El azar me puso el otro día ante una película de 2002. Poco después de arrancar, plano detalle de un teléfono móvil sobre el que se escribe un mensaje SMS. Paso unos segundos de desconcierto. He visto los créditos; el filme tiene que ser español. Y, sin embargo, no descifro en qué idioma se está redactando el texto. Al fin caigo. Es castellano, sí. Pero las palabras están siendo objeto de esa abreviación atroz que impuso la limitación de caracteres del formato. No necesito más recordatorio del mundo de hace dos décadas para llegar a la conclusión de que WhatsApp ha hecho del Occidente industrializado un lugar mucho mejor.

Emoji de WhatsApp.

Emoji de WhatsApp. El Androide Libre

Ha calado un cierto discurso contra la red de mensajería. Entronca con el que alerta sobre el riesgo de las pantallas. Escuchando alguno de sus razonamientos, pareciera que nuestras vidas previas a los dispositivos fueran como un dibujo de José Ramón Sánchez. Puede que antes de la televisión la gente disfrutara  más del aire libre y sometiera a su cerebro a mayores desafíos concentrando todo su ocio doméstico en la lectura. Lo ignoro. Pero doy fe de que el tiempo que hoy perdemos –a chorros, es verdad- frente a un móvil o una tableta es el mismo que antes desperdiciábamos viendo la tele. Lo que pusiera la tele. Nos interesara o no. 

La aplicación ha multiplicado y simplificado la comunicación entre personas. Entre la solemnidad del email y la invasión de una llamada que obligue a interrumpir cualquier cosa que se esté haciendo, se impone WhatsApp. Cortito y al pie. El emoticono es, por regla general, un acierto. Quien los diseñe no cobra lo suficiente. Ese que aúna cansancio y escepticismo es para mí un fetiche. Los de nuevo cuño están alcanzando un grado de perfección conceptual que no tienen muchas obras colgadas en las paredes del Thyssen. El de las espirales en los ojos refleja un estado de ánimo para el que no existen palabras lo suficientemente precisas. Dudo que ninguno sepamos cuál es el contexto adecuado para usar el que se derrite, pero no dejamos de traerlo a colación en las conversaciones como Los Ronaldos hacían por las noches lo de siempre; porque nos gusta y porque nos divierte. 

El trabajo periodístico se ha agilizado. Las fuentes y los directores de comunicación tienen más complicado el ghosting. Que queden por escrito algunos intercambios que hace años se habrían resuelto mediante llamada es de gran utilidad para evitar malentendidos en el trasiego de la información. 

Es una pena que WhatsApp Web haya empezado a dar tantos fallos con las actualizaciones. Era una herramienta perfecta. Permite elaborar mensajes de una cierta complejidad y revestirlos de la formalidad necesaria en algunas comunicaciones. Su generalización ha aligerado el peso de los emails. Las aplicaciones de notas en el móvil también se han visto eclipsadas. Usar un chat con uno mismo como chuleta es la idea más práctica desde el llavero. Párrafos enteros de Word en el móvil en segundos gracias a la versión web. ¡Formidable!

Ojalá una modalidad para los que no tenemos teléfono de empresa. Seleccionar qué chats son de trabajo y cuáles de la vida personal para tener la posibilidad de separar unos de otros a determinadas horas del día. 

[WhatsApp se llena de novedades: Comunidades, grupos gigantes de más de 1.000 personas y encuestas]

No creo que WhatsApp haga que nos veamos menos. Al contrario: ha conseguido mantener contactos destinados a extinguirse para siempre. Los grupos concentran buena parte de este odio tan prestigiado por la plataforma. Entiendo que aquellos que están en los de padres lamenten el 24 de febrero de 2009 en el que Jan Koum alumbró su invento. Pero qué sería de los amigos del colegio, de la facultad, de alguna empresa extinta para la que se trabajó o de aquella despedida de soltero de 2013 tan divertida si no pudiéramos mantener comunicación diaria mandando comentarios a través de ese conducto. Para que se materialice algún “a ver si nos vemos” tiene que existir primero un cauce que dé oportunidad a que se diga la frase.  

Las notas de audio son el objeto fóbico preferido de los detractores de WhatsApp. Está manido el chiste que compara las más largas con un pódcast. Postureos de cenizos aspirantes a ocupar el palco de los viejos de Los Teleñecos. Digámoslo ya en voz alta: los audios permiten mantener vivas las conversaciones cuando no se está en disposición de teclear. Caminando por la calle, las más de las veces. Una buena solución para que el mensaje a contestar no quede traspapelado. Sí, claro, algunas son demasiado largas. Pero la poca capacidad de síntesis es un problema más allá del sonido grabado en un teléfono móvil.

Supongo que estas líneas no habrán convencido a los reacios de WhatsApp. Que nadie sufra. Son libres de salir a corretear por la calle con flores dentro de un cesto de mimbre y encontrarse con esa persona de la que hace 25 años que no sabrían nada si no fuera por la aplicación y las redes sociales. 

Adem+, siempr pudn vlver a mndr SMS.