Quién nos iba a decir que José Luis Rodríguez Zapatero acabaría siendo el Luca Brasi de Pedro Sánchez, ese hombre al que mandar para que los problemas acaben enrollados en una alfombra y en el fondo de un río.

¿Hay un contratiempo? Mandad a Zapatero.

¿Hay elecciones? Llamad a Zapatero. Él susurrará al oído del votante como Guardiola y entonará esa nana politicona de que, peluda y maloliente, viene la derecha a comerse a los niños.

José Luis Rodríguez Zapatero este lunes en su entrevista en 'Más de Uno' de Onda Cero.

José Luis Rodríguez Zapatero este lunes en su entrevista en 'Más de Uno' de Onda Cero.

¿Que uno di noi anda díscolo? Avisad a Zapatero. Que lo evangelice según los nuevos códigos de conducta del progresismo. 

¿Que toca amnistía? Enviadlo, que desempolve a Azaña y a los griegos si hace falta y que cuente la envidia que le da, lo antigualla que se siente por no haber escalado ese ochomil del candor en siete años repletos de hitos.

"¿Por qué no lo hice? ¿Qué me llevo a procurarle tal calvario judicial al pobre Otegi?", vino a preguntarse el único exlíder socialista fiel a Sánchez. Fue este lunes, en lo de Alsina, aceptado el menú de preguntas que el locutor sirve en silla eléctrica con independencia de las banderías de quien porta el casco de electrodos.

Sorprende por triunfal esa moral del PSOE con los nacionalismos que, profetizada por Zapatero y elevada a religión por Sánchez, consiste en tratar como buenos a los condenados. Porque si Sánchez ya ha sido el Pedro García Aguado de Bildu y ERC, ahora quiere ser el hermano mayor de Puigdemont

Hablo de una victoria política cierta, la de meter en cintura al independentismo al punto de ser rebasado en votos por el PP en Cataluña, basada en la injusticia manifiesta de aminorar por pura supervivencia el castigo. No es ningún comentario de barra de bar decir que los apologetas de la memoria histórica basan sus alianzas en el más reciente de los olvidos. Nada se seca antes que la sangre en las aceras (De Gaulle), ni nada se ha olvidado más rápidamente que el discurso de Borrell en Barcelona allá por octubre de 2017.

Tan rápido avanza el PSOE state of mind que rige el país que, según Bolaños, uno sería un "nostálgico del enfrentamiento" de pensar igual seis años después.

Pero no caigan en el dogma, no se alarmen. No son mentiras, sino cambios de opinión los que guían el camino de Sánchez. "Si hay que cambiar de opinión, se cambia", homologó con Alsina el Moisés del PSOE, que aparcó su abolengo noblón y puso como un trapo al locutor (así lo reconoció) por preguntar al presidente por sus mentiras.  

Y tiene razón. Que no hay nada más elegante que cambiar de opinión si otra idea es más interesante o más convincente es una lección de Gistau. Pero también la tiene Felipe González, ese hombre al que quiso parecerse y no pudo, y por quien es ahora repudiado (dolorosa herida) al decir que es de necios hacerlo todos los días. 

Se trata de una fragilidad explicada en un capítulo de The Bear, esa serie protagonizada por un chef que desciende a los infiernos de la tasca suburbial de Chicago tras haber acampado en la alta cocina neoyorquina. Cuando el horno se rompe y no hay dinero para arreglarlo, Carmy Berzatto le pide a su primo que haga lo que le había prohibido cinco minutos antes: que trafique por última vez. Consciente de que en la vida hay más primeras veces que últimas, la decisión supone para Carmy un quebranto moral. No por cambiar de idea, sino de principios.

En esa categoría militaban referéndum y amnistía para Sánchez antes del 23-J. Abandonar la alta política, menudear en la sandwichería, es la manera con la que pagar la factura. Y que luego vaya Luca Brasi a explicarlo.