Que el Tribunal Constitucional (TC) dictamine que el segundo estado de alarma durante la pandemia fue inconstitucional no es cuestión baladí. Tras la declaración ya en junio de la inconstitucionalidad de algunos puntos del primer estado de alarma, y también en octubre de la restricción de actividad del Congreso, esto viene a señalar, ni más ni menos, que la gestión de la pandemia se llevó a cabo fuera de los límites de la norma suprema del ordenamiento jurídico en nuestro país. Que se dice pronto. 

No deja de ser curioso que, ante algo así, haya a quien le preocupe más de quién parte la iniciativa que lleva al TC a pronunciarse que la conclusión misma del propio TC. Como si eso fuese reseñable, rebajase la gravedad o invalidase el dictamen. Estaríamos hablando, en todo caso, de dos asuntos diferentes: si es legítimo que un grupo parlamentario (el que sea) registre un recurso de inconstitucionalidad, por un lado, y la conclusión del Tribunal Constitucional al respecto, por otro.  

Es VOX el partido que presentó el recurso ante el Tribunal, sí. ¿Podía hacerlo? Por supuesto. ¿Debía el TC atender dicho recurso? Efectivamente. ¿Convierte eso en menos legítima la sentencia y en menos inconstitucional la gestión de la pandemia? Ni un ápice. En todo caso lo que vendría a demostrar es que no es precisamente la formación de Abascal la que se está situando al margen de la Constitución, reparta los carnés de correcta moralidad quien sea que los reparta, y a constatar la sana y necesaria independencia del Poder Judicial. 

La resolución llega tarde para devolvernos los derechos vulnerados, los de todos, pero al menos sirve para constatar, a poca buena voluntad y atención que se ponga, de manera desprejuiciada, el respeto de unos y otros por nuestras instituciones y por la democracia misma, por la esencia de un Estado de Derecho. Esto me lleva, irremediablemente, a pensar en unas palabras de Emilo Gentile, el reconocidísimo historiador italiano especialista en fascismo, señalando que, hoy en día, “no son los fascistas, reales o presuntos, el peligro real para nuestras democracias, sino los demócratas sin ideales democráticos”. Demócratas sin ideales democráticos. Fundido a negro.

Escena 2. Interior día. Palacio de la Zarzuela. Flashback. 8 de enero de 2020. 

Pedro Sánchez promete su cargo como presidente del Gobierno ante el rey Felipe VI, con su mano derecha sobre un ejemplar de la Constitución  

“Prometo por mi conciencia y honor cumplir fielmente con las obligaciones del cargo de presidente del Gobierno, con lealtad al rey, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros”. 

Lo Promete. Por su conciencia y honor. Demócratas sin ideal democrático. Disculpen la risa, que no es tonta sino nerviosa.