Un intelectual español profundamente admirado, respecto a por qué había abandonado a su pareja, unos años antes, me confesó: “Me volví loco; loco del todo por un c*** más joven”.

No lo decía orgulloso, tampoco arrepentido. Simplemente, describía la realidad que había vivido, la que le había engullido sin pretenderlo. La que le había atacado y ante la que apenas pudo oponer resistencia, dada la inmensa rotundidad del alborozo que se le volcó encima.

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, en una imagen de archivo.

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, en una imagen de archivo. J. L. Cereijido EFE

Incluso para los grandes hombres, los que pasarán a la posteridad, los que dejan huella, esos cuyas obras y vida serán estudiados dentro de trescientos años, resulta difícil, a veces imposible, disfrutar de una vida amorosa feliz y estable. Entre el c*** y el corazón apenas existe, a menudo, espacio alguno. Tienden a ser lo mismo. Uno se nutre del otro, ambos se complementan y se necesitan, alimentándose hasta dejar al individuo al que le sobreviene el tsunami emocional haciendo malabarismos sobre un alambre tan fino que más vale no precipitarse al vacío.

De hecho, solo entre los dos logran la completud de eso (qué será eso) que buscan los hombres y, supongo, también las mujeres. El corazón, ese músculo teñido de rojo que a veces preferimos ignorar porque duele contemplarlo, incluye, por supuesto, las conexiones neuronales que te hacen ser quien eres. Cómo no entenderlo así.

Mario Vargas Llosa, el genio hispano-peruano, acaba de romper, a los 86 años, su relación sentimental. El Nobel de Arequipa ha vivido estos últimos años una novela de ciencia ficción, tal vez, con Isabel Preysler, a la que le sacaba década y media. Juntos formaban una de las parejas más rocambolescas de la vida social española e internacional.

Su unión constituyó toda una sorpresa, no tanto por ser ambos archiconocidos en cada uno de sus mundos, sino sobre todo por el poco encaje aparente que suscitaba un intelectual de la magnitud del autor de La ciudad y los perros cogiéndole la mano, delante del mundo, a quien representa la imagen de Porcelanosa y es, indudablemente, la reina de la vida social con la que se ilustran las publicaciones del corazón.

Preysler se refería a la banalidad. Vargas Llosa apuntaba a la parte más profunda del intelecto.

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De la mente de ella brotaban fiestas repletas de famosos sin grandes logros; de la de él, personajes maravillosos que estaban más vivos que muchas personas de verdad y que, con su deambular por las páginas de sus vidas, seducían al más exigente de los lectores.

Ocho años atrás, Preysler venía de haber enviudado de Miguel Boyer, el exministro socialista; Vargas Llosa acababa de celebrar sus bodas de oro con Patricia Llosa, nada menos que 50 años junto a su prima. Un encuentro en desigualdad de condiciones previas que, sin duda, se vio atormentado por la fortaleza del instante que cambió el rumbo de sus vidas.

Resultaría sencillo responsabilizar a la exmujer de Julio Iglesias como artífice de la ruptura de ese matrimonio longevo, y como consecuencia al autor del estallido final de su relación con la madre de sus hijos. Pero ese análisis, tan simplón, no aguanta la trama de esta relación tan singular, que sin duda daría para una buena obra de autoficción novelada. ¿Quién no querría leer, esculpida por el escritor, cómo nació y luego se desarrolló hasta explosionar esta extraña relación? ¿Quién no querría introducirse en la mente de autor y ayudarle a descubrir qué pasó para que se forjara ese amor, y qué pasó para que desapareciera?

En el cuento Los vientos, escrito por el autor en 2021, podrían aparecer algunas claves. Pero tal vez no; quizá solo sea, del todo, ficción. Pero la ficción nunca es solo ficción. En cualquier caso, únicamente compete a los afectados tanto la construcción de su relación como su súbito desmoronamiento. Los juicios sobre el comportamiento de los demás casi nunca proceden, y menos en el ámbito de las relaciones humanas, salvo si alguien ha estado en la piel de los juzgados el tiempo suficiente, y eso nunca sucede.

Lo demás, lo que verdaderamente importa, lo dejamos al gran enigma del amor, tan presente. Ese que modela cada una de las esferas de nuestras vidas, queramos admitirlo o no. Tan inescrutable, tan inexplicable. Cuando se abalanza ese c*** más joven, o ese corazón sublime sobre un ser humano desprevenido, el hechizo resulta colosal. Te transforma y, a veces, también te destruye.