Carlos Boyero se revuelve en la silla. Lleva un rato con la mano levantada y no las tiene todas consigo. ¿Conseguirá obtener el turno de palabra que le permita dirigirse a Catherine Deneuve?

Había jurado que no volvería a un festival. Y mucho menos a Cannes. Pero en cuánto supo que la antaño musa de Buñuel iba a recibir una Palma honorífica, aprovechando su presencia en el certamen para presentar, fuera de concurso, Los abanicos de Cherburgo –secuela del clásico de Jacques Demy de 59 años atrás, ahora concienciada con la sequía y el cambio climático-, se dijo que tenía que romper su promesa.

Al fin, la señal esperada. Su manejo de la lengua de Molière difícilmente le franquearía las puertas de la Comédie-Française. Pero lleva a la espalda suficientes horas de cine galo como para saber defenderse. No fue tan pesado con la nouvelle vague como Trueba y Ladoire en la facultad. Pero siempre se sintió cómplice del primer Antoine Doinel. Ahora consigue carcajadas muy sonoras cuando en las reuniones sociales protesta porque el cine del país vecino lleve medio siglo haciendo la misma película sobre unos amigos que se reúnen para cenar. 

Su proverbial talento para la provocación ha encontrado su mejor cauce en las columnas del periodismo escrito. Pero no se le ha dado mal la radio. En alguna ocasión ha tenido trifulca en aquellos programas de televisión de debate tumultuario en el que te podía tocar rebatir a algún agradaor de folclóricas o a Jesús Gil

Pero no recuerda dar la nota así, en una rueda de prensa. Qué demonios. Si ni siquiera tenía que estar allí. Así que allá va: 

Señora Denueve, permítame decírselo: sigue estando usted muy buena. La secuencia de Los abanicos de Cherburgo en la que se quita la blusa muestra un frontis que ya lo quisiera para sí alguna de esas criaturas esqueléticas que pueblan las películas que tengo que dormitar por mis penosas obligaciones laborales. ¿Va a alguno de esos sofisticados centros de tortura que llaman gimnasios? En caso contrario, ¿cómo se mantiene en forma? 

La protagonista de Indochina ríe la ocurrencia y contesta que, sencillamente, la naturaleza la ha bendecido con ese cuerpo. Pero la sala está muy lejos de compartir ese tono. Carraspeos y exclamaciones ahogadas de indignación. Algunos representantes de la nueva hornada del periodismo cinematográfico español intentan estabilizar los teléfonos móviles entre sus manos temblorosas. Necesitan tuitear su furia cuanto antes. 

En cuestión de minutos, los cuarenta segundos de intercambio se difunden masivamente. "El indignante comentario machista del crítico más heteropatriarcal", titula su trino un medio concienciado. "Dejad de cosificarnos", resume la informadora más influyente de Malasaña

Al día siguiente hay carta a la directora destacada en negrita en el diario en el que escribe Boyero. La firma un sexagenario de Madrid que dice sentir bochorno y pide disculpas en nombre de todos los hombres de España. "¡Jamás le hubieran dicho eso a Robert Redford!". El escándalo no tiene visos de amainar en unos cuantos días. 

Todo lo escrito hasta ahora es totalmente inventado. No así un episodio muy similar vivido estos días por un actor ya octogenario que responde por Harrison Ford. El tono con el que se ha dado parte del sucedido ha oscilado entre el "jijí" y el "jajá". 

Creo que Boyero no se arrepiente de haber dejado de ir a festivales.