Les supongo enterados. O no. Que es tal el marasmo de absurdeces con el que nos levantamos a diario (la mayoría de las cuales ocurren en las Cortes) que no tengo yo muy claro que les lleguen los asuntos de provincias.
Por si acaso. Alumnos de un colegio concertado de Palma de Mallorca (La Salle) solicitan colgar una bandera de España en su clase durante el Mundial. El director y el jefe de estudios acceden.
Una vez colgada, y por si algún profesor, alumno, padre de alumno o bedel se sienten ofendidos, se les pide que añadan un cartel alusivo a la selección, de modo que quede claro que la presencia de la enseña nacional está absolutamente exenta de connotación política alguna. Lo hacen.
Esto último ya les debería parecer suficientemente extraño. Me refiero a la posibilidad de que a alguien le ofenda la rojigualda en un aula. Sin embargo, en Baleares, como en Cataluña, la Comunidad Valenciana, el País Vasco o Navarra, lo que debiera ser normal se convierte en provocación.
[El colegio La Salle de Palma retira la bandera de España y readmite a los 32 alumnos expulsados]
En cualquier caso, ya saben lo de las profecías autocumplidas. Algunos profesores empezaron a sentir una insoportable comezón, un picor, un nosequé ante la presencia de la bandera de España (trapo, para ellos). Y, al poco, ya estaban cuestionando la idoneidad del permiso dado por la dirección.
Ese nosequé ante la criptonita rojigualda se convirtió en un "hasta aquí hemos llegado" para la profesora de Lengua Catalana. Así que exigió a los alumnos que la descolgasen. Estos, haciendo valer el permiso dado por el director y el jefe de Estudios, se negaron.
Ante semejante muestra de insubordinación, la profesora los expulsó del centro. A los 32 alumnos.
Poco después, un padre dio a conocer el hecho en las redes sociales. Se publicó el nombre de la profesora. Recibió amenazas e insultos en las redes sociales. Los padres de los alumnos y los alumnos, también.
El centro emitió un comunicado. Luego otro.
Conocidos los hechos, la presidenta de la Comunidad, la socialista Francina Armengol, se solidarizó con la profesora. Lo mismo hizo el alcalde de Palma, el también socialista José Hila.
Acto seguido, los tres partidos de izquierdas coaligados en el Gobierno balear (PSOE, Unidas Podemos y Més per Mallorca) impulsaron un pronunciamiento del Parlamento en favor de la profesora.
Aprovechando la circunstancia, y teniendo en cuenta que en Baleares el victimismo nacionalista es algo así como una especie endémica, dichos grupos presentaron una proposición no de ley conjunta en la que denuncian "todas aquellas manifestaciones de carácter amenazante e insultante que se han realizado" contra la docente donde califican de "intolerable la instrumentalización política que ciertos grupos hacen de la educación y la lengua" (catalana, no vayan a pensar que se refieren a la española).
Como tienen mayoría, denla por aprobada.
Por si les cabe alguna duda: deploro que se hiciera pública la imagen de la profesora y mucho más que se la insultase y amenazase, aunque fuese en las redes sociales.
Como no les supongo enterados, les cuento que el principal sindicato docente de Baleares es separatista. Lo mismo ocurre con la federación de AMPAS y el sindicato de estudiantes.
La inmersión lingüística total en lengua catalana sólo se puede soslayar acudiendo a un centro privado.
El tímido intento del PP de sortear (en lugar de derogar) esa inmersión lingüística con la fórmula de un "trilingüismo integrador" fue contestado en los centros públicos con la presencia de grandes lazos cuatribarrados en las fachadas de los mismos, docentes en las aulas vistiendo camisetas verdes con leyendas alusivas al "insoportable ataque a la lengua catalana" que suponía ese decreto de trilingüismo, y jornadas de adoctrinamiento en horario lectivo.
En 2015, siendo ya presidenta, la socialista Francina Armengol derogó la Ley de Símbolos impulsada por el PP por la que se prohibía la presencia de cualquier simbología política en los edificios oficiales y centros docentes.
Como Baleares no deja de ser, para socialistas, nacionalistas y podemitas, una mera colonia de ultramar de Cataluña, el procés y todo lo que vino después supuso llenar los edificios oficiales de lazos amarillos. También los centros docentes.
En este microclima político en el que la enseñanza balear sobrevive (con uno de los peores datos PISA en fracaso escolar y abandono escolar temprano de España), no es extraño que una bandera nacional en un colegio sea una anomalía y que las filias y fobias de una docente prevalezcan sobre lo que debería ser normal.
Pero si esa situación ha sido posible, si fue necesario añadir una leyenda alusiva a la selección para que no se le diese una connotación política a la bandera nacional, si la profesora se permitió llamarla "trapo" y exigir que se descolgase, con esa prepotencia que da saber que el poder está de tu lado, es porque décadas de impunidad separatista nos han llevado hasta aquí.
Ayer, el camino que conduce al colegio amaneció sembrado de banderines con la enseña nacional.
España perdió ante Japón, pero el Mundial sigue y nuestra selección, también.
A veces, sólo a veces, frente a la politización de los centros educativos, se abre paso la normalidad.