El lunes 17 de octubre, en los alrededores de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga, unos vándalos dejaron unos grafitis agresivos y radicales que escandalizaron a la comunidad estudiantil.

Al menos, así lo reseñó el Diario Sur, donde se cita también la reacción de las autoridades universitarias, que expresaron su "total rechazo por el discurso tránsfobo y de odio contenido en las pintadas". Desde el Vicerrectorado de Igualdad, Diversidad y Acción Social aseguraron que los mensajes serían limpiados y borrados de inmediato.

He aquí algunos de los mensajes:

Ser mujer no es un sentimiento

Género no es identidad

Ley Trans = Antifeminista

El más aterrador de todos, sin embargo, fue este:

Mujer, persona del género femenino

Que este hecho haya sido noticia y que, además, haya activado un protocolo de emergencia me hizo recordar esas protestas de ciudadanos rusos contra la guerra en Ucrania en las que los manifestantes portaban hojas blancas, a lo Kazimir Malévitch, y eran arrestados.

Manifestación feminista con lemas que serían considerados tránsfobos por la Universidad de Granada.

Manifestación feminista con lemas que serían considerados "tránsfobos" por la Universidad de Granada. EFE

Es cierto que aprovechar la noche para hacer grafitis sobre las fachadas de edificios públicos es un acto de vandalismo, independientemente del contenido.

Pero en este caso, lo vandálico recae sobre todo en el juicio sobre el mensaje. ¿O es que acaso hubiese sido noticia que aparecieran grafitis con frases como "El sexo no es biológico", "Las TERF no son feministas" o "Mujer, persona que se percibe como tal"?

¿Serían interpretados estos mensajes como discurso de odio aun cuando afectaran a muchas feministas que ven en la Ley Trans y sus promotores un instrumento de invisibilización de las mujeres y una amenaza contra los niños?

El diagnóstico sobre nuestra sociedad que arrojan estos episodios de mojigatería delirante e identitaria es desolador. Pareciera que poco a poco se va asentando un estado global totalitario en el que la casi infinita gama de susceptibilidades psicológicas de los individuos tiene mayor consistencia política, cultural, social y científica que cualquier dato objetivo o comprobable.

Lo que se puede rescatar de este asunto es que cada vez será más fácil convertirse en un Che Guevara o un Osama bin Laden. Para provocar el terror y desestabilizar el sistema no hará falta coordinar desde la montaña incursiones urbanas ni secuestrar aviones para dinamitar rascacielos. Mucho menos planificar algo tan engorroso como arrojar latas de tomate en los museos.

El nuevo terrorismo solo necesitará un spray o una impresora o un bolígrafo. Incluso, un pedacito de tiza también servirá. Esto y sentido común.

Lo demás será irse a las facultades de Medicina y rayar la entrada con aberraciones como "¡Sin sístole no hay diástole!" o "¡Arriba los leucocitos y abajo la inmunosupresión!".

En las de Derecho será suficiente con una pintada que diga: "Toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario".

Y en las facultades de Ciencias bastará con grafitear en un lugar estratégico las leyes de Newton y luego pasar a la clandestinidad.

Esto por referirme únicamente al impacto político.

En el campo de las artes plásticas, el nuevo terrorismo también tendrá algo que decir. Por ejemplo, a un Magritte del siglo XXI le bastará, para alcanzar la inmortalidad, pintar a una mujer y titular el cuadro: Ceci est une femme.