Seguir las galas de entrega de los premios cinematográficos tiene alguna ventaja. Si la irrupción de Elisa María Lozano Triviño coincide con la temporada de galardones, el discurso hiperventilado te pilla ya muy entrenado. 

Joe Pesci se limitó a decir “gracias” cuando recogió su Oscar al mejor actor de reparto en 1991 por Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990). No había redes sociales. El speech se perdía en el aire. Dependía de la memoria de aquellos que lo presenciaron en su momento y del criterio de los editores de informativos, que podían seleccionarlo como “total” si algún fragmento merecía especialmente la pena. 

El director Pedro Almodóvar, emocionado durante su discurso de agradecimiento en la gala de los Premios Feroz del pasado sábado en Zaragoza.

El director Pedro Almodóvar, emocionado durante su discurso de agradecimiento en la gala de los Premios Feroz del pasado sábado en Zaragoza. Europa Press

Sería injusto meter a todos los cineastas en el mismo saco. El nivel medio es pavoroso para cualquier espectador que esté viendo aquello desde una incredulidad en pijama.

Pero justo es reconocer que algunos agradecimientos pueden resultar sinceramente divertidos o emotivos. Algunos ejemplos.

El “Me gustaría creer en Dios para agradecerle este premio pero yo sólo creo en Billy Wilder. Así que gracias, señor Wilder” resume bien la idea que Fernando Trueba quería transmitir en una frase corta, directa e ingeniosa.

Es difícil también evitar la caída de la baba cuando se contempla el premio a Tatum O’Neal por Luna de papel (Peter Bogdanovich, 1973). Una niña de diez años enfundada en un smoking. Imposible que los nervios durante su plano de escucha en los instantes previos al anuncio sean fruto del fingimiento. La mezcla de alegría y sorpresa cuando escucha su nombre desarman al corazón más duro. Sus palabras se limitaron a nombrar al director y a su padre, el coprotagonista del filme, Ryan O’Neal. Se dice que éste no acompañó a su hija a la gala presa de unos celos profesionales irreprimibles por no haber obtenido él la nominación. 

“Si de niña me hubiesen dicho que yo iba a ser princesa e iba a tener un caballo con alas, no me lo hubiese creído”. Con esta sencillez tan efectiva agradeció Michelle Jenner su premio Ondas por la serie de televisión Isabel hace una década. Cortito y al pie. Remate y gol.

Habrá quien diga que tanto el tono sereno como lo acertado de la frase son más fáciles en unos reconocimientos que se otorgan directamente, sin nominación previa, que hace que el seguro ganador pueda presentarse en el escenario con una intervención mejor preparada.

Bueno. El porcentaje de probabilidades del nominado no hace tan descabellada ninguna victoria. De modo que resulta recomendable tener muy claro lo que se quiere decir al público. Al asistente y, sobre todo, al que sigue el evento a distancia.

Es uno de los efectos perversos de esa burbuja en la que la industria cinematográfica y el periodismo que la cubre conviven retroalimentándose. El del incomprensible prestigio de los balbuceos y el lenguaje tabernario. Hay algunos que hasta se enorgullecen de que en su gala los invitados se emborrachen con el vino que les sirven.

Aquí el público que sigue el evento a domicilio (menos de 10.000 personas en el momento álgido de la noche según la única plataforma de streaming a través de la cual se puede seguir) hace las veces de asistente sobrio en la fiesta desmadrada. O sea, el único consciente del ridículo que están haciendo el resto de participantes. 

Un tertuliano diría que en la deriva insoportable de los discursos de agradecimiento han confluido varios factores. La burbuja ha animado a que la reivindicación política tenga que estar presente. En ocasiones ésta ha estado introducida con el calzador de King Kong.

Súmese esto al auge de las redes sociales. El resultado son intervenciones directamente pensadas para la viralización. Al orador se le nota verse a sí mismo reencuadrado y subtitulado en una story de Instagram. Esos énfasis, esos aspavientos. Esa manera de masajear el oído de la platea, diciendo lo que de antemano sabes que quiere oír, para que cualquier afirmación en boca de un actor con una cosmovisión más bien reducida se vea respaldada por una ovación digna de Martin Luther King

[Premios Feroz 2023: la lista completa de todos los ganadores]

Pedro Almodóvar dio un ejemplo interesante la otra noche. Fue capaz de lo mejor y lo peor en el mismo discurso. La emoción en el recuerdo a su madre fue un estallido sincero, de esos que son ya raros de ver.

La alocución política que se ha viralizado respondía, en cambio, a un patrón harto previsible en el que encajan muchos de los rasgos antes expuestos. (Pese a ello, algún periodista dijo ver que el manchego estaba “haciendo Historia”). De la otra historia, me van ustedes a permitir, no sabemos suficiente en el momento de escribir estas líneas como para emitir algo remotamente parecido a una opinión. 

Los Critics Choice, los Globos de Oro y los Feroz ya han dado muestras sobradas de que el discurso hiperventilado ha llegado para quedarse. Y nos quedan los Goya y los Oscar. De modo que nos esperan varias soflamas con la manta y el sofá como únicos escudos. Malditas redes sociales. 

Pantallazo y para Twitter.