En España la colonización facciosa de las mentes es tan totalitaria que alcanza también a las esquelas. Es la polarización funeraria. La necropolítica.

Las figuras especialmente divisivas como la de Fernando Sánchez Dragó son las más expuestas a la politización de los muertos. Tanto que, tras su fallecimiento este lunes, la ciénaga de cerebros podridos por la ideología que son las redes sociales se convirtió en un campo de batalla con el cuerpo del escritor aún caliente. Se ha repetido así el bochornoso despiece que siguió al fallecimiento de Almudena Grandes.

El escritor Fernando Sánchez Dragó junto a unas jóvenes que acudieron al estreno de su corto pornográfico, en 2018.

El escritor Fernando Sánchez Dragó junto a unas jóvenes que acudieron al estreno de su corto pornográfico, en 2018. Jorge Barreno

Hay pocas cosas más mezquinas en este mundo y en el otro que felicitarse por la muerte de un ser humano. La vesania con la que muchos celebraron la de Dragó resulta realmente espeluznante, por lo que transparenta de rencor fanático y enfermizo.

Sorprende comprobar a cuánta gente que abomina de la fe en Dios le excita, sin embargo, la idea de la existencia de un Hades donde agonicen eternamente sus enemigos. Las sociedades que creen en el infierno pero que no pueden creer en el Cielo son las de la culpa sin perdón ni posibilidad de redención.

Pero entre la miríada de necrológicas que siguieron a la exclusiva de este periódico maravillan más por su vileza los llantos de los acólitos que el júbilo de los difamadores.

Enrojece uno ante la cantidad de elegías que comienzan con la fórmula "conocí a Dragó". Como sucede cada vez que una celebridad pasa a mejor vida, los obituaristas en primera persona se lanzan a las páginas de los periódicos o a su Twitter a enfatizar que el finado les premió con su amistad. Otros, más modestos, desvelan que tuvieron "la fortuna de tratarlo". Puntualizan, lo trataron "en vida".

He llegado a ver a varios plañideros subir imágenes en las que aparecían ellos más grandes y nítidos que el propio fallecido. Algunas, incluso, han aprovechado la necrológica para hacer fertility display.

Algunos recuerdan "la última vez que nos vimos", porque aquí lo que cuentan son mis últimas tardes con Dragó, no las suyas. Los hay que le visitaron en su casa de Castilfrío. Están los asiduos a los Encuentros Eleusinos. Y alguno queda incluso entre quienes fueron invitados a su programa de televisión. Todos ellos, por supuesto, experimentan la necesidad irreprimible de airearlo.

No fallan tampoco a la cita los que desempolvan y extraen de la estantería la bibliografía completa del fiambre para añadir a su pésame la preceptiva foto que certifique que lo tenían estudiado y subrayado. A sus lectores la pérdida les interpela casi más hondamente que a sus hijos.

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Otros refieren que tuvieron la oportunidad de entrevistarlo. Y los más osados llegan a destacar que Dragó los entrevistó a ellos en alguna ocasión. Lo más reseñable de la dilatada vida y obra del escritor es que me preguntó a mí por mis libros.

En los tiempos del narcisismo desaforado y el ombligocentrismo, se vuelve más cierto si cabe aquello de Freud de que nuestra propia muerte es inconcebible. Acaso este tipo de obituarios autorreferenciales sean el simulacro que la hace representable.

Fernando: vendrá tu muerte y tendrá mis ojos. El muerto al hoyo y los vivos, al bollo horneado en la hoguera de las vanidades.

En cualquier caso, es probable que Dragó, un tipo que se decía "anarcoindividualista" y que hizo de su amor propio mastodóntico la piedra angular de su personaje, hubiera encontrado estos alardes egoicos de lo más pertinentes.

Descanse en paz. Yo nunca le conocí.