Lo que más me gusta de los resultados a la presidencia francesa es el batacazo de Anne Hidalgo. Nacida en San Fernando (Cádiz), era la candidata favorita de nuestra Ada Colau, que además de disruptiva es gafe, pues la señora ha cosechado un ridículo 1’8%.

El candidato a la reelección, Emmanuel Macron.

El candidato a la reelección, Emmanuel Macron. Reuters

Ser alcaldesa de París e intentar ocupar el Elíseo no parecía una buena idea, visto que en provincias no tienen una opinión, digamos, fervorosa de la altiva capital y sus elites, para quienes existe la ciudad de las luces y luego el resto del mundo.

En Unidas Podemos ha habido lío respecto a este asunto: Yolanda Díaz pretendía apoyar al carcamal izquierdista Jean-Luc Mélenchon, pero el sector Colau, consustancial al fracaso, impuso su criterio de apostar por la perdedora (el insumiso sacó un nada despreciable 22%).

Ada no acierta, quizás se dejó llevar en esta ocasión por algunas coincidencias, aunque el nepotismo de ambas mujeres tiene grados diferentes: Hidalgo permitió que su hijo deportista nadara en aguas del Sena (cosa prohibidísima), mientras la barcelonesa está imputada por subvencionar a entidades amigas.

Por cierto, si la gala sueña con una ciudad sin coches (fantasía húmeda que comparte con la barcelonesa), Mélenchon va mucho más allá, afirmando que el socialismo ha muerto por su compromiso con el reformismo, en lugar de la revolución. Como los podemitas, pretende volver a las esencias ideológicas, a los ecos de la marsellesa. 

He comenzado esta columna con algunos derrotados, quizás por el anhelo de un futuro patrio sin mélenchones ni hidalgos cabalgando sobre las poltronas de la política. El fenómeno del outsider derechista Éric Zemmour se ha quedado al final en un divertido entremés, la afición de los franceses por las obras corales repletas de actores secundarios. Ha servido para satisfacer a quienes piensan como lepenistas pero no soportan tanto terroir, provincianismo y vulgaridad jacobina.

En cuanto a los vencedores de la primera vuelta, los partidos de aquí y de allá comienzan a posicionarse. Es decir, (casi) todos contra Marine Le Pen. El PSOE llama, emoción incontenible, encuentro con la Historia a derrotar a la extrema derecha, es decir, a respaldar al candidato Emmanuel Macron. Un tipo al que también denominarían "extrema derecha" si estuviera lidiando ahora con la izquierda.

Pasó hace veinte años algo similar en Francia, cuando Jean-Marie Le Pen, padre de Marine y fundador del Frente Nacional (la actual Agrupación Nacional), disputó con Jacques Chirac la presidencia en segunda vuelta y la izquierda aparcó un rato su ideología y misión apoyando al príncipe gaullista, finalmente ganador.

Con la masacre de Ucrania despertando bandosidades (ya se ha añadido una nueva etiqueta difamadora que supera a la desgastada "negacionista": "prorruso"), las elecciones francesas parecen un buen descongestionante. O al menos un alivio versallesco, de riqueza léxica y signos de grandeur.

Además, las cosas de nuestros vecinos septentrionales, sus disputas y secretos desvelados, conservan la legendaria sensualidad. Que Brigitte Bardot votara a Le Pen y se convirtiera al animalismo no la ha hecho descender ni un ápice en la imaginación impúdica del españolito maduro.

En otro caso, cuando Nicolas Sarkozy desposó a Carla Bruni, de la que se decía no podía contener sus instintos, que eran poderosos y recurrentes, dispuso para ella un área de habitaciones privadas en el ala este del Elíseo. Ahora tenemos al beau Macron, cuya mujer Brigitte (o Bibi) fue profesora suya en los tiernos tiempos de estudiante de secundaria. Todo esto viene de una tradición que la nación del marqués de Sade ha sabido mantener, para deleite de la libido general y de la prensa en particular.

Los quince días que nos separan hasta conocer al venidero presidente de la República Francesa, otrora relamido faro intelectual de Europa, asistiremos a llamadas "a la responsabilidad", a arengas trágicas "por el futuro de Europa" e, incluso, a extraños compañeros de viaje.

Digamos que la opinión autorizada, dominante, ha identificado al enemigo (Le Pen, extrema derecha) y todo lo demás no importa mucho. La maquinaria mediática se ha puesto en marcha para aupar al liberal Macron, aunque la incógnita es qué hará el electorado de izquierdas, al que le repulsa el presidente saliente. A ese tipo de operaciones de salvación nacional las llaman "cordón sanitario" o "cordón democrático".

En realidad se deben a un dictado que señala que hay votos buenos y votos malos. Sin embargo, y a diferencia de otros combates electorales, Le Pen no causa ya tanto pavor entre los poderes económicos ni tampoco emociona como antaño a los antieuropeístas (ha renunciado a salir de la UE).

En España, el socialismo utilizará la contienda gala por el Elíseo para consumo propio, y si no vence Marine tendrá poco que rascar. Es su candidata preferida aunque manifieste lo contrario, de igual modo que necesita a Vox para sobrevivir en la tensión.

Cuánto ha cambiado la izquierda española. Antes teníamos a la gauche divine y en verdad era todo mucho más encantador, con champán, libros de Anagrama, las belles filles de la nouvelle vague y ese indisimulado ardor que la riqueza y la libertad provocan. ¡Ah, la France!