La actualidad científica, con la Covid-19 por todas partes, entierra novedades por las que deberían saltar algunas alarmas. Con una pandemia por un coronavirus en auge constante y discusiones poco rigurosas en Consejos de Ministros, Parlamentos y tertulias, la otra pandemia, la del VIH, se ha borrado de la preocupación social. Sin embargo, sabemos que los virus, las bacterias y los tumores no son dados a esperar momentos específicos para cubrirse de ignominia.

Lazos rojos en el puente de la Rochapea de Pamplona por el Día Mundial del Sida

Lazos rojos en el puente de la Rochapea de Pamplona por el Día Mundial del Sida

Mi preocupación ha venido de la mano de un artículo aparecido en la revista Science donde se reporta la existencia de una variante altamente virulenta del VIH en los Países Bajos. 

Antes de seguir hablando del hallazgo de esta variante, quizá sea pertinente aclarar algunos conceptos. Cosas que a veces damos por obvias, pero que no lo son.

El VIH es el virus de inmunodeficiencia humana que, luego de un largo período de infección, da lugar al síndrome de inmunodeficiencia adquirida conocido por las siglas SIDA. Cada primero de diciembre, Día Internacional de la Lucha contra el SIDA, me impaciento cuando la mayoría de los medios de comunicación confunden los términos y se escuchan barbaridades.

Una persona que es VIH positiva, también conocida como seropositiva, no tiene necesariamente que tener SIDA. Esto último es el desarrollo de la enfermedad, cuando el seropositivo pierde gran parte de sus defensas y es incapaz de eliminar cualquier infección que entra en su cuerpo, incluyendo aquellos microorganismos que habitualmente no causan problemas y con los que convivimos.

Nuestro cuerpo tiene un eficaz sistema que detecta cualquier evento que pueda afectarnos, desde la aparición de un proceso tumoral hasta la contaminación con una bacteria o un virus. Lo llamamos sistema inmunológico, que es nuestra defensa.

En realidad, se trata de un entramado de células que rastrean todo el cuerpo buscando algo extraño que nos pueda dañar. Una vez detectado aquello que nos afecta, articulan una estrategia para eliminarlo y crean una memoria de lo ocurrido. Digamos que generan un documento o reporte con las principales señas del agresor y la manera efectiva de eliminarlo. Así se preparan por si en un futuro vuelve a suceder.

El VIH ataca, justamente, a los principales componentes de esta armada y los destruye.

Con el tiempo, la persona infectada puede perder todas sus defensas. Es el momento en que un simple catarro es capaz de acabar con su vida. Pero, según lo que conocíamos hasta ahora, esto no es un proceso acelerado. Una vez ocurrido el contagio, los síntomas de inmunodeficiencia pueden tardar hasta diez años en aparecer. Si te interesa especialmente el tema, hace un año publiqué un libro donde explico casi todo lo que sé de esta enfermedad (¿Qué es el VIH?).

El descubrimiento de la variante de VIH que mencionaba al principio de la columna causa inquietud porque aumenta la carga viral en los infectados casi seis veces más que las reportadas hasta ahora. A ello se suma que la reducción de las células de la defensa en estos pacientes se manifiesta con notoria celeridad. De hecho, los autores del estudio pronostican que, de no haber sido tratados, estas personas desarrollarían el SIDA en poco más de dos años. Y es aquí donde la alarma debería saltar.

Esta variante, identificada en 109 personas, rompe con el paradigma de una progresión lenta hacia la enfermedad. Leyendo con atención el artículo científico, la variante surge a partir de una mutación ex novo y tiene una transmisibilidad superior a lo establecido. El mecanismo molecular de su virulencia es una incógnita.

La pérdida de interés por el VIH, en gran medida por la eficacia de los tratamientos antirretrovirales, nos puede abocar a desastres que luego serán difíciles de enmendar. Por ahora ninguna de las variantes, incluida esta, parece escapar de los tratamientos. Sin embargo, como he comentado en otras columnas a raíz de la Covid-19, cada nueva infección o reinfección es una potencial fuente de variantes

La velocidad con que la variante identificada en los Países Bajos destruye el sistema inmunológico de los afectados nos debe hacer pensar que la pandemia de VIH, aunque medianamente controlada, no ha terminado. Además, esto puede repercutir en la pandemia coronovírica que tantos dolores de cabeza está provocando.

¿Cómo?

Según otro estudio recién salido del horno científico, la variante ómicron probablemente se incubó en el cuerpo de una persona con un sistema inmunitario debilitado por el VIH. Es decir, en un paciente probablemente aún sin medicar que presentaba síntomas de inmunosupresión. Una persona inmunodeprimida albergará durante más tiempo el coronavirus, aumentando las probabilidades de mutación cuando se va replicando en su cuerpo.

Es evidente que, hasta ahora, mirábamos a aquellos países desfavorecidos (países donde un gran número de personas sufren inmunosupresión debido a la falta de tratamientos para el VIH) como auténticas fábricas de nuevas variantes del virus que provoca la Covid-19.

Pero hoy sabemos que en el llamado mundo desarrollado existe una variante del virus del VIH que provoca una acelerada progresión hacia la inmunosupresión y que, además de afectar la vida de los contagiados, los convierte en potenciales generadores de nuevas variantes del SARS-CoV-2.

Una vez leí un libro de bioquímica que se titulaba Todo es armonía en la naturaleza. Siempre lo tengo presente. Por mucho que evitemos mirar hacia un rincón, el VIH no dejará de existir. El VIH sigue siendo un azote que provoca inmunosupresión en los contagiados, algo que utiliza el SARS-CoV2 para hacer de las suyas.

Desafortunadamente, en la naturaleza todo es armonía.