La pasada semana tuvo ocasión la enésima polémica en torno al acento andaluz. Esta vez fueron los torpes comentarios de una tal Paula Gonu, influencer y catalana para más señas, sobre un tal IlloJuan, streamer y malagueño, los que echaron gasolina sobre la hoguera del victimismo andalucista.

El streamer IlloJuan.

El streamer IlloJuan.

Paula Gonu vino a decir que le sorprendía el éxito del youtuber, cuya forma de hablar no entenderían por lo menos el 70% de sus seguidores. Y que vaya meritazo tenía triunfar hablando así.

Tardaron poco los andalucistas de guardia en echarse al suelo, revolcarse y aspaventar como Jordi Alba pidiendo penalti y expulsión para la Gonu. Llega a ser madrileña y la llevan ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía.

No había mala intención en las palabras de la instagramer de Badalona, como tampoco las hubo en el caso inverso de la enfermera gaditana que se quejaba de que para unas oposiciones en Cataluña había que sacarse "el puto C1 de catalán".

"A veces los catalanes hacemos cosas muy raras, como hablar en catalán", le escuché una vez a Serrat.

Sí hubo mucha ingenuidad y mucha torpeza por parte de ambas jóvenes, que puede que tuviesen hasta razón en el fondo de sendos mensajes, pero que erraron a todas luces en la forma de comunicarlo y en el canal elegido para difundirlo.

Y esto, sacado de contexto, es carroña para las hienas nacionalistas, tanto catalanas como andaluzas, que se alimentan del victimismo y del oportunismo.

Así, en una sociedad como la catalana, hasta los políticos y los sindicatos salieron a morder sin piedad a mi pobre paisana, sin que ningún andaluz profesional saliera en su defensa.

Afortunadamente, el neoandalucismo (encabezado políticamente por las CUP caleteras de Teresa Rodríguez y, culturalmente, por el grupo Califato ¾) es minoritario y no alcanza tal nivel de degradación, y se limitó a la llorera por Twitter y al clásico discurso contra el "supremacismo y el clasismo español" frente al "dialeςto andalú, que êh lo’mâ mehón der mundô".

Porque esa es otra. Ahora aquí se lleva "ehcribĭ aςín", que dicen los que saben que es la transcripción del "dialecto" andaluz. Y hasta se ha creado una escuela para aprender a escribir andaluz: la Edela, cuyo objetivo es "dignificar la lengua andaluza para estandarizarla y profesionalizarla" (sic). Se empieza por ahí y se acaba pidiendo que se den un 25% de las clases en castellano.

Me juego mi cortijo, mi carné del Betis y mi caseta de Feria a que la Junta de Juanma Moreno acaba acogiendo estos cursos y regándolos con dinero público. De aquí a nada, a las Paulas Gonus de turno se les exigirá un ς-1 de andalŭh para purgar sus pecados de no entender a los IllosJuanes.

Unos cursos cuyo monstruo final, su prueba de fuego, debería ser entenderse con la ministra Marisú tras vaciarse dos botellas de Tío Pepe. Chiqui Montero, que habla con letra de médico y que, con su jungla de las declinaciones imposibles y sus subordinadas anarcoides, es la Vinicius del nacionalismo andaluz.

En definitiva, con el relato de este tonto y viral episodio quiero alertar (o al menos avisar) de que aquí en el sur se está incubando un huevo de serpiente al calor de la connivencia de un gobierno regional de andalucismo protésico y barroco, y que por cada bromita venida de arriba está más cerca de eclosionar.

Ojalá mi pueblo fuese, en ese sentido, indolente como el extremeño, o tuviese capacidad de reírse de sí mismo como el murciano o el manchego.

Pero no. Desgraciada y paradójicamente, Andalucía se toma muy en serio a sí misma en lo que a chorradas identitarias se refiere. Ya no cuenta los chistes, sino que los encaja con mandíbula de cristal.

El andalucismo, como el feminismo y el nacionalismo catalán, se está sacralizando, y ya sabemos de lo peligroso y cansino de las causas religiosas.

Al hilo, y ya que estamos en vísperas de Semana Santa, cabe recordar aquél diálogo tuitero entre Carlos Herrera y un seguidor suyo:

‒Don Carlos, ¿ya estamos paseando muñecos?

‒¡Paseando a tu puta madre!