Rusia siempre ha mantenido trazos de Estado premoderno y de imperio (hoy en declive). Pero quiero añadir un elemento más reciente: la mafia. La rebelión de Prigozhin tiene algo de razborki, esas violentas luchas entre clanes gansteriles que a veces concluyen con violencia y cambio de liderazgo, y otras con acuerdos temporales.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. EFE

El nuevo estado independiente ruso luchó contra las mafias en los 90 y 2000, y terminó controlándolas. Pero asumiendo su praxis (y gran parte de sus redes) durante la consolidación en la cúspide de Vladímir Putin y su círculo inmediato.

Hoy hay una confusión casi total entre el aparato de seguridad heredado del periodo soviético, y del que vienen Putin y su entorno más cercano (como Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad ruso), y sus familias, que ocupan puestos clave de la estructura del Estado y sus recursos. Basta con ver los consejos de empresa de Gazprom. Son élites extractivas. El putinismo es esta Gran Familia con lógica de cártel propia de petroestado.

Por insistir sobre sus abusos y corruptelas masivas, Navalny se pudre en un penal. Si cogemos las pautas y las prácticas del periodo de Stalin (la crueldad sistemática y genocida); si cogemos el aparato de seguridad que las ejecuta; si cogemos el lenguaje político orwelliano (asesinato es "liberación"); si cogemos el imperialismo ruso y El Padrino, tenemos una imagen bastante fiel de la Rusia de Putin y Prigozhin.

Prigozhin salió díscolo por razones de supervivencia política y personal: iba a perder el control sobre su ejército privado, Wagner (muy degradado por la guerra y las pérdidas en Bajmut), en el proceso de centralización iniciado por Shoigu, ministro de Defensa. Su gente tenía por tanto que pasar al mando del aborrecido ministro. A esa eventual nacionalización de Wagner, total o parcial, es a lo que apuntan medidas de estos días.

Prigozhin es un boyardo que se enfrentó a uno de los ministros del zar, sobre el trasfondo de luchas intestinas provocadas por una guerra que no les va bien, y que erró en el cálculo. Pero cargándose la narrativa oficialista del Kremlin y añadiendo otra mella a la credibilidad de Putin. Cuán profunda, está por ver.

Vamos, pues, con algunas lecciones aprendidas.

1. Se ha dicho que esta rebelión muestra la debilidad de Putin. Cierto, pero de momento sale de esta. Al menos de momento. Putin fracasó en anticipar y evitar el estallido del conflicto entre sus señores de la guerra y la subsiguiente rebelión de uno de ellos. Porque Putin tiende a un laissez faire, laissez passer autoritario. Eso supone dejar hacer e incluso incentivar choques por debajo de su vertical de poder para dividir posibles alternativas, aunque esta vez el truco no le ha funcionado. La crisis inmediata, eso sí, la ha logrado contener. Más o menos (sigue en ello).

2. Contra la pared, con amenazas serias y creíbles a su poder, Putin puede recular. No es una regla infalible, cierto. Pero su primera reacción ante miles de mercenarios armados camino a Moscú la confirma. Putin sólo desata violencia (controlada) cuando se vuelve a sentir un poco más seguro en su posición. De ahí las purgas en busca de figuras desleales y la campaña de desprestigio contra Wagner y Prigozhin.

Lo que no hay son evidencias de que Putin escale contra Occidente cuando enviamos armamento convencional en apoyo de Ucrania (llegaron los tanques, llegarán aviones, y no habrá Tercera Guerra Mundial).

Sí castiga Putin aún más a la población civil ucraniana cuando va perdiendo la guerra, eso es irrefutable. De ahí el temor de que Rusia intente algún incidente radiactivo en la central nuclear de Zaporiyia (hay distintos escenarios en nivel de gravedad). La amenaza de hacerlo le funciona bien, en cualquier caso. Por eso es fundamental marcar ya a Putin líneas rojas basadas en hechos, no sólo en palabras.

[Cuatro muertos y 42 heridos en un ataque con misiles en la ciudad ucraniana de Kramatorsk]

3. El mantra de que los rusos apoyan mayoritariamente a Putin sale tocado. Figuras protototalitarias como la suya tienden a gobernar con una mezcla de permisividad, ambivalencia y miedo. Pero si la idea de Putin era incentivar la despolitización del pueblo ruso ("elecciones" sin oposición; Navalny, Ilya Yashin y otra larga lista entre rejas), su reverso es que tampoco saldrán a defenderle cuando le llegue la hora. Esperarán al vencedor.

Otra cosa es que tampoco demasiados rusos vayan a mover un dedo por los ucranianos y que no pocos jaleen los crímenes de sus criminales de guerra. En estos contextos, lo relevante es que las defecciones vengan del aparato represor. 

4. Esta rebelión confirma la estrategia de Occidente (tan dubitativa que a veces regala oportunidades al Kremlin) de armar a Ucrania y dejar claro a Putin que nunca vencerá. Es nuestra mejor carta, junto con las de impulsar nuestra producción militar, cerrar un régimen completo de sanciones contra la máquina de guerra rusa y aislar más al régimen, para forzar a Rusia a algún tipo de negociaciones reales a medio plazo. Lo militar es político-estratégico.

Me explico. Los ucranianos no necesitan echar ya al último soldado ruso de Ucrania (de ahí lo simplista de los análisis negativos sobre su contraofensiva, que apenas ha empezado). Lo que quieren es enviar el mensaje al aparato ruso de que, más temprano que más tarde, las cosas sólo se van a poner peor en Ucrania, y por tanto en Rusia, para ellos.

Por eso tiene todo el sentido estratégico presionar militarmente a Rusia en Crimea, algo que tantos aquí no entienden. Los ucranianos vieron venir estas grietas en el régimen ruso y, de nuevo, no se les hizo caso. Por ahora, a esta guerra aún le queda bastante. Acortarla pasa por presionar al máximo posible al Kremlin, no a Ucrania.