Cada tres o cuatro generaciones se da un momento crítico, según la teoría de Joe Biden en Madrid. Eso vale tanto para el contexto internacional como para el nacional. Podemos llamarlo el batacazo. Cada medio siglo, redondeando, hay un batacazo. Y al que le toca debe bailar con la más fea, sí o sí. Estamos en ese vórtice.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la reunión de la Ejecutiva Federal del PSOE.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la reunión de la Ejecutiva Federal del PSOE. EFE

En España se mueven los cimientos y resucitan viejos fantasmas del franquismo, por ejemplo, como en toda Europa se reavivan rescoldos del nazismo y el fascismo. No obstante, por las izquierdas también se agita un pálpito radical, nostalgia de las subversiones latinoamericanas, que en Europa se desinfló como un globo en Grecia y da coletazos en España. Vuelve la moderación y un bipartidismo vintage se abre paso con las vías de agua en Vox y Podemos. Esa es la última sonrisa de las encuestas.

Pero el momento crítico actual es, en el caso español, un fenómeno no sólo político. La sensación de que una nueva cultura, por no decir civilización, se está instaurando en la piel de toro parece un hecho incuestionable. Ahora, o muy pronto, podremos asistir al casting de los próximos iconos de esta época y acaso muy pronto, como diría Alfonso Guerra, a España no la conozca ni la madre que la parió.

El mal trance de Pedro Sánchez es parecer el pasado y Alberto Núñez Feijóo el futuro. Por eso le urge, no un lavado de imagen, sino una cirugía estética en toda regla. Y no tiene a Iván Redondo para dar el golpe de timón.

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El episodio pabloiglesiano de los poderes ocultos y los señores del puro que intentan derrocarle anuncia que el presidente ya entró en quirófano para reinventarse, como diría Mario Alonso Puig. Pero da pistas de lo que puede pasar por exceso de polímeros.

Ojo, que el presidente es el único ave fénix de la política española, salvo que haya perdido reflejos o asesores áulicos.

Sánchez afronta el final de una legislatura que cada día parece atragantarse, presa de las más hostiles anfractuosidades. Para el Debate del estado de la Nación blande el trofeo de la cumbre de la OTAN, con todo merecimiento. Esa catarsis le vino en el momento justo.

Pero es consciente de que la pieza ya está cazada y con el paso de los días pierde efecto novedad para consumo interno. Tiene su relevancia curricular para un puestazo europeo. A Charles Michel le ha salido un recambio sin sus maneras machistas con Ursula von der Leyen, al tiempo que las miradas de la alemana al español alimentan las habladurías.

El caso es que de puertas afuera Sánchez vive un momento dulce, aun sin Angela Merkel, que también tenía debilidades por él, y de puertas adentro siente en el cogote el aliento de Feijóo y de Santiago Abascal al alimón.

Cambiar el equipo es el recurso manido, pero funciona. Imprime psicológicamente una marcha distinta a la velocidad del Gobierno. Sánchez ha caído en una inercia que no va a ninguna parte. Feijóo le supera en los sondeos ayudado por el umbral de un objetivo, y el presidente, por definición, quiere conservar el título: suben al ring y el del PP tiene hambre por ganar.

Con la inflación en dos dígitos, vuelve la austeridad a la Alemania de Olaf Scholz. Si la guerra se prolonga, con Vladímir Putin pisando la manguera del gas hacia Europa y robándole el grano a los ucranianos, tendríamos la tormenta perfecta. Dos pandemias. No hay cuerpo que lo resista ni Gobierno que se sostenga.

Sabíamos que este tipo de apocalipsis, lo del virus, el parón de las fábricas chinas tras confinamientos como el de Shanghái, la crisis de suministros, el colapso energético, la espiral de precios, la vuelta de las primas de riesgo y la subida de los tipos de interés este mes y septiembre, cabrearía mucho en Europa y que habría inestabilidad política. Se llama recesión.

No es el mejor caldo de cultivo para un Gobierno debilitado, justo en plena crisis de la izquierda, que desentierra su instinto cainita para ocasiones como esta a las puertas de las urnas.

Al Gobierno no le salvan los fondos Next Generation, creados para socorrer a la macroeconomía empresarial y salir de la pandemia, pero incapaces de solventar el problema de buena parte de las familias: llegar a fin de mes.

Como decía James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 (hace exactamente 30 años), "es la economía, estúpido".