El discurso fue peor. Ese lloriqueo para salvaguardar el honor de su personaje y justificar en su ejemplo las locuras que el amor nos hace hacer. Cuando, en realidad, estas locuras que se hacen por amor, esta violencia que se explica y se justifica y se escuda en el amor, es precisamente lo que su personaje y su película no se atreven a explicar, pero no pueden dejar de insinuar.

El actor norteamericano Will Smith en el discurso de aceptación del Oscar a mejor actor protagonista, en la ceremonia del pasado domingo.

El actor norteamericano Will Smith en el discurso de aceptación del Oscar a mejor actor protagonista, en la ceremonia del pasado domingo. Gtres

Se trata de la otra mejilla del valor pedagógico de la violencia, donde no se aprende sólo por sufrirla sino por ejercerla. A la película le faltaba ese algo y tuvo que venir Will Smith, el actor, a mostrarlo.

El rey Williams, el padre de Venus y Serena, es un hombre que decidió tener dos hijas para convertirlas en jugadoras de tenis y hacerse millonario. Y un plan como este y un método como el correspondiente sólo pueden tener éxito con un nivel de sacrificio y sufrimiento que esas niñas de la película, encantadas de pelotear bajo la lluvia a las doce de la noche, no pueden llegar a imaginar.

Porque es algo que Hollywood ya no podría soportar, porque la única diferencia entre la genial locura de ese Williams y el abuso sistemático de menores de un pobre negro, otro más, es que a él le salió bien. Que a alguien que incumple flagrantemente el imperativo kantiano de no usar a la gente como medio y que incumple flagrantemente el imperativo pedagógico socialdemócrata de dejar que el niño crezca y se exprese libre, espontáneamente y sin estrés, le salió bien.

Casi parecería que nuestros remilgos morales y educativos son lujos que los pobres no pueden permitirse. Y que, por lo tanto, tampoco puede permitirse Chris Rock, que tiene dicho que él sólo es rico y famoso de cerca, pero de lejos es sólo un pobre negro; otro más.

Él tampoco puede usar a Jada y su alopecia para hacer reír. Y para entender eso no era necesaria la bofetada; bastaba con verle la cara. Mientras todos se reían, la cámara nos mostraba una mujer asqueada, quizás dolida.

Y con eso basta para dejar claros los límites del humor que nosotros y Hollywood, mon semblable, mon frère, estamos dispuestos a tolerar. Si a ella no le hace gracia, no es el chiste que se pretendía hacer y que tanto gusta al humor progre, porque es un chiste cruel sin ser justiciero. A diferencia, por ejemplo, de los chistes de Ricky Gervais sobre Harvey Weinstein y la hipocresía de los allí presentes o del otro chiste que había hecho Rock sobre Jada cuando ella quiso boicotear con su ausencia una gala a la que no estaba invitada.

La bofetada sólo era necesaria para otras cosas. Para mostrarnos lo que la película disimula, decía antes. Para que Will Smith se hiciera perdonar demostrando que cuando se rio del chiste sobre su mujer no se rio del chiste sobre su mujer. Pero también para mostrarnos lo que nos oculta ese discurso de hombre deconstruido, de work in progress, de Smith.

Lo que oculta Smith, y lo que supongo que querría seguir ocultando, es el drama del hombre contemporáneo; que debe y no debe proteger a su mujer. Que debe y no debe ser macho y que, sobre todo, debe y no debe serlo delante del público y, como más o menos decía el propio Smith, someterse a su juicio constante y constantemente cambiante. Así no hay manera de saber cómo comportarse y que lo dijese ese actor, dos veces incontinente emocional, y en ese momento, sirve bien para entender que aquí y por eso se sobreactúa.

Smith quiso ser justiciero y defender el honor de su dama en apuros, pero si alrededor del héroe todo se convierte en tragedia, alrededor del actor todo es teatro. Y por eso su bofetón y su indignación parecen de película. En ese bofetón todo es armonía y estética y verlo en fotos y a cámara lenta sólo hace que admiremos más y más la técnica interpretativa del que pega tanto como del que retrocede en el momento justo para no caer patéticamente como supongo que caeríamos los hombrecitos de verdad.

El bofetón es como de película porque a nosotros, que no somos el pobre Williams, ya todos los bofetones nos parecen de película. Porque los hombres ya no sabemos pegarnos. No sabemos ni cómo ni cuándo ni ciento volando. Y por eso Will Smith da un guantazo como solían hacerlo las mujeres, como una madre de las de antes, aunque él lo haga, supongo, más fuerte, y aunque lo haga para parecer más hombre. Y luego llora y habla de amor y de la familia y pide perdón para no parecer tan hombre.

Lo decía alguien en Twitter: Will Smith es un hombre roto por el coaching. Otra forma, supongo, de decir lo que Tony Soprano. Que si hemos llegado a esto es por culpa de la psiquiatría y el cunnilingus.