Hace bien poco, Pablo Iglesias, ese juguete roto de la política española (ya hay unos cuantos: el último, Pablo Casado), decía como consecuencia del ascenso de Vox aquello de que habíamos vuelto a Weimar, a la república de Weimar en donde creció el nazismo. Y en donde también, por cierto, Rosa Luxemburgo fue asesinada por el Gobierno socialdemócrata, socialfascista, de Friedrich Ebert.

La Coordinadora Antifascista desinfecta la 'Plaza Roja' de Vallecas tras un acto de Santiago Abascal.

La Coordinadora Antifascista desinfecta la 'Plaza Roja' de Vallecas tras un acto de Santiago Abascal. EL ESPAÑOL

Y es que en este juego de espejos en el que unos van acusando a otros de lo que cada cual considera más detestable políticamente hablando terminamos siempre en los años 30, referencia última para la imaginación de cualquier político actual y desde la que cualquier rivalidad termina ventilándose como una disyuntiva entre rojos y fachas.

Al podemita y al socialista no se les ocurre otra cosa, para justificar su posición y programa político, que la de la lucha contra el fascismo (y la fatua del no pasarán). Y al voxero y pepero tampoco se les ocurre otra cosa más que poner enfrente al comunista. Esto es, al rojo de los cien millones de muertos.

En esta tesitura quedan fuera (canceladas) las posiciones llamadas de extremo centro, que se supone pretenden la equidistancia entre dos posiciones incompatibles. Y también queda fuera lo que se considera como un híbrido inverosímil entre ambas, el rojipardismo, llamado anteriormente tercerposicionismo (con su variante neorrancia, annairisimónica, que se supone busca el equilibrio perfecto entre progresismo y conservadurismo).

Extremo centro y rojipardismo son conceptos (o más bien abortos conceptuales) elaborados desde esa polarización años 30, límite de la inteligencia política de esta gente (con sus réditos electorales, por supuesto, y es que la estupidez del político es producto de la estupidez general). Si los sacas de ahí todo se convierte en un ininteligible extremocentrismo o rojipardismo.

El caso es que, según parece, tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, esos fantasmas guerracivilistas de los años 30 de repente se terminan como esfumando, y la sociedad española, tanto para Podemos como para Vox, deja de ser ese escenario fantástico, electoralista, que ellos han creado y en el que se creían vivíamos.

Para Podemos estábamos en la república de Weimar, con un nazismo (Vox) en ascenso. Para Vox, acabábamos de salir del gulag o de las chekas (o ambas cosas, no sabemos bien) en las que nos había metido el gobierno socialcomunista con la excusa pandémica.

Tras el ataque de Rusia a Ucrania, esas rivalidades se esfuman, se desvanecen, y nos encontramos en el paraíso, protegidos por la OTAN y la Unión Europea, rechazando la agresión de Putin contra nuestra civilización occidental.

Joe Biden, que para Vox representaba el no va más del globalismo, parece ser que representa ahora, frente a Vladímir Putin, los valores y principios de Occidente. Así, nos encontramos en un escenario (veleidades de los políticos) en el que los mismos que decían que la dictadura progre globalista nos quería someter a la vacunación, ahora quieren que los que nos sometían intervengan en Ucrania para liberarla a ella, y a todos nosotros, del dictador Putin.

Y, por otro lado, los mismos que decían que con la llegada de Biden a la Casa Blanca se trazaba un nuevo rumbo maravilloso en el que nos encontraríamos cosas "chulísimas", piden que la OTAN no arme a Ucrania, y evitar de este modo una escalada belicista.

Al final, el soberanismo de Vox termina exigiendo al Gobierno de Pedro Sánchez que España cierre filas en torno a sus aliados y se mantenga bajo el ala de Biden. El globalismo de Podemos termina buscando, desde dentro del Gobierno al que pertenece, que España abandone la espiral belicista y se quede sola, sin enviar armamento a Ucrania ni tampoco aumentar el presupuesto de Defensa (que es lo que exige la OTAN).

En definitiva, las luchas intestinas años 30, el guerracivilismo entre rojos y pardos, son pura propaganda electoral de cara a la galería. La realidad es que, en cuanto el oso ruso ha asomado por el mar de Azov, rojos y pardos se han puesto a cubierto, bajo el paraguas de la pax americana, que ninguno discute.

En la noche oscura de la guerra contra Rusia, todos los gatos son rojipardos.