Si por algo merece pasar a la historia esta tercera semana de mayo de 2022, además de las temperaturas saharianas con que nos castiga a los españoles, es por el reconocimiento por parte de George W. Bush de que la invasión de Irak, decidida por él mismo, fue una acción brutal y totalmente injustificada. No quería decir eso, en realidad había escogido esos epítetos para despachárselos al nuevo supervillano Vladímir Putin, pero la edad y el subconsciente se aliaron en su contra y se llevó puesta la frase, que acabará pesando más que su plúmbea autobiografía.

El portavoz del PNV, Aitor Esteban, en el Congreso de los Diputados.

El portavoz del PNV, Aitor Esteban, en el Congreso de los Diputados. EFE

También le jugó una mala pasada el subconsciente al jefe del Ejecutivo español, Pedro Sánchez, cuando para descalificar la por lo demás nada brillante política del PP con Cataluña (no hay más que ver la marginalidad de sus siglas en el Parlament) eligió aludir, en plural, a los "piolines" que Mariano Rajoy dio en enviar contra el desafío secesionista. Luego aclaró que se refería a los barcos, entre ellos aquel decorado con los dibujos de la Warner Brothers. Seguramente esa era su intención, pero ni el vocablo ni la alusión en plural resultaron demasiado afortunados.

En efecto, en el cada vez más copioso vocabulario de tinte despectivo acuñado y empleado por el independentismo de corte furibundo para referirse a España y a los que nos continuamos considerando españoles, "piolines" gira de modo habitual como sinónimo denigratorio de policías o guardias civiles. Quien hoy les da las órdenes debería haber tenido la delicadeza de evitar la palabra, pero es tanto el esfuerzo desplegado últimamente para complacer a los enemigos del Estado que al final se acaba por  mimetizar hasta sus giros idiomáticos más impertinentes.

Ahora bien, para malas pasadas del subconsciente, las que por su empeño en justificar su reticencia a perseguir conductas que favorecen la prostitución se cebaron con las fuerzas políticas que se opusieron a la enmienda del PSOE a la ley del sí es sí que pretendía, entre otras cosas, penalizar la llamada tercería locativa. O en román paladino: a los indeseables que se forran poniendo el lugar y la infraestructura donde se prostituyen o son prostituidas mujeres que rara vez tienen verdadera elección.

Queden anotados para la Historia, que algún día recordará con oprobio la explotación y la esclavitud en que consentimos que malvivan entre nosotros miles de mujeres, los partidarios de rechazar esa enmienda para abrir un proceso de reflexión que aborde adecuadamente la complejidad del asunto, etcétera: el blablablá usual del que prefiere que un problema se pudra sine die. Nos referimos, entre otros, a EH Bildu, ERC o el PNV.

Con estas formaciones, que prueban así preocuparse más por liberar pueblos de opresiones imaginarias que por librar a seres humanos de servidumbres reales, se ha aliado, con apenas disimulo, el partido disidente del Gobierno. Y las razones que unos y otros han puesto sobre la mesa provocan sonrojo.

Hay quien ha dicho que no puede coartarse la libertad de la mujer que desea prostituirse. Argumento equivalente al que nos permitiría autorizar la venta de órganos, si el dueño quiere. A fin de cuentas, si de lo que se trata es de no proscribir la autolesión lucrativa (las secuelas psíquicas y físicas que al cabo de unos años de "oficio" sufren las prostitutas están muy estudiadas), demos vía libre a cualquiera de sus formas. Lo mismo a alguien le apetece subastar su riñón para comprarse un deportivo.

También hemos oído que abolir la prostitución conduce a clandestinizarla. Lo que hay que decidir es si convertir a un ser humano en mercancía sexual es o no socialmente deseable, y si no lo es, tomar medidas para dificultarlo. Las penas asociadas al homicidio o al maltrato también fomentan su clandestinidad.

Antes o después, queridos favorecedores de facto de la prostitución en todas sus formas, incluidas las más infames, en claro perjuicio de las mujeres más vulnerables y desfavorecidas, os tocará retrataros. Y si lo que sucede es que no os parece tan mala, o que os producen más agravio otras cosas, reconocedlo y justificadlo. Sobre todo, quien se diga feminista de izquierdas.