Quisiera hablar de otras cosas, pero me encuentro con los pezones de Ione Belarra. Uno por cada 250 agresores beneficiados (en el momento de escribir este artículo) por la ley de "sólo daré mi brazo a torcer si me da la gana o si peligra mi asiento en el banco azul.

Ione Belarra junto a Irene Montero en un acto de Podemos.

Ione Belarra junto a Irene Montero en un acto de Podemos. EFE

Y de momento no entiendo nada. Sólo de momento.

Porque de golpe nos subimos en el DeLorean del Ministerio de Igualdad y nos vemos en los 60 o en los 70, discutiendo de sujetadores.

Y claro, las adanistas que llegan tarde a todo (unos cincuenta años) le ponen una etiqueta al tema (#NoBra, por ejemplo) y se suman a una polémica más antigua que el hilo negro, ignorando que las que jugamos en la liga de la presbicia ya la recibimos resuelta de nuestras madres.

Que si son machistas, que a los hombres (sobre todo si son fachas) se les transparentan los pezones bajo el polo de El Capote y no pasa nada, que si nadie nos puede obligar a llevarlos, que si el tallaje es heteropatriarcal, que si esto, que si aquello.

Ruge Twitter. Las y los del derecho inalienable al no-sostén se enzarzan en discusiones sin que nadie se moleste en llevarles la contraria. Porque ¿a quién le importa? Y hasta los de EH Bildu opinan. Como si fuesen gente normal.  

¡Hala! Otro hito alcanzado. Otra conquista social conseguida para la mujer.    

Porque hay que desviar el foco aunque sea un rato. Con otra carga de victimización de gente bien alimentada y muy desocupada.

La coalición. Un fin en sí misma. ¿Para quién? Para el que teme sentir el frío de los sueldos del común de los españoles (un cero menos en el salario bruto anual), o tener que ir a los comercios a los que no va Nadia Calviño y en los que no se nota nada esa bajada de precios que la ministra presume ver y que nadie conoce.

El frío de un mundo en el que no te abran la puerta, no te bailen el agua o no te llamen "señoría". El frío de estar fuera del poder. Gélido. Polar. De febrero.

Por eso Ione Belarra es capaz de defender que sí o sí se debe incluir a los perros de caza en su ley de maltrato animal ("no hacerlo es permitir la impunidad de sus maltratadores") y votar a continuación todo lo contrario.

Y no dimitir.

Por eso la ministra Pilar Llop se autoinmola por Pedro Sánchez como una viuda hindú, fingiéndose responsable de una ley con la que no tuvo nada que ver. Y quizás por eso mismo hasta nos creemos su arrepentimiento.

[Las críticas a Belarra por su foto sin sujetador que dejan en evidencia a Vox: "¿En serio?"]

O el edecán de Pedro Sánchez, Félix Bolaños, se va de tournée por las radios a explicar cómo y cuándo va a cambiar la ley maldita, de la que no se arrepiente, pero que no es perfecta y que pertenece a un pasado que es mejor olvidar.

Y que lo hará a pesar de Irene Montero. Pero Irene Montero no se irá. Si acaso un mohín, un ceño fruncido y una admonición de esas que tanto acostumbra el padre de sus hijos.

O sí se irá. Cuando la legislatura toque a su fin y sólo haya una soldada en juego. Quizás entonces.

Lo siguiente, la ley trans. Una norma que también tendrá consecuencias, como dicta la lógica más elemental y como se ha comprobado en los países en los que se ha aprobado una norma similar.

Pero ahí tendrán suerte. El tiempo juega a su favor, porque los efectos indeseados de esa ley quizá no se vean en el tiempo que media hasta las elecciones generales.

Y porque los socialistas (con la excepción de la senadora mallorquina, Susanna Moll), como ya ocurriera con la ley del 'sí es sí', están de acuerdo con ella.

Pero si no es así, si hay que volver a mover el foco, ¿qué tal un buen debate sobre el carácter heteropatriarcal de las fajas reductoras o los pantis con refuerzo en el abdomen?