Más allá de la polémica extrafutbolística que está generando el Mundial de Catar, al final, en ese proceso de decantación sentimental que se genera en torno a cada gran evento, el Campeonato del Mundo 2022 quedará asociado a nuestras vivencias durante el próximo mes. Como siempre ha sido. 

Seguidores de la selección holandesa siguen el partido contra Senegal desde Amsterdam.

Seguidores de la selección holandesa siguen el partido contra Senegal desde Amsterdam. Reuters

Hasta ahora, esta competición ha estado vinculada a una fecha de euforia colectiva como es el comienzo del verano. Las vacaciones y las notas del colegio, la Selectividad, la noche de San Juan, las largas tardes de fútbol en el chiringuito, el turismo de julio, etcétera. Lo de Catar veremos cómo encaja en esta larga previa navideña de soles cortos y chaquetones largos. 

Además de que de cada Mundial queda un símbolo colectivo: o sea, que para referirnos a una determinada Copa del Mundo recurrimos a lo más reseñable futbolísticamente las menos veces, extrabalompédicamente las más. Así, a los millenials nos legaron a Naranjito del Mundial de España 82 y la mano de Dios del Mundial del 86.

En el 90 y el 94 no debió pasar nada muy gordo porque no heredamos recuerdos de nuestros mayores de ambas competiciones. 

Para entendernos, si hablamos de Francia 98 recurriremos al fallo de Zubizarreta ante Nigeria y de la propia selección gala de Deschamps y Zidanes. De 2002, de Corea y Japón, trasciende con más fuerza evocadora el escandaloso arbitraje de Al-Ghandour en el partido de cuartos entre España y la anfitriona paralela. Y los sobacos de Camacho y el flequillo de Ronaldo

De Alemania 2006 nos queda el añorado Andrés Montes, con La Sexta y la TDT recién aterrizados, y sus magníficos apodos: 'pegamento' Gatusso, 'tiburón' Puyol, 'sweet' Iniesta, el 'tiquitaca' Salinas, etcétera. La portada de Marca en la que, supuestamente, La Roja iba a jubilar a Zidane. Y evidentemente el cabezazo del propio Zizou a Materazzi en la final. Una imagen a la altura de la mano de Dios. Potentísima.

[Opinión: Vergüenza ajena de la propia]

2010 en Sudáfrica son las bubucelas, el waka-waka y Soweto. Es Mandela. El estreno con derrota ante Suiza, el penalti que para Casillas a Paraguay, el cabezazo de Puyol y, cómo no, el gol de Iniesta, del que incluso el menos futbolero recuerda hasta el minuto de la prórroga en que lo marcó.

Es el beso posterior de Iker y Sara como culminación de la gesta. 

Brasil, al menos que recuerde, pasó de puntillas por el sendero de la historia. Acaso nos queda una escandalosa goleada de Alemania a la selección anfitriona y el fiasco de una Selección Española que iba dispuesta a revalidar el título. La burundanga, la eclosión de James Rodríguez y aquel estadio en mitad de la jungla.

En la memoria colectiva nacional, de lo de Francia en 2018 si acaso queda la cabeza cortada de Lopetegui días antes de que se iniciase el torneo. Internacionalmente no creo que quede ninguna imagen con la fuerza suficiente para ser recordada.

Estas, ya digo, son las estampas de un álbum compartido, completado con cromos de memoria colectiva. Pero luego, insisto, lo fundamental son las circunstancias y los hitos personales que nos acompañan durante el mes que dura el torneo. Nuestro estado de salud y el de nuestra abuela, la niña que nos chanela, el currelo, el piso que compartimos, la canción que tarareamos, nuestro peinado y hasta el perrillo que nos acompaña en el sofá. 

El que se celebren cada cuatro años, da tiempo a que estas circunstancias muten ampliamente de Mundial en Mundial. Podemos pasar de soltero a padre de familia numerosa, cambiar de piso, de ciudad, sacarnos una carrera y hasta mutar de sexo. Un cuatrienio que genera espacio suficiente también para que también vire sustancialmente el aire de las tendencias sociales y condiciones político-económicas de un país o del mundo entero.

¿Quién no se acuerda de dónde y con quién (vi)vio el gol de Iniesta en Johannesburgo? O si nos remontamos más aún, seguro que guarda usted memoria de dónde le pilló aquel gol anulado a Morientes a centro limpio de Joaquín ante Corea. Y hasta del testarazo de Zidane en el pecho de Materazzi puede que seguramente recuerde su ubicación y compaña. 

Pero, siendo usted futbolero ma non troppo o simplemente seguidor de los Mundiales como espectáculo de masas, ¿en serio, sin consultar Google, sabe contra quién cayó España eliminada en el último Mundial?

Probablemente, descartando que sea usted un Panenkita, no tenga en la memoria ni quién ganó el Campeonato del Mundo de 2014, mas en cambio si se acuerde del nombre del juez de línea de los cuartos de final versus Corea hace 20 años y hasta de su madre. 

Lo que es la memoria, ¿verdad? 

Personalmente, les puedo contar que festejé el gol de Iniesta en una parroquia de los quicos (los del camino neocatecumenal) sin ser yo creyente, que las semis ante Alemania me pillaron de crucero por el Báltico, que lo de Zizou me cogió en casa de mis tíos en El Masnou (Barcelona) y hasta que madrugué con diez añitos para ver junto a mi madre, en la casita antigua de Cádiz, el más clamoroso robo mundial ante Corea.

¿Qué quedará de Catar? No estoy seguro, pero creo que toda la moralina de parlanchines y Bellerines oportunistas se irá escurriendo entre los dedos como cuando agarras un puñado de arena del desierto con las manos.

En un mes hablamos, y dentro de veinte años confirmamos, qué cromo mandó este Mundial al álbum de la historia. Pero, sobre todo, al de nuestra historia personal. A día presente, sólo puedo recomendarles que disfruten del fútbol y que se desabrochen el cinturón moral. Y ábranse una cervecita a nuestra salud.