José Errasti y Marino Pérez son los autores de uno de los ensayos imprescindibles de este año, el valiente y esclarecedor Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género, en el que se aborda abierta y desprejuiciadamente, con humor y con rigor, el debate del sexo y el género. 

Ambos daban una conferencia ayer jueves en la Universitat de les Illes Balears, acto suspendido porque el Consejo de Dirección de la UIB “no puede garantizar las condiciones de seguridad” por las protestas convocadas. Protestas que, cómo no, provienen de diversos colectivos LGTBI, pero también (iba a poner “sorprendentemente”, pero no quiero mentir) de partidos políticos, Unidas Podemos y Més per Mallorca, que consideran que con esta conferencia se vulneran los derechos de las personas trans

Cientos de personas en una manifestación del colectivo trans en la Gran Vía de Madrid.

Cientos de personas en una manifestación del colectivo trans en la Gran Vía de Madrid. Europa Press

Atentos a esto, porque es de traca. El mero hecho de plantear la posibilidad de analizar desde distintos puntos de vista un tema en el que existe cierto disenso es para ellos una vulneración de sus derechos. Como si “sus derechos” incluyesen que no se discrepe de sus planteamientos, que se asienta mansamente ante todo lo que se les ocurra o que no se les incomode lo más mínimo.

Derechos estos de los que no disfrutamos el resto de los mortales, injusticia, porque no existen como tales. El que más y el que menos, independientemente de sus gustos sexuales, de sus genitales y de su conformidad con ellos, se ve en la cuita cotidiana de tener que defender sus ideas con argumentos frente a otros que opinan diferente, de enfrentarse a un “no” como un día de fiesta a la que se descuida o de toparse con algo que le irrita.

Pero, para ellos, el debate es una ofensa y el diálogo les afrenta. La princesa del guisante, hoy, sería activista trans, vegana y tendría ecoansiedad. 

Pero los derechos, los de todos, son otros. Me van a permitir que insista. Y esos, hasta donde yo entiendo, no son vulnerados porque el resto ejerza su derecho a la libertad de pensamiento y expresión. Menos aún en una Universidad y exponiendo ideas enmarcadas, indudablemente, dentro de los claros límites establecidos por ley.

Al final una, en su obtuso empecinamiento por utilizar (y que se utilicen) las palabras correctamente, empieza a pensar que el gran problema de nuestro tiempo, el origen de todos los demás, es semántico.

Si ya es escandaloso que en una universidad no se pueda ejercer el pensamiento crítico, el sano intercambio de ideas, la reflexión desprejuiciada, el diálogo, la libertad de expresión… si no fuera todo esto suficientemente escandaloso, digo, por si nos pareciese poco, reconoce el propio rectorado que se suspende la conferencia porque no son capaces de garantizar la seguridad ante las protestas convocadas con motivo del acto.

Protestas, obviamente, violentas. Si no lo fueran, si fueran pacíficas, no habría ninguna seguridad comprometida. Una protesta pacífica y una crítica desabrida son ambas amparadas por la misma libertad de expresión del que manifiesta antes su desacuerdo. Y no queda otra que encajarla y tratar de rebatirla con mejores ideas.

Pero si la protesta no es pacífica, si más que levemente airada es manifiestamente peligrosa, hasta el punto de que una institución como es una Universidad se ve obligada a renunciar a los valores de los que es depositaria, estamos ante una amenaza. Una amenaza celebrada por Podemos, no lo olvidemos. Que forma parte de este Gobierno de coalición. Me gustaría tener un abanico para golpearme con él en el entreteto mientras pido las sales, pero me voy a tener que conformar con ponerme ambas manitas en las mejillas, abrir mucho la boca y ahogar un grito. 

Y es que es desolador. Es el intercambio reflexivo de ideas y de opiniones el modo más sensato y el más honorable de analizar y resolver cualquier conflicto, de paliar las injusticias y de dirimir las desavenencias, de avanzar en el conocimiento.

Y es la Universidad la institución que debería amparar y proteger entre sus muros a la razón.

Pero la de Baleares sucumbe a la amenaza de los intolerantes, a la coacción y el hostigamiento de los totalitarios, despreciando el valor del pensamiento. Me pregunto si su rector, el doctor Jaume Carot Giner, dormirá bien esta noche, orgulloso del trabajo bien hecho.