De vencedores y vencidos va el momento político actual. De sumar a ver si dan los números. O si hay que recurrir a una lona más en Gran Vía. O si hay que dejar que los cachorros de los partidos sigan componiendo una oda al mal gusto en Twitter.

Pero lo cierto es que, puestos a contar bajas, podemos confirmar que, si alguien ha salido perdiendo en estos años de Gobierno, ha sido el feminismo. Y que la derecha tiene una oportunidad de oro para recoger las reivindicaciones de un movimiento que se siente políticamente huérfano.

Una pancarta de Irene Montero dimisión en la manifestación feminista celebrada el pasado 8-M en Madrid.

Una pancarta de "Irene Montero dimisión" en la manifestación feminista celebrada el pasado 8-M en Madrid.

¿Quiere el pensamiento conservador hacerse con el tsunami que el 8 de marzo de 2018 consiguió sacar a la calle a mujeres de todas las edades, opciones políticas, orientaciones sexuales, religiones y colores? Ahí tiene al feminismo, esperando a que alguien lo vuelva a apadrinar.

El presidente del "gobierno más feminista de la historia" se dirigió el otro día a su grupo parlamentario durante treinta minutos para hacer una apología de su gestión y se le olvidó mencionar las dos leyes más importantes que ha dado a luz su Ministerio de Igualdad: la Ley Trans y la ley del sólo sí es sí. No es casualidad. "Digas lo que digas, no hables de esto", debió de ser la consigna. Queda algún asesor de comunicación con neuronas en este país.

En la guerra electoral que se avecina, Sánchez sabe que ya no cuenta con el feminismo como arma.

En algún momento del reparto de ideas, izquierda y derecha echaron una moneda al aire y decidieron que el feminismo caía a un lado y la religión al otro. Revolución sexual para los progres e incienso para los conservadores. Ambos asumieron con entusiasmo la misión de abanderar sus causas y denostar la del contrario. Los dos se equivocaron.

Ahora, la izquierda institucional ha perdido todo su crédito como representante de la causa feminista. Resulta que no valía cualquier cosa. Uno no puede agitar el pañuelo morado mientras saca a violadores a la calle y a Amelia Valcárcel del Consejo de Estado sin levantar ciertas sospechas. ¿Mastectomías y aplicaciones de reparto de tares del hogar? No parece muy coherente.

Hay quien dice que, con la campaña que está haciendo el PSOE, Feijóo podría quedarse en casa y ver en bucle todas las temporadas de Succession y amanecer como el partido más votado el 23 de julio.

Si el candidato del PP cree que ser un representante legítimo de las reivindicaciones feministas va a ser tan sencillo, se equivoca. Las piezas del tablero que le toca mover a la derecha para quedarse a buenas con el feminismo pueden parecer muy automáticas: derogar la Ley Trans, dejar de indultar a mujeres secuestradoras, evitar que el dinero de los contribuyentes se destine a campañas body positive y erradicar el "todes"… Pero no basta con eso.

Hacer verdadera política feminista desde las instituciones implica reconocer que la brecha de género actual es la brecha de la maternidad. Y admitir que no sabemos proteger bien a las mujeres víctimas de violencia y a sus hijos. Y dejar de hablar solo de la regla y de Tinder y dirigirse también a las mujeres que se sienten invisibles por su edad.

Hacer verdadera política feminista desde las instituciones significa abrir los ojos a la realidad de que las niñas adolescentes son un blanco del engaño misógino que les vende la prostitución como empoderamiento. Y afrontar que la pobreza tiene rostro de mujer migrante y de madre soltera.

Y que el feminismo, cuando es de verdad, también habla a los hombres. Sin gritarles ni ponerles contra la pared para registrarles de arriba abajo sólo por el hecho de serlo.

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Por eso, puede que el feminismo sea una oportunidad para la derecha. Pero es, ante todo, un deber.

El conservadurismo podría recoger el testigo de la izquierda fracasada si llega al poder el 23 de julio. Y le tocará hacer una profunda reflexión de cómo es su relación con el feminismo. Porque no se lo podrá arrebatar a la izquierda para colgarlo en el balcón como si fuera un banderín. El movimiento feminista ya ha demostrado que castiga a los que vacían de significado su pensamiento y lo utilizan sólo como una etiqueta para conseguir votos.

Si quiere ganarse al feminismo y ser creíble intelectualmente, el pensamiento conservador deberá dejar de hablar de "igualdad, sí, pero bien entendida". Poco menos que citando el Génesis y lo de la costilla y con El Fary como referente.

Hacer esto no debería ser tan complicado. Porque hasta el buen hombre conservador que morirá diciendo que la violencia no tiene género espera despierto a su hija cuando sale de fiesta