Con la guerra de Ucrania se destapa, una vez más, la condición melancólica de Unidas Podemos. No podría ser de otra manera, leído el prólogo al Manifiesto comunista de la vicepresidenta Yolanda Díaz o vista la camiseta de la RDA del ministro Alberto Garzón mientras cocinaba ufano en su casa.

El portavoz de Unidas Podemos, Pablo Echenique.

El portavoz de Unidas Podemos, Pablo Echenique.

Luego está el tertuliano Pablo Iglesias, la admiración leninista y los eslóganes sesentayochistas que han erizado todos estos años su irreductible sensibilidad revolucionaria.

La cosa entronca con la imagen del perfecto comunista de salón. Un sillón Chester, la chimenea, una copita de espirituoso y el placer masturbatorio, siempre bien alimentado, de la herrumbre pequeñoburguesa. Unos azotes tuiteros a las conciencias anestesiadas, una cabezada neroniana y a dormir mientras arde el último París, de nombre Ucrania.

Ahora se recuerda, con buenas intenciones, lo de Hungría (1956) o Checoslovaquia (1968), ambas aplastadas por los tanques de la estrella roja. El papel de la izquierda revolucionaria fue, en aquellos años como hoy, de un inmaculado cinismo. No todos los muertos valen lo mismo.

La Historia, más que una repetición, es una hiperbólica y antipática apelación. El retrato general europeo tiene todos los matices, las pinceladas geniales del fin, el claroscuro por el que ha suspirado fatalmente el continente, jugueteando de nuevo con el comunismo.

Mientras, esta decadencia política nuestra se ve ineluctablemente arrollada por esas naciones nuevas en las que, pariendo y muriendo sin mucha trascendencia, sus pobres súbditos representan un fin mayor. India, China. También Rusia, con sus anhelos historicistas y ganas de contar en el mundo.

Quizás el espíritu demócrata renazca de esta guerra que comienza a arrojar sus muertos a las cunetas. Hemos mirado a Rusia con una mezcla de infantilismo y desinterés todas estas décadas. Nos encantó el último zar con la mancha en la frente, Gorby para los amigos, y nos divertimos con el borrachín Yeltsin, subastero del Estado soviético.

Putin ya tenía otra sombra. La de sus bombas nos ha convertido, de la noche a la mañana, en ardientes defensores de una Ucrania que antes nos importaba un bledo. A lo que apela la decadencia eslava es a recuperar la grandeza perdida, su autocracia desperdigada en bazares, como dice Karl Schlögel. El antiguo agente de la KGB es un poderoso nacionalista que pretende, por cuestiones internas sobre todo, la recomposición del mayor imperio del siglo veinte, la URSS. Y es ahí, en ese punto soviético, donde confluye el veneno nostálgico de Unidas Podemos.

“No se puede hacer la guerra en nombre de la paz”, ha declarado el portavoz morado Javier Sánchez Serna. Vuelve así aquel espíritu nacionalista del No a la OTAN. Iglesias pone el grito en el cielo al enterarse del veto de la UE a dos medios de propaganda rusa (Russia Today y Sputnik).

Tiene gracia que desde una formación que señala sin pudor a los medios críticos con el Gobierno emerja ahora una especie de sensibilidad por la prensa libre. Pablo ha llegado a escribir estos días que “la libertad de prensa es un discurso liberal hipócrita” porque Mediaset y Atresmedia “informan a favor de sus propietarios”. Y sigue, retórico: “¿Russia Today miente más que OK Diario, La Razón o ABC?”.

Otra perla podemita la ofrece Isa Serra cuando se hace un lío y mezcla la “alianza de Putin con la extrema derecha” con los derechos de las mujeres y los LGTBI.

En verdad, tenemos ya un portentoso material de la inconsistencia intelectual de estos chicos salidos de la madrileña Complutense. Aunque parece no agotarse nunca.

El recalcitrante acervo memorialístico de Unidas Podemos sigue en el Moscú de las comunas (viejos pisos burgueses confiscados que compartían forzosamente varias familias), los espías bajo la niebla, el mausoleo de Lenin y las purgas en el partido.

Ese fantasmagórico comunismo, el de la Guerra Fría, terminó gracias a la mayor pareja de estrellas galácticas habida nunca (Ronald Reagan y Margaret Thatcher). Y la cuestión trágica es, pasados treinta años, su renacimiento. En la dura versión venezolana o en la blanda, pero destructiva, podemita, quintacolumnista.

Occidente ha perdido demasiado tiempo con debates ideológicos estériles mientras el dragón neomarxista se colaba en sus instituciones. Preocupado por chorradas como la carne sintética, las verduras kilómetro cero, la vida verde, la niña Greta y demás bazofias woke.

Ahí, supongo, algún asesor de Vladímir Putin (o él mismo en conversación distendida con Xi Jinping) debió de ver una oportunidad de oro. Hay que luchar por la libertad de Ucrania como por la de los rusos y la nuestra propia. Y eso se hace mandando a paseo el reformismo de Podemos, su indisimulada fe en todas las cosas que no son democráticas, como el líder ruso y su puño de hierro a las puertas de casa.