El gobierno balear ha eliminado la exigencia del conocimiento del catalán para el personal sanitario. No es un gesto para la galería, es una necesidad a gritos. No hay médicos suficientes para atender la demanda sanitaria, y esto se agrava en las regiones más aisladas o despobladas de España. 

La presidenta del Congreso, Francina Armengol, junto al vicepresidente primero, Alfonso Rodríguez Gómez y la secretaria segunda, Isaura Leal, a su llegada a la reunión de la Mesa del Congreso.

La presidenta del Congreso, Francina Armengol, junto al vicepresidente primero, Alfonso Rodríguez Gómez y la secretaria segunda, Isaura Leal, a su llegada a la reunión de la Mesa del Congreso. Daniel González EFE

Me contaba un buen amigo médico que trabaja en urgencias en un pueblo de Jaén que no puede más. Me decía que había pedido urgencias para tener un puesto un poco más tranquilo, aunque supusiese otro tipo de sacrificios. Esperaba que en un pueblo las urgencias no fuesen demasiadas, y había conseguido arreglarse con su mujer para compatibilizar horarios y guardias.

Su sorpresa ha sido que tiene aún más trabajo y que casi todos van directamente a urgencias. ¿Por qué? Porque, según él, las plazas de los pueblos de la zona se están cubriendo con saharauis que no saben español. No me parece mal que saharauis debidamente titulados ocupen plazas vacantes. Sólo uso el ejemplo para mostrar dos problemas reales: que no hay médicos suficientes y que el idioma, por muy obvio que resulte decirlo, puede ser una barrera insalvable. 

En otra conversación de aperitivo preguntaba a un médico con responsabilidades en gerencia médica sobre cómo veía la situación sanitaria. Me decía que la medicina en España está saturada, que hay plazas sin cubrir, que hay un exceso de horas que están mal pagadas y que la atención primaria en el medio rural es casi inexistente.

Nada que no sepamos. Sólo que cuando te lo cuenta una persona que lleva años para conseguir una plaza, que está desbordada y que cobra poco por una gran responsabilidad, las cosas ya no se ven desde la pancarta y el partidismo, sino desde el drama personal y social. La cosa se resume así: en Europa no hay médicos suficientes, y los españoles que pueden prefieren irse porque las condiciones son mucho mejores.

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Y no sigo contando mis charlas piscineras con profesores de colegio y universitarios que van de provincia en provincia padeciendo los exámenes de habilitación en catalán, valenciano o gallego, porque eso daría para otra columna sobre el mismo tema: el desquiciado modelo territorial y el drama del nacionalismo.

Lo que me pregunto es que, si mi sociología de piscina y toalla resulta suficiente para detectar un problema que es un clamor, y es que no hay médicos suficientes para atender ciertas plazas, sobre todo en algunas provincias, ¿en qué piensan los políticos que exigen un C1 de catalán a un médico español que va a atender a pacientes españoles?

¿Prefieren una plaza vacante y cientos de enfermos sin atender a tener un médico de la provincia vecina?

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Se podrá aprovechar la ocasión de los pactos de investidura para discutir si el modelo de Estado autonómico es, en realidad, federal o central, y será una discusión apasionante para catedráticos de Derecho Constitucional y para aficionados al complejo tema. Pero será vacía y nociva si no atiende a las necesidades concretas de las personas.

Por eso celebro que el gobierno balear elimine el requisito del catalán para el personal sanitario en las islas Baleares y que las islas se liberen de las políticas lingüísticas de Francina Armengol. Porque no es una batallita más como esas que nos entretienen de semana en semana, y que luego se pasan de moda.

Aquí está en juego la calidad de vida de personas concretas. ¿Qué es más importante, la lucha identitaria del nacionalismo o un cáncer de mama detectado a tiempo? Y no es una pregunta falaz. Es que realmente el nacionalismo y la calidad de vida son incompatibles.

Lo que lamento es que el premio para la persona responsable de esas políticas en Baleares sea la presidencia del Parlamento español.