Llevo unos días intentando averiguar quién dijo aquello de que los periódicos son como las salchichas: "Si la gente supiera cómo se hacen, nadie se los comería". Al parecer, se trata de un parafraseo. La frase original dice lo mismo sobre las leyes y pertenece al poeta americano John Godfrey Saxe.

Las periodistas Rosa Belmonte y Emilia Landaluce.

Las periodistas Rosa Belmonte y Emilia Landaluce.

Este es el tiempo de las conspiraciones extrañas. En casi todos los países de Europa, crecen los partidos extremos que se imaginan a unos tipos con guayabera gobernando el mundo desde un barco en medio del mar. Ellos, y muchos de sus votantes, la toman con los periódicos. Imaginan estos lugares, esta redacción, como armas al servicio de un plan secreto.

Y los periódicos, efectivamente, son como las salchichas. Pero no en ese sentido. Además, pese al auge de estos movimientos fantásticos, todavía conservan su sex appeal. Cada vez que llegan las elecciones, te para un amigo y te dice: "El periódico tiene que ser increíble por dentro". Es verdad. Resulta increíble. El otro día me comentaba Ferrer Molina: "Es una pena que no tomemos nota de las cosas que pasan dentro".

Llevo pensando en periódicos y salchichas desde que comencé a leer La mala víctima (Espasa, 2023), la última novela de Rosa Belmonte y Emilia Landaluce. El libro se vale de un asesinato para contar cómo funciona una redacción. Por fin existe un libro que recomendar a todos esos que dicen: "¡Tiene que ser increíble!".

Lo que han contado Belmonte y Landaluce no se puede contar en un reportaje, en una crónica ni en una columna. Ni siquiera ellas, que son libérrimas. La verdad de un periódico sólo puede sostenerla una novela.

Diré poco acerca del argumento para no destripar el final. Una periodista treintañera curra en un diario centenario, propiedad de una familia. Esa familia es como la familia Roy, de Succession, pero a la española. Con casas en Cádiz y en el barrio de Salamanca. A la protagonista le toca cubrir un asesinato en Sanlúcar.

A partir de ahí, comienza el juego de los equilibrios del poder. Entre los propios periodistas, entre periodistas y fuentes, entre periodistas y policías, entre periodistas y dueños del periódico. Hay amor, drogas, sexo, vanidad y envidia. Todo eso que es la vida, pero que en los medios de comunicación se reproduce a una velocidad que sólo pueden igualar las agencias de publicidad.

Belmonte y Landaluce suelen ironizar acerca de los columnistas barbudos que leen a Camba. Ellas son las columnistas imberbes que leen a Ruano. Por eso la escritura del libro es parca, pero poética. Ágil, pero detallista. El cóctel da lugar a una lectura bebible y desenfrenada. César, que era incluso mejor que Camba, tenía serias dificultades para dormir. Conseguía conciliar el sueño uniendo al fanodormo una novela cualquiera de Simenon.

Me gusta mucho, por ejemplo, Los crímenes de mis amigos. Porque sucede en un periódico. Aquella pudo ser la novela negra de los periódicos viejos; la de Belmonte y Landaluce, la de los periódicos de hoy. Rosa y Emilia, las simenonas.

Matan a la chica y el periódico comienza a palpitar como siempre lo hace cuando matan a alguien: "Vamos a salvar la audiencia del mes (…) Nos vamos a forrar a clics (…) Has hecho muchas suscripciones. La gente está enganchada a este asesinato".

Ahí empieza a fabricarse la salchicha. Ese cinismo en la redacción no impide que el texto que se publique se encuadre en los límites de la ética, que son los que marca la verdad. Por eso los periódicos son tan seductores. A veces el mal es el camino para alcanzar el bien.

Belmonte y Landaluce dibujan a la perfección el marco de los crímenes con capacidad de revolucionar un país. Póngale usted, lector, nombre a ese marco, que yo soy un cobarde. Pero tenga claro que cuando uno de esos crímenes ocurre, los periodistas los captan a la legua. Les brillan los ojos. En este caso, hablamos de una chica joven, guapa y rica que sufre una violación. El cadáver lleva un Rolex.

Con la novela, el lector también se da cuenta de que el suceso no es igual para el periodista que lo escribe que para el periodista que le pone el titular. El primero está implicado emocionalmente. El segundo lo vive como si fuera una novela y debe explotar su atractivo.

Con la novela, el lector descubrirá que los mejores maestros son aquellos que causan una mezcla de temor y admiración. Que los periodistas somos unos adictos a la notoriedad. Que el presunto "es una palabra con tantas capas de polvo que a los ojos del público no significa nada". Que los diarios sólo pueden encontrar la salvación en la abstinencia. "Los periódicos de hoy son como eyaculaciones continuas de noticias sin ningún orden ni concierto", dice uno de los protagonistas.

Entrego la columna y me voy a cenar. Me encantan las salchichas.