más cruda, diáfana y sencilla. Esa persona no nos quiere.

Veamos. ¿Por qué actúa como si le dieras igual? ¿Cómo consigue ser tan soberbio y frío, por qué queda tan holgadamente por encima, por qué es tan poco concesivo, por qué es tan categórico, por qué no está abierto a la negociación siquiera...? Cielo: porque le das igual, porque no se está esforzando, porque nada de esto le importa en absoluto.

Uno admira la impasividad de los otros. Uno la confunde con la fuerza. Con la autonomía. Con la elegancia. 

No, no va por ahí. No es ningún don independiente, no es inmutable. Es sólo un lujo hijo de una situación concreta que no ha llegado a calarle. Es sólo pura indiferencia.

9. A veces hay que irse

No hay nada que explicar, no hay nada que rogar, no hay nada que rascar. No hay tiempo ni dignidad que perder. A veces sólo hay que irse. Vete.