El lío de Pegasus viene a confirmar un proceso que lleva años instalado en la sociedad: todo lo que hacemos a través del móvil es, de alguna forma, público.

Sydney Sweeney es Cassie Howard en 'Euphoria'.

Sydney Sweeney es Cassie Howard en 'Euphoria'. HBO

De entrada, la mayoría lo colgamos nosotros. La exhibición de la intimidad es una constante que muy afanosamente repetimos, documentando toda nuestra existencia audiovisual hasta el punto en el que los recuerdos ya son un terreno más del iPhone que de la memoria. Y lo que nos guardamos para nosotros en el móvil… Bueno, si encima resulta, como parece, tan fácil colarte en el smartphone ajeno (incluso aquellos que, por el empleo de sus poseedores, deberían estar especialmente protegidos) es hora de asumir que los secretos van dejando de existir. O de hacerlo, el único lugar en el que están protegidos es en analógico.

En la serie Euphoria hay una trama que de alguna forma conecta con esto. Una de las protagonistas, Cassie, manda nudes (desnudos) a todos sus amantes. Siempre son ellos los que se lo piden. Aunque tampoco le haga especial gracia, Cassie accede de una manera inocente, sin pensarlo mucho. Es generación Z y da por hecho que una conversación de palabra es lo mismo que una de pantalla, y que lo que un ojo ve en directo es lo mismo que lo que captura una cámara, porque maneja ambas con la misma naturalidad y son extensiones de sus sentidos. Y confía en ellos, claro. Pero se equivoca. Esos mismos amantes la traicionan y pasan sus nudes a los colegas cuando rompen. A partir de ahí, explota.

Esto le ocasiona muchísimos problemas: todo el mundo circula las fotos sin el menor reparo, a su novio posterior le cuesta mucho asumir lo pública que ha sido su vida sexual en el instituto, la gente (tanto hombres como mujeres) la trata diferente… Hay un punto en el que llega a plantearse que esto le va a afectar en su futuro profesional.

Luego, en un momento de lucidez, llega a una conclusión premonitoria. Para cuando ella esté en edad de trabajar, todas las personas de su generación tendrán nudes en Internet. Es decir, no habrá secretos. Y si los hay, no lo serán porque estarán sepultados bajo una montaña tal de fotos en pelotas que resultarán completamente irrelevantes. ¿Qué importancia tiene ver a una persona desnuda cuando puedes verlas a todas? Ninguna. El morbo está siempre en la escasez. Su problema desaparecerá porque todo el mundo tendrá un problema.

La pena es que hasta que llegue ese día tenemos que cargar con el móvil en el bolsillo, que es una bomba de relojería contra la intimidad. Ya volcamos todos nuestros secretos en él, pero todavía no se han desvelado tantos. La pobre Cassie tiene una visión a largo plazo muy esclarecedora, pero en el presente le toca sufrir y mucho por esto. A ella la traicionaron unos cabrones sin escrúpulos. En nuestro mundo ya no hace falta ni que te confíen ciertos secretos: simplemente se necesita un software.

Y es que, a pesar de la madurez de su razonamiento, Cassie se ve empujada a hacer cosas que no quiere hacer. Su vida cambia a peor. No es la única en la serie que padece esa situación: todos tienen intimidades como un campo de minas y perfectamente documentadas. La naturaleza de los secretos ha cambiado, y en ese juego de traiciones sufren sus consecuencias.

Aquí en la vida real ya las ha habido. Alguna cabeza ha rodado. Algún giro raro se ha dado en política internacional. Y eso en las más altas instancias. A ver cuando nos toque a nosotros. No todo el mundo es un cabrón sin escrúpulos, pero lo que sí es seguro es que todos podemos ser Cassie.