De entre las muchas culpas que deberían llevar a Vladímir Putin frente a un tribunal de justicia internacional (una opción que otorgaría un fin a su aterradora participación histórica, y ojalá más pronto que tarde) destaca la de las piernas amputadas.

El presidente ruso, Vladímir Putin, rinde homenaje a los soldados caídos y a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, en 2020 en Moscú.

El presidente ruso, Vladímir Putin, rinde homenaje a los soldados caídos y a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, en 2020 en Moscú. Reuters

O, mejor, la visión de la que aún conservan los nueve militares rusos a los que el Kremlin acaba de conmemorar en Moscú. En un sombrío vídeo que muy bien podría haberse grabado en tiempos de la URSS aparece el coronel general Alexánder Fomin, viceministro de Defensa, condecorando a los soldados que, en fila y en pijama, apoyando sólo un pie sobre el soporte de su silla de ruedas, el único que tienen, lo miran con gesto grave.

Las nueve piernas que se desintegraron en algún lugar de esta sucia guerra constituyen la vital e irreparable pérdida de estos soldados y reflejan, también, lo que el este europeo se está jugando. Poder seguir caminando hacia el progreso y la paz, o terminar volatizado en algún mal gesto, en algún mal cálculo.

A cambio del miembro inferior, no mucho. Una ceremonia insólita en una gélida sala de hospital con un viceministro, con aplausos que parecían forzados, y unas palabras del burócrata que apenas consiguieron modificar la mueca inconmovible y triste de estos jóvenes: "Sois verdaderos hombres, verdaderos guerreros, sucesores de las gloriosas tradiciones bélicas de nuestros abuelos y padres, de la Rusia de todos los tiempos".

Ah, y una medalla. También obtuvieron una distinción en forma de cruz que les colgó solemnemente Fomin. Parecía de latón y ahora lustra el pijama azul.

Les llevaron a hacer unas maniobras. A ejecutar una "operación militar especial", como la llamó Putin cuando la anunció. Les pidieron que liberaran a los ucranianos favorables a Rusia del genocidio que, sostenía el Gobierno, se estaba produciendo en el Donbás. Volvieron, apenas mes y medio después, con un relato saturado de atrocidades en sus mentes, la mayoría cometidas por sus compatriotas, otras contra ellos, y una pierna menos.

Dar una pierna por una guerra absurda e injusta constituye el intercambio más desigual posible. Estos jóvenes, con quien el conflicto ha sido especialmente cruel, como lo está siendo también de un modo feroz con los civiles ucranianos, tendrán ahora que reconstruir sus vidas, tanto en el apartado físico como en el mental. Su discapacidad, tan sólo cinco semanas después del comienzo del ataque diseñado por sus generales es, ya, definitiva.

Estos nueve mutilados y sus sueños rotos representan a miles de soldados rusos que hacen la guerra obligados o engañados por la parafernalia dialéctica del régimen. Su vida, partida en dos, también refleja el precipicio al que se asoma no sólo Ucrania, no sólo Rusia, sino toda Europa. En este desafío fabricado en Moscú también nosotros podemos perderlo todo.