Yolanda Díaz, en pleno proceso de construcción de su liderazgo, sigue dando frases que piden mármol: “Hacemos cosas chulísimas pero no somos capaces de comunicarlas”. Bárbaro. Como argumento, eso sí, antes de ir a la nuez de las “cosas chulísimas”, nada nuevo. Es todo un clásico: ¡somos magníficos pero nos falla la comunicación!

Ningún partido, a derecha o izquierda, ha dejado de ensayar alguna vez esa milonga. Y es, va de suyo, sustancialmente falso: la política invierte mucho más en comunicación que en cualquier otra cosa; por supuesto, mucho más que en gestión. Cualquier líder, también Yolanda Díaz, va rodeado de una corte de asesores de comunicación. Los demás expertos son secundarios; es más, seguramente inexistentes. Pero spin doctors, a destajo. El problema, en fin, no es que comuniquen mal, sino que es difícil comunicar bien lo que se gestiona mal.

La comunicación, para Podemos, ha formado parte de su argumentario medular, típicamente populista, aunque con media vuelta de tuerca más: los medios les impiden comunicar bien porque actúan como aparato del establishment al servicio del sistema degradado. En definitiva, la confabulación mediático-judicial contra la verdadera izquierda, tan recurrente para Pablo Iglesias.

Este tertuliano, en realidad, no sabe distinguir comunicación e información (días atrás calificaba a Europa Press de “agencia de comunicación” en lugar de agencia de noticias), pero, en definitiva, si supiera, tampoco permitiría que la exactitud le estropeara el tuit nuestro de cada día. Ya es paradójico que el promotor de La Última Hora dé lecciones sobre periodismo y sobre hostilidad mediática. Pero esto es ya una seña de identidad del populismo polarizante.

No es casualidad que en eso coincida la extrema izquierda con la extrema derecha. De hecho, si a algo se parecen los bulos de unos es a los bulos de los otros. Podemos y Vox han sido, en definitiva, dos estrategias de comunicación antes que dos organizaciones políticas.

Más allá de estas pamemas, claro está, el quid de las palabras de Yolanda Díaz está en las “cosas chulísimas”. Tal cual, “cosas chulísimas”. Como la reforma laboral.

El viejo comunismo al menos tenía empaque. Es más, no había nada o casi nada con tanto empaque como un viejo comunista, lleno de sobriedad morigeraria. Y para eso ni era ni es necesario vestir jerseys como los que tejía Josefina Semper a Marcelino Camacho para soportar el invierno en Carabanchel, y que él llevó hasta el final en su piso de 58m sin ascensor, y tampoco hay que aspirar a que tus fotografías parezcan en blanco y negro aunque sean en color, como le sucedía a Santiago Carrillo y casi a Julio Anguita. Un comunista, por definición, huía de la frivolidad como del relativismo ético.

Ahora, ante la trayectoria de Yolanda Díaz, alguien ha tenido el ingenio de caricaturizar su evolución con un brochazo: de la Pasionaria a la Fashionaria. Pero más allá de los posados, al borde de los estampados de Snoopy o Hello Kitty, la imagen de un líder comunista en el poder sosteniendo que hace “cosas chulísimas” desborda los márgenes de la caricatura, sobre todo si además es titular de Trabajo, en el país de la “vergüenza” del desempleo por citar al venerado Papa Francisco.

Decía José Ramón Bauzá que la palabra “chulísimo” no debería estar permitida después de los nueve años. Más o menos como superguay. Por supuesto, la infantilización de la retórica política no es un fenómeno aislado. Hay estudios en Estados Unidos acreditando que los mensajes presidenciales están hechos con un registro accesible para niños de 9 años. Es el rasero.

Steven Pinker editó la macroinvestigación de Kayla Jordan evidenciando cómo los discursos politicos han abandonado el razonamiento analítico para devenir en una sucesión de tuits, de eslóganes muy básicos. También en España se ha aplicado ese algoritmo, años atrás, con el mismo balance para el líder del PP o Sánchez. En el mundo del canutazo, del clic de un puñado de caracteres, triunfa el ”No es no” o el “Yes, we can”.

Una vez más, Groucho anticipó esto en Sopa de ganso, cuando el presidente Rufus Firefly exclama en un debate del consejo de ministros que aquello podía entenderlo hasta un niño de 5 años. Y enseguida pide: “¡Traigan a un niño de 5 años!”. Desde luego el niño diría que están haciendo cosas chulísimas, como la líder de la Gran Reunificación de la Izquierda.