Gaza es un indicio, otro más, del desorden global que se avecina y que se cierne, especialmente, sobre una Europa, aún adormilada y desorientada estratégicamente. Para evitar malentendidos: la de Gaza es una crisis con raíces endógenas profundas y moldeada por dinámicas locales, pero cuyo estallido resulta difícil de desligar de un contexto regional e internacional más amplio. 

A estas alturas, resulta evidente que el momento elegido por Hamás para desatar la crisis sirve, sobre todo, al deseo de Irán de descarrilar el acercamiento entre Israel y Arabia Saudí. Y también al de Rusia de distraer a EEUU de su foco sobre Ucrania. Otras motivaciones que pueda albergar Hamás resultan aún bastante oscuras.

El presidente ruso, Vladimir Putin, saluda al presidente iraní, Ebrahim Raisi.

El presidente ruso, Vladimir Putin, saluda al presidente iraní, Ebrahim Raisi. Reuters

Como otras organizaciones terroristas, Hamás se rige por una lógica interna propia en la que el pogromo del 7-O puede percibirse como un triunfo, precisamente, por su magnitud y brutalidad despiada contra civiles israelíes, niños incluidos. Pero ¿cuál era el objetivo para el día siguiente del ataque? 

El debate público de las últimas horas puede agruparse en torno a dos posiciones. Por un lado, quienes empiezan a sospechar que quizás Hamás alcanzó un éxito (desde su lógica terrorista) mucho mayor del esperado. Y por otro lado, quienes creen que ha urdido una verdadera trampa estratégica para Israel. 

A favor de la primera hipótesis juega la aparente falta de agenda de Hamás post-7 de octubre. También la sorpresa manifestada por algún portavoz de la organización terrorista ante la respuesta terrestre que planea Israel y el despliegue de EEUU en el Mediterráneo oriental.

Sin embargo, resultaría sorprendente que Hamás, tras dedicar meses a planear un ataque de una magnitud sin precedentes, no hubiera anticipado una respuesta dura por parte de Israel. 

El mejor argumento a favor de la segunda hipótesis es, simplemente, que todas las opciones de respuesta militar son malas e inciertas por los riesgos que conllevan y por la dificultad para alcanzar los objetivos y potencialmente contraproducentes desde el punto de vista estratégico y diplomático para Israel. Sobre Tel Aviv también se cierne la incógnita de cuál es o debe ser el objetivo a largo plazo de su intervención militar en Gaza.

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En cuanto al objetivo primario de erradicar a Hamás en un entorno urbano densamente poblado, cabe indicar que o bien se producirá a costa de un número muy elevado de víctimas civiles palestinas, o bien de bajas entre las fuerzas israelíes, si se trata de reducir al mínimo el impacto colateral de la intervención militar. 

Por no mencionar que, de no fijarse unos límites precisos para la intervención terrestre y con un plan de salida previsto de antemano, bien pueden producirse ambos resultados toda vez que Hamás se encuentra parapetada tras su propia población civil, y atrincherada en su densa red de túneles (donde además, probablemente, oculta a los alrededor de doscientos rehenes israelíes). El ejemplo del hospital de Shifa, en ciudad de Gaza, resulta muy ilustrativo al respecto. 

Y es aún peor porque, en la lógica perversa de esta trampa, no sólo Hamás parece calcular el impacto sobre la población civil de Gaza como un potencial beneficio en clave diplomática y propagandística. También Irán y Rusia. Es decir, un mayor impacto sirve mejor a los intereses y agenda de Teherán y Moscú, que buscan galvanizar a la opinión pública musulmana, la primera, y a la del (mal) denominado Sur Global, en el caso de la segunda.    

Así, ambos tardaron apenas unas horas tras el atentado del 7-O para desplegar su actividad desinformativa y propagandística. Irán, celebrando el éxito de la operación "Tormenta Al Aqsa" de Hamás y Rusia, culpando a Occidente en general y EEUU en particular de la situación en Gaza. Es digno de mención, por ejemplo, que hasta la fecha Moscú no ha condenado explícitamente el atentado de Hamás.

El grado exacto de conocimiento y participación de ambos en el atentado está aún por determinar. En términos generales, Irán, a través de su Guardia Revolucionaria, es el principal patrocinador de Hamás, tanto desde el punto de vista financiero como de apoyo logístico y de entrenamiento. Y, como se ha apuntado ya, Teherán desea impedir la normalización de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel en el marco de los Acuerdos Abraham. 

Además, Irán controla la milicia terrorista Hezbolá en el Líbano y otros grupos afines en Siria, Irak y Yemen. Los ataques lanzados por algunos de ellos contra Israel o tropas de EEUU en la región estos últimos días son una señal para que ambos asuman como real y probable el riesgo de escalada regional, y para que Tel Aviv tenga que atender varios frentes simultáneamente.

No parece, no obstante, que de momento ese sea el escenario preferido por Teherán, más allá de escaramuzas que obliguen a distraer tropas del foco principal en la franja de Gaza.

Rusia, en línea con Irán, lanzó de inmediato una campaña desinformativa para explotar el atentado de Hamás de cara a las audiencias del "Sur Global". La línea argumental principal es que el responsable del "caos" en el conjunto de Oriente Medio y del sufrimiento de la población palestina es la política "(neo)colonial del Occidente colectivo", sintagma de moda entre los diplomáticos y voceros rusos. Y que esta y otras crisis se solventarán cuando se asiente definitivamente el anhelado por Moscú, Teherán o Pekín "orden multipolar". 

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Sin embargo, resulta evidente la apuesta de Moscú por el caos y la inestabilidad. El cálculo es que a mayor caos, mayores opciones para que no solo acabe el apoyo decidido a Ucrania, sino que quiebre definitivamente la hegemonía de EEUU. Y para que la incuestionablemente eficaz diplomacia rusa se imponga en Oriente Medio y más allá. Así, Rusia ha hecho poco históricamente y aún menos estos últimos días por ocultar su relación fluida con Hamás. 

Y es muy probable que a medio plazo afloren en el debate público indicios que establezcan unos vínculos de Rusia con el terrorismo islamista en general, mucho más amplios y fluidos de lo que comúnmente se cree. Y mucho más, desde luego, de lo que conciben quienes consumen la desinformación rusa orientada hacia las audiencias conservadoras del espacio europeo y estadounidense. 

Todo ello, sin duda, puede complicar la posición rusa a medio plazo. Pero el cálculo del Kremlin es que el tiempo y el contexto corren a su favor. Ni Bruselas ni Washington, debilitadas por la polarización y la zozobra, podrán lidiar fácilmente con la inestabilidad y las tensiones que se avecinan.

Porque en ese "orden multipolar" cristalizarán nuevas grietas en escenarios diversos en Oriente Medio, el Indo-Pacífico o el propio espacio europeo. Y Rusia se siente mejor equipada que Occidente para sobrevivir e, incluso, para prevalecer en el caos y el desorden.